Un cuento chileno

Foto: Mario Tellez/La Tercera


Desde hace tiempo, y con más fuerza a partir del 18 de octubre, viene diciéndose que vivimos un neoliberalismo desenfrenado, en el país más desigual del mundo, donde el Estado y sus servicios sociales han sido desmantelados y los chilenos están abandonados a su suerte. Se logró instalar la idea de que sin una nueva Constitución no podríamos salir de esta situación.

Los datos rebaten esta aseveración. Tenemos el ingreso per cápita más alto de la región, la pobreza más baja y somos el país de la OCDE con mayor movilidad social. Los ingresos de los más pobres aumentan más que los de los ricos. En la región hay ocho países más desiguales que Chile, según Cepal, y estamos calificados como de alto desarrollo en el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, disputando con Uruguay el primer lugar de la región. Ni la Cepal ni el PNUD son que yo sepa antros de neoliberalismo.

Pero los datos no importan, lo que importa son las sensaciones, y ellas dicen que hay un dramático descontento y por ello ha ocurrido en Chile un estallido social, según afirman quienes han alentado y justificado el uso de la violencia como expresión política desde el 18 de octubre.

No es propósito de esta columna extenderse en discutir ese diagnóstico. Ya habrá tiempo para ello. Lo que me motiva hoy es la crisis sanitaria que nos asola y ahí es cuando todo ese relato sobre un Chile despiadado que deja a su gente abandonada a su suerte se me transforma simplemente en un cuento: un cuento chileno.

¿Cómo es posible que esta tierra tan ingrata con su gente, con un sector público desmantelado y precario, sea de los países que mejor ha manejado en todo el mundo la pandemia del Coronavirus? Simplemente porque todo lo que se decía es falso. Chile, que a comienzos de los setenta tenía los peores indicadores de salud de la región(esperanza de vida al nacer, desnutrición, etc.) tiene ahora, después del neoliberalismo, los mejores. Nuestra esperanza de vida es más alta que la de Estados Unidos, la desnutrición infantil ha desaparecido y nuestro sistema público de salud, con sus carencias y atrasos, logra mantener esos indicadores por su extensa cobertura nacional y por la calidad de nuestra medicina. Que se necesitan más recursos es cierto, como en la mayoría de los países del mundo, según ha quedado demostrado.

¿Y nuestra Constitución, la que nos impedía dar una salud digna a los chilenos? Bueno, ahí está, vivita y coleando, brindando herramientas jurídicas, como el Código Sanitario y los estados de excepción, que permiten al país afrontar esta pandemia con el Estado asignando las prioridades y liderando esta gran cruzada para salvar vidas de chilenos que hemos protagonizado en estos días. Los chilenos, en su mayoría, hemos aceptado restricción temporal de nuestras libertades y el sector privado colabora con recursos y solidaridad. Lo demás es un cuento.

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