Opinión

Secreto de confesionario

Jonnathan Oyarzún/Aton Chile JONNATHAN OYARZUN/ATON CHILE

No hemos sido capaces de decidir el futuro de Chile con determinación y salir de una vez por todas de la incertidumbre, sequedad económica, miedo y malestar que tanto nos aquejan. La contienda presidencial iba a ser entre Jeannette Jara y José Antonio Kast. Sin embargo, irrumpió Franco Parisi con un caudal de votos que lo tuvo a “nada, nada, nada”, como él dijo, de pasar a la segunda vuelta. Dos millones y medio de votos es una cantidad de tal relevancia, que resulta inexplicable que nadie lo viera venir.

Pero, más allá de constatar el fenómeno, el problema es que tampoco resulta predecible hacia quién irá a dar ese escurridizo botín –si es que ejercen su derecho a voto- el próximo 14 de diciembre. Los candidatos se han lanzado a su captura. Jara ha optado por pasar aún más el uslero sobre una masa con excesiva levadura, y hoy en su regazo acoge propuestas que abarcan desde Artés a Kaiser, pasando por ME-O, Matthei y Mayne-Nicholls (¡haberlo hecho antes!). El resultado es que ha abandonado toda identidad política, excepto su militancia comunista que, para colmo, promueve exactamente lo contrario de lo que ella ofrece. Es decir, un magnífico cuadro de cinismo, o una táctica de infiltración de manual marxista para seducir incautos o crédulos, como si los ciudadanos fuésemos “auquénidos metamorfoseados que aprendieron a hablar, pero no a pensar”, parodiando una célebre sentencia del almirante Merino. Kast, por su parte, ha resuelto enfrentar el desafío con una urgencia callejera al estilo de lo que fue la UDI en los tiempos en que era un partido popular, al tiempo que prefiere no exponerse y evitar debates en los matinales u otras audiencias. Como quiera que sea, estamos ante una elección enteramente distinta a la de la primera vuelta, donde el universo de votantes ya no es de 13 millones sino de 2.5, si el resto se mantiene constante.

Los especialistas en interpretación de voluntad electoral, hoy venidos a menos, insisten en distribuir los votos de Parisi en favor de Kast o Jara en función de estadísticas, no obstante parecer claro que la definición de principios de esos votantes con alguna corriente de derecha o izquierda es inexistente y que, en todo caso, se inclinarían por el mal menor respecto de sus convicciones. Nadie puede asegurar si mucha o poca gente fue seducida por el eslogan de campaña de “ni fachos ni comunachos”, o si se sintió atraída por el llamado al caos legislativo que auguró Pamela Jiles, que bien pudo haber inspirado una variación de la novela de García Márquez en “La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”. Tampoco se sabe si a los electores les fascina el carisma de Parisi y su desfachatez para desafiar a sus oponentes con una actitud indisciplinada, arrogante, campechana y directa, tan personalista y pasajera como lo fue en la elección anterior. Parisi no vive en Chile y “Bad boys” no le da de comer.

En resumen, lo único cierto hasta ahora es que una quinta parte de los electores pertenecen a una categoría que los cuatro quintos restantes de los ciudadanos, incluidos los candidatos, desconocemos dramáticamente. Secreto de confesionario.

Por Álvaro Ortúzar, abogado

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