Opinión

¿Soñamos con fábricas?

TRAIMAK.BY

En una reciente columna, ‘Soñamos con fábricas, vivimos con materias primas’, Cristián Valdivieso se preguntaba por qué algunos sectores políticos nacionales soñaban con industrias, mientras desatendían el hecho esencial de que Chile es, ante todo, un país de recursos naturales. ¿Por qué soñar con algo que no somos y no, por el contrario, aprovechar aquello que somos? ¿Por qué querer ser Alemania si podemos apostar por una Noruega? La pregunta no es nueva, pero no por eso deja de ser fundamental reflexionar sobre ella.

Considero que esa pregunta está, sin embargo, mal planteada para nuestro país, porque no se trata de elegir una ruta o la otra, como si tuviéramos solo una bala y dos objetivos a los que apuntar. La dicotomía no es fábricas o recursos naturales, sino quedarnos en la pasividad de lo que existe, o apostar por crear valor.

Tomemos el caso de Noruega (al cual Valdivieso hace mención) y comparémoslo, por ejemplo, con Inglaterra. Ambas descubrieron petróleo en sus territorios marítimos en los 1960s, pero, a partir de ahí, sus estrategias de gestión del recurso fueron totalmente diferentes. Inglaterra, en el periodo de Margaret Thatcher, apostó por una mera pasiva re-distribución de recursos: los ingresos fiscales extraordinarios, a partir los impuestos a la explotación privada del petróleo, le permitieron bajar los impuestos a la renta y a las empresas en la economía interna, sin tener que aumentar el déficit fiscal. En otras palabras, los ingresos del crudo fueron utilizados como mecanismo de compensación para bajar los impuestos a los ricos. No se creó valor, solo se re-distribuyó lo existente.

Noruega, por el contrario, tomó cartas en el asunto y creó una arquitectura estatal robusta para la explotación y gestión estratégica del recurso. El Parlamento aprueba en 1971 el denominado “Principio de diez mandamientos” de la gestión del petróleo, donde se defiende que sería el Estado quien debería controlar la industria del crudo. En 1972 se funda Statoil, la empresa estatal de exploración, extracción y comercialización del petróleo. Durante los 1970s hacia adelante Statoil comienza activamente a colaborar con empresas transnacionales en diversas operaciones, pero siempre con participación mayoritaria del Estado en las licencias estratégicas. En este sentido, las inversiones extranjeras eran bienvenidas, pero siempre que se adecuaran a normativas que permitieran transferencia tecnológica, inclusión de proveedores locales en la producción, y coparticipación del Estado.

A su vez, para darle sostenibilidad en el largo plazo al patrón de crecimiento, el gobierno creó un enorme Fondo Soberano, para evitar inestabilidades cambiarias y diversificar la canasta de inversiones en el largo plazo.

Noruega, en otras palabras, no distribuyó rentas hacia los más ricos, sino que creó riqueza y valor a partir de su recurso.

A la vista de estas experiencias, concuerdo con Valdivieso de que Noruega puede servir de un modelo para nuestro país (en particular atendiendo a los intentos -con éxito algunos y sin éxito en otros- de crear energías limpias y diversificar su producción hacia la sostenibilidad), y del cual debiésemos buscar aprender las correctas lecciones.

Incluso si tomamos a Chile como ejemplo, no podemos obviar el rol empresarial del Estado en sentar las bases del modelo exportador vigente. Las primeras grandes empresas de procesamiento de celulosa en Chile, Celulosa Arauco y Celulosa Constitución, fueron creadas por la CORFO a partir de un rol empresarial del Estado. El Plan de la Fruta a fines de los 1960s, empujado por CORFO y el INDAP para modernizar el sector frutícola para la exportación, fue clave para el posterior giro exportador. Otra vez, vemos un Estado empresarial y robusto, buscando crear valor y no solo apropiarse de rentas extractivas.

Valdivieso señala que hay una dicotomía adicional en su análisis: entre elites de Santiago y las redes productivas en regiones, las primeras supuestamente críticas con los recursos naturales, y las segundas orgullosas de eso. Es correcta la dicotomía entre lo que sucede en Santiago y las regiones, pero no por las razones que esgrime Valdivieso.

Santiago es el centro financiero-comercial donde diversos grupos económicos exportadores tienen sus sedes. Estas últimas se caracterizan por sus estructuras verticales, bajísima innovación y por gozar de enorme poder de mercado sobre pequeños agricultores de regiones, lo que les permite acumular rentas no solo de la extracción de recursos naturales, sino esas redes asimétricas con pequeños proveedores.

La ceguera de las elites santiaguinas (económicas y también comunicacionales) ante esa realidad es nítida, y se vio prístinamente reflejada cuando una candidata a la presidencia, buscando justificar los altos costos de la Viña Concha y Toro ante representantes de agricultores, argumentó que se debían a la propaganda que realizaba internacionalmente. Los agricultores regionales le respondieron. Señalaron que la candidata no entiende que la industria en regiones crece a partir de, en las palabras de representantes de Agricultores Unidos, la “extracción de renta a costa de los productores”.

Chile está lleno de dicotomías, pero creo que la que define nuestro presente es precisamente la que dio a entender, en ese foro, el agricultor de región a una candidata de Santiago: apropiación de rentas o creación de valor.

Por José Miguel Ahumada, académico, Instituto de Estudios Internacionales, U. de Chile.

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