Opinión

¿Qué es el boricismo?

Imagen: Presidencia. marcelo segura

El último Presidente de la República que pudo sonreír la noche de una elección presidencial fue Ricardo Lagos. En 2006, el triunfo de su exministra Michelle Bachelet marcó el traspaso final del poder entre líderes de ese unicornio histórico llamado Concertación de Partidos por la Democracia.

Desde entonces se ha repetido la misma cadencia al ritmo de cuatro años, como un baile de salón con una estricta etiqueta de pasos. Una performance insuficiente en la primera vuelta, un triunfo claro en el balotaje, la euforia de creer haber clavado la rueda de la fortuna, una ambiciosa llegada a La Moneda, un breve lapso de gobierno efectivo, un desastre político que pone abrupto fin a su impulso, y años de inmovilismo e impopularidad mientras ven como la oposición impone la agenda y el clima político, hasta el fin previsible: una derrota que obliga a traspasar la banda a esa oposición que les ha hecho la vida imposible.

Es el signo de los tiempos, en gran parte de América y el mundo: las oposiciones ganan. La rabia contra quien sea que tenga el poder es el principal motor del electorado.

Y esos golpes se han vuelto cada vez más abruptos. El 2009 fue un giro sutil, del concertacionismo de Bachelet al centrismo inofensivo que prometía Piñera: apenas una Concertación más eficiente y menos corrupta, que le copiaba hasta el arcoíris de colores al oficialismo saliente. En 2013, con el ciclo de impugnación ya iniciado, el asunto fue más abrupto. Bachelet volvía a hacerse cargo de la agenda estudiantil con un programa de transformaciones estructurales. En 2017, Piñera 2.0 ya no se andaba con cosas: ahora la promesa era ideológica, de contrarreforma para desandar el camino de la Nueva Mayoría. Y en 2021, Boric se subía al árbol para otear un nuevo Chile, refundado desde su raíz.

De la centroizquierda a la centroderecha. De la centroderecha a la izquierda. De la izquierda a la derecha. De la derecha a la izquierda radical. ¿Y de la izquierda radical a…?

Según el consenso de los analistas y las encuestas, la derecha está cerca de un triunfo inédito en la historia democrática del país: son favoritos para ganar la presidencia de la República, y posiblemente sumar el control de la Cámara de Diputados y el Senado.

Algunos incluso pronostican los cuatro séptimos de ambas cámaras, lo que les daría un poder superior al de la izquierda en la Convención; podrían reformar a su antojo la Constitución. Algo así como una Asamblea Constituyente de cuatro años, sin tener que pasar por la molestia de un plebiscito ratificatorio.

No sabemos aún el resultado de hoy, pero sí sabemos cómo ha sido la campaña. Y esta vez, la letra, la música y los pasos de baile los ha puesto en su totalidad la derecha extrema.

Hay nuevas verdades reveladas, dogmas que no deben ser cuestionados. Carabineros y militares habitan en el paraíso de la perfección. Sus acciones no pueden ser discutidas ni debatidas para mejorarlas. Bala o cárcel, porque, contra toda evidencia, en el caos de un operativo real, tienen un sexto sentido superior que les permite discriminar sin error alguno entre delincuentes y ciudadanos honestos.

La celebración de las ejecuciones extrajudiciales, y la canonización de agentes acusados de horribles actos contra civiles, son uno de los aspectos más escalofriantes de esta campaña.

Tampoco cabe debate racional alguno acerca de la inmigración y las medidas para enfrentarla. Todos -mujeres, niños, ancianos, todos- se irán presos, todos expulsados, todos metidos quién sabe cómo arriba de miles de aviones obtenidos quién sabe de qué manera rumbo a quién sabe dónde.

Se habla de estados de sitio y leyes marciales, mientras se atiza la nostalgia autoritaria y reviven señales que parecían superadas hace tiempo, como el indulto a los criminales de Punta Peuco, o la celebración del pinochetismo al entonar el Himno Nacional.

Y esa es la gran derrota de la presidencia de Boric, independiente de los resultados de este domingo. Es un gobierno que arrió sus banderas y presidió el mayor giro cultural hacia la extrema derecha que haya vivido Chile desde la dictadura.

Se podrá argumentar que esto no es más que el reflejo de una ola mundial, una marea de derechas radicales que llega a nuestras costas como antes lo hizo a Estados Unidos, Argentina, El Salvador, Italia y sigamos contando.

Pero el presidente Boric hizo poco y nada por contenerla. Antes del 4 de septiembre, por su desprolija instalación, por querer gobernar con un cuatro de los votos de la primera vuelta, por exiliar a la centroizquierda a la lejanía de los círculos concéntricos, y por amarrar su suerte a un plebiscito incierto.

Y, después del 4 de septiembre, por haber sido incapaz de un retroceso ordenado, y por haber arriado sin más las banderas del progresismo, renunciando antes de darlas a batallas que parecían ganables de cara a la opinión pública, en temas como isapres, AFP, litio, colusiones, impuestos o aborto. No fue una retirada táctica: fue un sálvese quien pueda que dejó al progresismo sin línea de defensa alguna.

El programa de gobierno de Jeannette Jara no incluye una sola reforma estructural. Es más tímido que cualquier programa de la Concertación. La izquierda se encamina a algo más grave que perder una elección; parece haber perdido la fe en sus propias convicciones.

Jara ya aseguró el tercio oficialista y comenzó a alejarse del presidente para ampliar en algo esa exigua base electoral. Nada nuevo bajo el sol; es lo mismo que intentaron antes Sichel, Guillier y Matthei. Ninguno lo logró.

Boric, en tanto, se regocija alimentando su enfrentamiento con Kast, una relación que conviene a ambos. A Kast para ganar la elección como el anti-Boric. A Boric, para ganar el liderazgo de la futura oposición como el anti-Kast. Una sincronía perfecta en la que no hay un papel para Jara.

Y ahí está la paradoja. Como líder, Boric saldrá intacto de La Moneda, con un tercio del electorado en su bolsillo y tiempo de sobra para apostar al fracaso del nuevo gobierno y dejar que la nostalgia haga lo suyo. Pero como proyecto político, la idea que encarnó su presidencia está muerta y enterrada.

En el sálvese quien pueda post 4 de septiembre, Boric se salvó a sí mismo. Pero, ¿qué más se rescata del naufragio de su gobierno? Si Boric renunció a su proyecto, entonces ¿qué representará el boricismo desde 2026, más allá de la simpatía a una persona o la nostalgia de lo que pudo ser?

Por ahora es un misterio. Un significante vacío.

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