Opinión

Pensamiento crítico y democracia

Foto: Referencial/Aton Chile. DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

Vivimos en una época donde la información abunda, pero el juicio escasea. Nunca antes fue tan fácil acceder a noticias, opiniones, datos, cifras. Y, sin embargo, nunca fue tan difícil distinguir lo verdadero de lo falso, lo argumentado de lo emocional, lo ético de lo meramente conveniente. En este escenario, el pensamiento crítico se vuelve un imperativo moral y político para cualquier sociedad que aspire a tener una democracia floreciente.

Pensar críticamente no significa desconfiar de todo ni convertirse en escéptico profesional. Implica desarrollar la capacidad de analizar, comparar, cuestionar y comprender el mundo más allá de slogans, fake news o prejuicios. Consiste en distinguir entre hechos y opiniones; en saber que no todo aquello que “circula” en redes es cierto, que no toda persona en posición de autoridad tiene necesariamente la razón, y que las buenas intenciones no bastan para justificar proyectos, decisiones o acciones.

El pensamiento crítico, en esencia, es profundamente ético: obliga a considerar las consecuencias de nuestras decisiones, a reconocer la complejidad de los dilemas morales, a no contentarnos con respuestas facilistas frente a problemas difíciles. Permite participar con responsabilidad en la esfera pública, resistir discursos demagógicos o populistas, y dialogar constructivamente.

En Chile, donde los niveles de polarización, desinformación y desconfianza institucional han llegado a ser importantes, esta capacidad ciudadana no puede seguir siendo escasa. Se requiere con urgencia que las personas no repitan inconscientemente lo que oyen, sino que comprendan y ponderen lo que dicen; que no solo reaccionen, sino que reflexionen; que más que hablar fuerte, piensen claro.

¿Estamos preparados para ese desafío? Lamentablemente, no. Nuestro sistema educacional sigue centrado en la memorización y la repetición textual. Las salas de clases rara vez son espacios de elaboración de ideas y argumentación lógica, menos de pensamiento independiente y auténtico debate. La filosofía y la ética han sido minimizadas en los programas de estudios. Se instruye en responder pruebas, se enseña poco a formular preguntas relevantes.

Fuera del aula, los medios de comunicación privilegian el impacto sobre el contenido, y las redes sociales recompensan la inmediatez antes que la profundidad. En suma, la ciudadanía no está recibiendo las herramientas indispensables para resistir la manipulación, evaluar prudentemente las políticas públicas, o formular opiniones informadas sobre temas complejos que afectan a la sociedad.

Pensar críticamente es imprescindible para cuidar la democracia. Se trata de una competencia intelectual y una actitud ética. Mientras el sistema educacional chileno siga tratándolo como una excepción y no como un requisito fundamental, seguiremos contando con una ciudadanía más reactiva que reflexiva, más emotiva que racional, más manipulable que verdaderamente libre.

Por Álvaro Pezoa, Director Centro de Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, U. de Los Andes

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