La urgencia de una política cultural nacional



Por Fernando Gaspar, director de Creación Artística de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, Universidad de Chile

Desde el retorno a la democracia se inició un proceso paulatino para recuperar el arte y la cultura, tras el fatídico legado que dejó la dictadura cívico-militar. Este camino partió con la creación de los fondos de cultura, siguió con la implementación del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para finalmente concretar la instalación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en 2018.

El incremento del presupuesto público trajo consigo el éxito de diversas iniciativas programáticas, permitiendo el desarrollo del sector artístico y cultural, pero también, haciendo notorias las deficiencias que existen sobre el rol que debe cumplir el Estado en esta materia.

Sin dejar de reconocer los avances, son muchas las áreas que deben corregirse. El presupuesto minoritario al sector y la urgente reformulación de los fondos concursables son una de ellas.

Si bien estos financiamientos respondieron a la necesidad de inyectar recursos a un sector que se encontraba en completo abandono, con el paso de los años, esta modalidad fue agudizando una lógica subsidiaria, con una limitada comprensión del sentido del financiamiento estatal a la cultura.

Se profundizó un modelo enfocado en promover la especialización en las postulaciones, dejando al descubierto las dificultades para abordar la diversidad de un campo cultural y artístico en expansión, derivando en un sistema de financiamiento burocrático que no evolucionó.

Impulsar una nueva modalidad significa afrontar un cambio de paradigma que entienda que el desarrollo cultural y artístico no está reservado a un tipo de obras, expresiones o espacios, sino que más bien, implica concebir de manera más compleja el potencial de desarrollo que tiene Chile, tal como lo señaló en estas páginas la ministra Brodsky.

Esto no significa limitar el apoyo a la excelencia y la calidad en el trabajo de artistas, agentes del medio y espacios culturales. Es más bien asumir las diferencias entre el presente y el contexto que dio origen a los fondos concursables en 1992.

Las artes y la cultura requieren un fortalecimiento presupuestario acorde a los desafíos actuales, de la mano de una comprensión y posicionamiento como eje fundamental para el desarrollo de las capacidades reflexivas, críticas, solidarias, empáticas y sensibles de las comunidades.

Para ello se deben apoyar las instituciones públicas, desde centros culturales municipales a universidades estatales, así como también promover iniciativas locales, comunitarias y con arraigo territorial. Dar sostenibilidad a espacios consolidados e iniciativas ciudadanas, apoyar la diversidad creativa, tanto en el origen de quienes la practican como en resultados y expresiones.

Sin dejar de promover la calidad artística y la excelencia, el financiamiento estatal a la cultura y las artes debe incentivar a la colaboración y la articulación, por encima de las lógicas de competitividad y discriminación que hoy imperan. Atender una reforma estructural al financiamiento de las artes y la cultura es el camino que permitirá darle sentido a un nuevo modelo de desarrollo que conciba nuestras áreas como ejes fundamentales para un porvenir armónico, inclusivo, diverso y pertinente a las necesidades de la sociedad en su conjunto.

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