Las políticas públicas en su laberinto

Sesión de la Cámara de Diputados en que se votó el tercer retiro del 10% de las AFP. Foto: Dedvi Missene


La clave del éxito de las políticas públicas es su buen diseño, pero ello no depende solamente de la calidad técnica de su formulación, sino también de su capacidad de dar respuesta a los debates democráticos y de alinearse con las prioridades ciudadanas. Lamentablemente, ese vínculo se ha ido extraviando en nuestro sistema político, así como en muchas democracias del mundo, y recuperarlo es esencial para tener políticas públicas que respondan a estos tiempos tan desafiantes.

Parte de los fenómenos que se catalogan como populistas tienen su origen en esa disociación. Los criterios técnicos han funcionado como un arma formidable para sacar de la agenda pública temas de inquietud social que no calzan con el consenso de los expertos. Bajo esos designios, las propuestas que salen de la caja de las políticas convencionales son usualmente tildadas de buenistas, irresponsables o voluntaristas. Los sistemas políticos han creado un corralito de lo que se considera sensato, que deja cada vez más personas fuera, y las normas de lo políticamente correcto achican aún más ese cerco. Como resultado, el grupo de los que caen en la categoría de la insensatez va creciendo cada vez más, hasta volverse mayoría en muchos países. Es sintonizando con esas personas que ganaron Chávez, Trump y Bolsonaro, y sobre esa misma base se fortalecen Le Pen, Jiles y varios más.

Hay poderosas razones técnicas para decir que los retiros de fondos previsionales son una mala política pública. También hay buenos argumentos para afirmar que el impuesto a los súper ricos tal como está formulado es difícil de aplicar y no recaudará lo esperado. Sin embargo, cuando la política esgrime la técnica para descalificar ese tipo de ideas y no es capaz de utilizarla para ofrecer mejores alternativas, termina fortaleciendo a quienes las instrumentalizan. Hay sectores de la población que están empobreciéndose dramáticamente producto de la emergencia sanitaria, mientras al mismo tiempo las mayores fortunas crecen como nunca antes. Resulta intolerable que la buena política, la política seria y bien formulada, consista en no hacer algo sustantivo al respecto. Ante problemas tan serios como los que enfrentamos, las malas políticas pueden hacer un enorme daño, traer empobrecimiento, desengaño e inestabilidad, pero es igualmente dañina la incapacidad de concebir mejores alternativas en esas materias, tan profundas e innovadoras como el momento lo exige.

Una parte de la izquierda chilena se destacó por tomarse en serio la calidad de las políticas públicas, por asumir que las decisiones deben ser juzgadas por sus resultados y no sólo por sus intenciones, por tener presente la evidencia y no sucumbir a las presiones. Hoy ese sector pareciera no tener respuestas, y vive respaldando ideas que no le convencen, pero que no logra contrarrestar. Recuperar su compromiso con las buenas políticas públicas es fundamental, pero debe hacerlo sacando aprendizajes de la crisis que ha vivido. La política pública de calidad no puede ser sinónimo de un conservadurismo que impida avanzar. La resistencia a las presiones debe diferenciarse de la indolencia al malestar social, y la técnica debe usarse como un instrumento para abrir caminos y no como un escudo para ningunear y tratar de ignorante a todo el que intente ir más allá de las convenciones. En tiempos como los que vivimos, de enormes cambios e incertidumbres, donde el malestar y la desconfianza avanzan sin contrapeso, el conocimiento no puede ser sólo una barrera para las malas ideas, sino una herramienta para crear nuevas respuestas.

Se levantará en Chile una izquierda democrática y moderna cuando logre desactivar las malas ideas con ideas mejores, que funcionen y convenzan, que hagan sentido a la ciudadanía y enfrenten los problemas en su profundidad.

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