No es poco
En Brasil, la noticia política de la semana es la condena a un expresidente por haber intentado dar un golpe de Estado. En Estados Unidos, es el asesinato de un polemista en medio de una creciente ola de crímenes políticos y de la declaración de “guerra” del presidente a una ciudad controlada por la oposición.
En Chile, la noticia política de la semana es que los ocho candidatos a La Moneda se reunieron en un debate televisivo.
En un hemisferio azotado por la violencia política, los discursos de odio y una confrontación que amenaza con descarrilar a las repúblicas, vale la pena tomarse un minuto para valorar lo que tenemos.
Y que no es poco.
Mientras los intentos por robarse elecciones y controlar el poder total amenazan a las democracias, ¿qué pasa en Chile? Pasa que, desde hace 35 años, los días de elecciones los votos se cuentan con una rapidez y transparencia que son un orgullo mundial; pasa que los perdedores reconocen la derrota antes de que se ponga el sol, y el presidente saliente llama a su sucesor para felicitarlo esa misma noche; pasa que el cambio de mando se ejecuta con solemnidad y respeto entre ganadores y perdedores; pasa que los rituales de la campaña -franja televisiva, sorteos, certificación de los resultados- ocurren sin sobresaltos.
Y pasa que, un par de veces durante la campaña, todos los candidatos se reúnen para debatir frente a la ciudadanía, en foros que tienen momentos tensos, pero donde se respetan las reglas básicas de convivencia.
En el mundo en que vivimos, todo esto es invaluable.
Esta semana se realizó el primer debate de esta campaña. El escenario es complejo. Venimos de años que han crispado nuestra convivencia como nunca antes desde el fin de la dictadura. Y sin embargo, ocho candidatos que ocupan hasta los extremos del espectro ideológico -van desde un nostálgico del estalinismo hasta un autoproclamado “guerrero cultural”- son capaces de compartir civilizadamente y buscar convencer mediante palabras e ideas.
No es poco.
Hasta dio para una sorpresa, el debate. En una campaña en que priman los discursos oscuros y altisonantes; en que se habla de crisis y emergencia; en que manda una visión pesimista sobre Chile y su destino, dos candidatos nadaron contracorriente y presentaron un discurso amable y optimista.
Y más sorprendente aun: parece que a los ciudadanos eso les gustó.
Harold Mayne-Nicholls fue un protagonista inesperado. Debutante en política, con una intención de voto dentro del margen de error de las encuestas, se convirtió en el nombre más buscado en Google durante el foro, y, según una encuesta de Panel Ciudadano, lideró las menciones positivas entre los espectadores.
Lo más sorprendente es cómo lo hizo. Mayne-Nicholls se hizo notar bajando el volumen, no subiéndolo. Atemperando la retórica. Mostrando templanza. En un escenario de voces crispadas y discursos de miedo, aportó moderación y contención.
Su momento clave llegó cuando Franco Parisi habló de instalar minas antipersonales en la frontera. Genuinamente sorprendido, Mayne-Nicholls contó su experiencia con víctimas de los minados, y cerró su alocución con un pedido simple: “Tenemos que ponerle humanidad a las cosas que decimos”.
Tan simple como disruptivo. Pedirle humanidad a la política, cuando están de moda los discursos que deshumanizan al otro.
Evelyn Matthei llegó con una estrategia y la cumplió. Vestida de blanco, sonriente, se salió de la línea de fuego para hablar de un país donde se viva mejor y nos tratemos con más cordialidad. Hasta pidió que Chile sea más “entretenido”, una palabra que sonaba fuera de tono en medio del cuadro oscuro que pintaban otros candidatos.
Sin levantar la voz ni perder el tono amable, desarmó la odiosidad de Enríquez-Ominami (“estás más solo que un dedo”) y desnudó la fragilidad programática de Kast; su conversación sobre recortes de gasto pareció la lección de una paciente profesora de matemáticas a un alumno que no había hecho su tarea.
El momento crucial llegó cuando Franco Parisi la atacó por el Kiotazo de 1992 y la acusó de “traición” contra Piñera. Matthei hizo una dramática pausa de cinco segundos, una eternidad en televisión, como si estuviera decidiendo si mantener su tono constructivo o desatar su furia. Matthei o Evelyn. Ganó Evelyn.
Y en su respuesta, reconoció que “he tenido errores”, que con Piñera “ambos nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado”, que “lo lindo es que volvimos a armar una relación”, y que “eso queremos para los chilenos”.
Y cerró usando el mismo concepto de Harold. “Eso es lo humano”, dijo.
La humanidad, invocada con acierto para responder a dos momentos límite en un debate de alta tensión. No es poco.
Y parece que funcionó. Según la misma encuesta, Matthei y Mayne-Nicholls fueron los menos criticados por los televidentes (sólo un 4% consideró a cada uno de ellos como “la mala sorpresa” del debate).
En el neto de impresiones positivas versus negativas, ambos fueron los únicos que mejoraron su percepción pública: +9 en el caso de Harold, y +7 en el de Evelyn. En contraste, el balance de ME-O fue de -25; el de Jara, -20; el de Parisi, -14; Kaiser, -12; Kast -4, y Artés, 0.
Por supuesto, una golondrina no hace verano. Pese a su buena performance, ambos candidatos cargan con serias debilidades. Mayne-Nicholls no tiene hasta ahora una campaña digna de tal nombre ni un equipo que lo sustente; Matthei ha conducido una candidatura errática y caótica.
Y por cierto, una cosa es la opinión de quienes vieron el debate (2,4 millones de personas, con casi 1 millón de audiencia promedio) y otra, la de los votantes menos interesados en la discusión política. Ser bien evaluado en un debate no necesariamente se traduce en ganar votos.
Pero haber presentado esta mirada desde la humanidad ya es un éxito.
Y que la campaña electoral chilena haya completado su primer hito con tranquilidad y sin contratiempos, es razón para el optimismo.
En este convulso 2025, no es poco.
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