SEÑOR DIRECTOR

Mientras asistía a las votaciones del hemiciclo senatorial de este martes, resistiendo la emoción, imaginando lo mejor para mi hija, reflexionaba cuanto he cambiado yo.

Cuando nos elegimos como familia, nada nos separó. Las dificultades que hemos vivido de nuestra condición adoptiva y de situación de discapacidad no nos detuvo para seguir adelante. La discriminación nos acompañó en todo momento, por ser familia homoparental, adoptiva, en situación de discapacidad y de piel morena. Ya sabíamos que es durísimo ser diversos. Porque ampliar la mirada, valorar al otro, reconocerlo en su integridad como ser humano, requiere no solo de empatía y valentía, requiere profesar el verdadero amor. Sobrepasar nuestras expectativas, transformarnos como personas, mirar realmente al otro, integrar nuestra mirada con otra vida. Cuando por fin pude verla y acogerla, ya me imaginaba que nuestro camino sería aún más largo. Como persona en el mundo del derecho, valoro la protección jurídica. Como jueza de Familia, debo visibilizar todas las infancias. Pero pesar de todos los esfuerzos desplegados por tantas incansables almas, no podrá ser protegida en la ley de identidad de género. Aunque por etapa de desarrollo lo necesite y merezca, porque es muy vulnerable.

Y a pesar de lo importante del momento que se vivía en nuestro país, no podía celebrar. Sin todos los niños, no puedo celebrar; no se construye sociedad. Cómo celebrar si sé que como jueza no la puedo ver ni proteger.

Pensaba que este martes, el discurso del amor triunfó sobre el del odio. Pero no fue suficiente para transformarnos a todos. No fuimos capaces de ver a nuestros niños. Ser trans es eso, dejar el adultocentrismo y transitar al mundo de la niñez. Ser trans es reconocer como propia la diversidad del otro. Ser trans, me ha transformado en un mejor ser humano, valiente, cercano, benevolente. Ser trans me obligó a revisar mis propios estereotipos de género, mi rol como mujer y madre.

Luisa Hernández Muñoz

Jueza de Familia y madre trans