La subcultura del victimismo



Por Sergio Muñoz Riveros, analista político

Rodrigo Rojas Vade contribuyó directamente a la irracionalidad y la violencia en los días de la asonada de 2019. Alentó el delirio en las calles mediante la simulación más indigna que pueda concebirse: la de un enfermo de cáncer en situación desesperada. Así, pasó por luchador social, recolectó fondos para sí mismo y logró ser elegido como uno de los redactores de la nueva Constitución. Su caso muestra el poder devastador que puede alcanzar la mentira, y hasta dónde ha llegado la tendencia a explotar la condición de víctima para conseguir un estatus de superioridad que abre las puertas de la política.

Víctimas reales nunca faltan. Basta pensar en todas las personas que sufren enfermedades mortificantes. Y están, por supuesto, quienes soportan las injusticias sociales, la discriminación, los abusos de diversa índole. Precisamente por eso, vestirse de sufriente es una afrenta a quienes sufren de verdad, pero también al conjunto de la sociedad.

Todos sabemos que el sufrimiento es parte de la travesía, y necesitamos apoyarnos unos a otros cuando llega por diversas vías. Lo que no podemos aceptar es que se banalice el sufrimiento, que se use como instrumento de intimidación moral, que es exactamente la actitud sintetizada en la idea de que alguien, por el hecho de haber sufrido, queda instalado en una categoría más alta que el resto. El dolor por sí mismo no hace más lúcido ni más honesto a nadie. Siempre están abiertas todas las posibilidades.

No pocas causas nobles se han convertido en su opuesto debido a la propensión victimista, que está en la base de las furias identitarias. El empeño contra el racismo, por ejemplo, ha derivado en ciertos casos en una reivindicación belicosa de la propia raza y, en los hechos, en una nueva versión de los enconos raciales. La lucha por los derechos de la mujer ha generado un tipo de feminismo de combate que muestra a los hombres como “absolutamente culpables” a lo largo de la historia. En otro ámbito, hay grupos que conciben la defensa de la orientación sexual como una especie de guerrilla para establecer nuevos tribunales de inquisición.

Si la sociedad se convierte en una competencia de diversos grupos de víctimas de algo, la convivencia se vuelve tóxica, casi insoportable. Necesitamos una sociedad mejor para todos, no un archipiélago de minorías que tratan de demostrar que han sufrido más que nadie y que, por lo tanto, son merecedoras de trato distinto, indulgencia o cuotas de poder. La democracia procura igualarnos en dignidad y derechos por encima de cualquier condición.

El negocio político-electoral de este tiempo incluye el recurso de instrumentalizar el victimismo que reclama algún tipo de revancha. Tenemos que oponernos a esa forma de emponzoñar nuestra convivencia. Ello supone batallar por una sociedad verdaderamente más justa, que rechace las trampas y los fraudes que se realizan en nombre de la justicia.

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