La pandemia y el Check Point Charlie

El plan de vacunación masiva comenzará el próximo 3 de febrero.

Un año después de haber apretado el botón de pánico, es momento de revisar las medidas anti Covid-19, comparando su contribución a la solución, con su impacto negativo.



Ya llevamos casi un año entre pandemia, cuarentenas y toques de queda por el Covid-19, un virus que constituye un problema “retorcido” (“wicked”, según Rittel y Webber, Berkeley), porque el conocimiento sobre él es incompleto o contradictorio; las opiniones que genera son diversas; se interconecta con otros problemas relevantes y conlleva una carga económica significativa. Sus soluciones no son correctas o incorrectas, sino mejores o peores, y nuestros valores y creencias condicionan el debate.

Ante este tipo de problemas, no hay manera de saber si una solución es la final. Por eso, cabe distinguir a tiempo las señales débiles que producen efectos profundos. Desde la perspectiva de la salud pública, hay males que aumentan mientras luchamos contra el Covid: se ha postergado la detección de cánceres (59% en Gran Bretaña); crecen los infartos extrahospitalarios (56% en GB), la violencia intrafamiliar (1.493% en GB), el uso de drogas (39% de recaídas en EE.UU.) y la malnutrición infantil (133 millones de niños más en el mundo); así como cae la esperanza de vida de los jóvenes por el vacío educacional de 2020 (5,53 millones de años-vida en EE.UU.).

Por lo mismo, un año después de haber apretado el botón de pánico, es momento de revisar las medidas anti Covid-19, comparando su contribución a la solución, con su impacto negativo.

Partamos con nuestro “Check Point Charlie”: las barreras sanitarias interregionales, que requieren del despliegue de funcionarios de Carabineros, el Ejército, el Minsal y las Municipalidades, lo que además genera la negativa sensación de que la población está controlada por agentes del Estado, con la libertad individual supeditada a un bien superior, la salud.

Da la impresión, sin embargo, que el efecto de esta medida en la contención del contagio ha sido bajo. Cuando analizamos la incidencia acumulada por región, con la excepción de Magallanes, no hay ninguna que muestre diferencias relevantes en relación con la población: todas están a menos de una desviación estándar (2,1%) de la media (3,7%). Ello indica que las restricciones de desplazamiento han conseguido solo diferencias temporales que se anulan en un plazo largo. Aquí parece operar un principio de la física: las partículas siempre se mueven de una zona de alta concentración a una de baja concentración hasta que la distribución se hace uniforme. Y parece haber suficiente gente moviéndose de forma justificada entre regiones, por lo que parece sensato aplicar restricciones parejas.

Lo anterior se refuerza si detrás del sistema que agrupa a la población amenazada por el contagio existe un sistema integrado para atender a los enfermos. Si las camas UCI operan en red a nivel nacional, entonces lo que más importa es la tasa de casos activos a nivel país, independiente de la zona que los genere. En simple: el problema de la fiesta de Zapallar no es la comuna, sino la fiesta, el número de asistentes y la nula distancia social.

Desde luego hay medidas impostergables de cara a la segunda ola, como la necesidad de aumentar ya la capacidad de camas críticas, al costo que sea. Hay otras, en cambio, que levantan la conciencia sobre el desafío, pero no necesariamente aportan a una significativa reducción de la tasa de contagio. Es el caso del confinamiento de fin de semana, el toque de queda a las 22:00, la música en restaurantes, etc. No hay que olvidar que, desde la perspectiva de la salud pública, el objetivo es que la tasa de contagio (Re) sea menor a uno, asumiendo que llegar a cero es imposible y generaría grandes impactos en otras dimensiones.

Un concepto a incorporar es la diferenciación por edad, propuesta por Martin Kulldorf, de Harvard. Los mayores de 70 tienen 1.000 veces más probabilidad de morir que los niños. Por ello, no parece haber razones científicas para mantener las escuelas cerradas. Hay que proteger a los mayores y dejar que los jóvenes vivan con la mayor normalidad posible. El mayor foco en los “supercontagiantes” (idea de John Cochrane) es también prioritario. ¿Por qué no centrar las prohibiciones en las actividades de alto contagio? El deporte al aire libre y sin contacto debiera estar permitido a toda hora.

Además, falta definir cuál va a ser la política de liberación de restricciones para los ya vacunados y los que tuvieron Covid. Según el Dr. Fauci, epidemiólogo de EE.UU., los primeros, aunque inmunes, pueden ser contagiantes. Mientras, los segundos podrían incorporarse a la idea del pasaporte sanitario del Dr. Mañalich.

En fin, perspectivas puede haber muchas, pero es hora de hacer balances y sacar conclusiones. Después de todo, existen muchos males aparte del Covid y la necesidad de encontrar un buen equilibrio en las medidas -entre la libertad individual y un bien superior- es clave para nuestro bienestar holístico.

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