Perú y el Presidente

Perú responde críticas de Boric


SEÑOR DIRECTOR:

Cuando el entonces Presidente peruano Castillo pretendió dar un fallido golpe de Estado, hubo variadas declaraciones de parte de los diferentes países del hemisferio; algunas muy militantes. Chile reaccionó de una manera mesurada y de acuerdo a lo que ha sido la política tradicional llevada a cabo por la Cancillería ante el vecino del norte.

Sin embargo, al escuchar las declaraciones del Presidente Boric en la reciente reunión de la Celac, parece que ese cuidado histórico quedó en algún cajón de La Moneda, y la obligación constitucional de la ministra de Relaciones Exteriores de ser la principal consejera del jefe de Estado en el ámbito exterior fue botada al tacho de la basura.

Todos lamentamos las muerte de ciudadanos peruanos que participaban en diferentes manifestaciones públicas. La triste realidad de esas muertes, fruto del enfrentamiento de variados grupos con la policía, debía ser lamentada si se resolvía tocar la materia. Resultaba lógico hacer una declaración de solidaridad con las víctimas y sus familiares, así como expresar la esperanza de que Perú pueda encontrar un camino de solución a la grave crisis institucional y social que está viviendo. Pero de ahí a agregar juicios políticos acerca de lo que sucede en el vecino del norte, hay una gran y perjudicial diferencia.

A mayor abundamiento, los juicios políticos sobre la realidad peruana resultan a todas luces inconvenientes, toda vez que el problema no visualiza tener una solución. Basta con hacerse una pregunta primaria: si lo que se solicita es cesar de inmediato al Ejecutivo y al Parlamento, junto a la renuncia de los miembros de la Corte Suprema, ¿quién hará el llamado a elecciones y quién velará por sus resultados? Después de los dichos presidenciales, ¿estamos en condiciones de ofrecer una asistencia técnica en materia electoral? Indudablemente no.

Ya son demasiados los desaciertos chilenos en el campo internacional. Se le está haciendo un daño irreparable al país. Es hora de que la ministra de Relaciones Exteriores o quien la suceda ejerza a plenitud ante el Presidente su obligación de asesorar y ejecutar una política exterior que tenga en consideración los reales intereses del país y, al mismo tiempo, que cuente con el coraje de representar en cada oportunidad la inconveniencia que el residente de La Moneda se dé gustos personales en el campo de la diplomacia.

Demetrio Infante Figueroa

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