Que todo el mérito reproduce el capitalismo individual, o que todo acceso inclusivo aspira a un ideal social no competitivo, entrampa y hace sorda y muda la discusión. Con el proyecto del gobierno Admisión Justa, que repone la selección, se vuelve a la discusión entre mérito (esfuerzo personal, ideal individual) y la no-selección (el colectivo sobre el individuo, el ideal social de igualdad sin marginación).

Atribuir todo el mérito que pueda desplegar un estudiante, invocando el capital social de sus familias para inhabilitarlo, no es plausible. En los sectores menos favorecidos de la sociedad, los alumnos también pujan por sus notas, y hay bastante heterogeneidad en estos resultados escolares (y esto abarca a todas las capas sociales).

El incentivo de que buenos estudiantes podrán ingresar a colegios de excelencia (emblemáticos), gatilla en ellos una conducta escolar acorde con ese nivel de esfuerzo a desarrollar. Como perciben estos estudiantes que el sistema educativo escolar en su conjunto es débil, quieren ingresar a un colegio que tenga mejores estándares. Para no perjudicar a aquellos que no pudieran ingresar a este tipo de colegios, la política pública debe también focalizarse en mejorar la calidad de estos colegios 'no emblemáticos'. De esta forma los colegios emblemáticos perderán atractivo y así, a largo plazo, se reducirá esta potencial brecha entre ambas calidades.

La gran mayoría de las familias (no la elite) buscan que sus hijos se esfuercen al máximo posible para hacerse participantes de los laureles del mérito. Por tanto, estas familias hicieron un esfuerzo superior en relación a aquellas que no preevieron los beneficios de generar un marco adecuado para lograr las condiciones aptas para el desarrollo escolar.

Lo controversial es que familias con más recursos, si pudieron heredar a sus hijos ese capital social que les permitió la obtención del mérito sin necesariamente un esfuerzo equivalente. Y sin tanta precaución por el devenir futuro. Pero la condición de igualdad al ingreso de los colegios reduciría este peso del capital cultural en el proceso de selección, pero restaría poder al esfuerzo personal realizado en el aula. Pero, entonces ¿cómo encontramos un adecuado equilibrio entre mérito inicial e igualdad inicial?

Finalmente, se argumenta que 9 colegios de la elite de Santiago representan el 53% de los cargos gerenciales (agregaría también el de líderes del sector público y de la política), ergo, de qué mérito nos hablan. Pero aquí, en sociedades modernas (o postmodernas), las familias buscan que sus hijos tengan una vida con más realizaciones y con un mejor bienestar económico. No llegarán a estos cargos top gerenciales (esto no es foco de la política pública), pero el esfuerzo que desarrollarán hará que sus vidas cambien en el futuro.

No neguemos la selección y el afán de progreso individual de muchas familias, pero tampoco olvidemos a quienes el destino los dotó de menos capital social deberán realizar el esfuerzo escolar acorde al desafío. Si no reconocemos al mérito académico esas pre-condiciones, entonces matriculemos a nuestros hijos en estos colegios donde funciona el acceso inclusivo para que mejore ese "promedio escolar" y así se posibilite el cumplimiento de ese ideal social.

Por su parte, La Ley Machuca, bien intencionada, no toma en consideración con qué recursos financiarán ese 30% de acceso a familias vulnerables que se les exigiría a los colegios privados.

Sugiero a los parlamentarios y políticos de todas las tendencias que es menos costoso para el erario público matricular a sus hijos en colegios sin selección (con acceso inclusivo) para la obtención de la virtud de la igualdad (que todos dicen anhelar), y que a cambio esos cupos liberados del sistema privado de educación (donde estudian sus hijos) sean ocupados por los estudiantes vulnerables (exaltamiento de la virtud de elección). Así tendremos una real diversidad en ambos sistemas.

Todo lo demás es "querer ser Robin Hood sin flechas", porque nada es más importante que la educación de un hijo.