
Robert Prevost, mi recuerdo de un líder pastoral en Chiclayo

Desde la llegada de Robert Prevost a la diócesis de Chiclayo en 2015, su figura generó una percepción inicial de seriedad, pero pronto quedó claro que su verdadera esencia era mucho más humana y cercana. Su carácter dialogante, su actitud no autoritaria y su justicia en la resolución de problemas, reflejaban un liderazgo inspirado en la empatía y el compromiso profundo con el sufrimiento ajeno.
Este pastor, con una formación teológica sólida e intelectual, no se quedó en los autos de su oficina. Como Francisco, caminaba en medio de su pueblo, recorriendo las zonas andinas de Lambayeque para estar en contacto directo con las comunidades, celebrar la eucaristía y escuchar a quienes más lo necesitaban. Su vida estuvo marcada por acciones concretas: organizar ayudas, solucionar problemas y acompañar a los más vulnerables.
Su opción preferencial por los pobres quedó reflejada en cada uno de sus gestos. Desde la organización de asambleas diocesanas y trabajos en equipos pastorales, promovió la participación activa de los laicos en la misión de la iglesia. En 2018, con la llegada masiva de migrantes venezolanos a Lambayeque, no dudó en conformar la Comisión de Movilidad Humana y tratar a las personas como dignas hijas e hijos de Dios.
Durante la pandemia, su liderazgo fue clave para salvar vidas. La adquisición de plantas de oxígeno y el impulso de campañas humanitarias permitieron atender a quienes más lo necesitaban en momentos críticos. Además, su presencia constante en las zonas afectadas por fenómenos meteorológicos como El Niño o Yaku, y su trabajo a través de Cáritas, demostraron su compromiso con el bienestar social y la protección de los más vulnerables.
Su preocupación por la formación de los laicos, su impulso por la sinodalidad y la celebración de asambleas diocesanas fortalecieron la comunidad eclesial en Lambayeque. Como vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y monitor de la movilidad humana a nivel nacional, su liderazgo trascendió las fronteras diocesanas, dejando huellas imborrables en la labor social de la Iglesia peruana.
Su cercanía con el clero, su justicia ante los excesos y su esencial humanidad hacen de él un referente en estos tiempos. Un pastor que no solo predicaba desde el pulpito, sino que caminaba con su pueblo y hacía de su misión un acto de amor concreto y transformador.
Por Augusto Martínez Ibáñez, coordinador de la Comisión de Movilidad Humana y trata de persona de la Diócesis de Chiclayo.
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