Tratado de paz Chile-Argentina
SEÑOR DIRECTOR:
Se han cumplido 40 años desde la firma del Tratado de Paz entre Chile y Argentina. Varios homenajes y ceremonias han tenido lugar en los últimos días, pero el país está en deuda.
Al acertado manejo del conflicto por las autoridades de la época, debemos sumar el invaluable aporte que personas señeras, de enorme vocación patriótica y de servicio público, prestaron sin descanso para lograr el acuerdo final. Me refiero, entre tantos, a Hernán Cubillos, Ernesto Videla, Julio Philippi, Enrique Bernstein, Ernesto Videla, Santiago Benadava y tantos otros, que sería largo enumerar.
Me detengo en la figura de un prohombre del Derecho Internacional, con gran fama en todo el mundo, en temas marítimos, antárticos y de Derecho Internacional en general: don Francisco Orrego Vicuña.
Lo conocí como profesor en la Escuela de Derecho de la U. de Chile, y luego, durante mis estudios de postgrado en Londres, como embajador en Gran Bretaña y, también, como estudiante de doctorado, cuando me lo encontraba, muy tarde, en la Biblioteca del LSE, cuando debían echarnos para poder cerrar.
Obtuvo su doctorado con incansable esfuerzo, pues pasaba gran parte del tiempo en Roma, trabajando para el logro que ahora conmemoramos.
Hombre sabio, y de una humildad, generosidad y humanidad como nadie. Literalmente, casi dio la vida en sus empeños para lograr el Acuerdo de Paz. Nunca esperó homenajes ni agradecimientos, pese a que su inagotable labor, sin duda cooperó junto a otros, en el logro que hoy celebramos.
Llama la atención que, transcurridos 40 años, no existan ni siquiera calles que recuerden a estos verdaderos luchadores por la paz. Con la excepción de una muy corta en Pudahuel, que rinde muy modesto homenaje a Julio Philippi, no existe ni una que recuerde a estos grandes servidores públicos. Chile les debe un agradecimiento perpetuo.
Rodrigo Cooper Cortés