Un nuevo ciclo de inestabilidad política: ¿Estamos a tiempo de prevenirlo?
En la antesala de una elección presidencial polarizada, marcada por liderazgos que despiertan adhesiones intensas y temores profundos, es urgente mirar más allá del resultado electoral. Ya sea que gane Jeannette Jara o José Antonio Kast, Chile podría enfrentarse a un nuevo ciclo de alta conflictividad social, no por los programas de gobierno en sí mismos, sino por la forma en que sectores organizados del país leerán esa victoria como una oportunidad o una amenaza existencial. Y la institucionalidad, tal como está, no tiene herramientas suficientes para encauzar esos impulsos.
Si gana Jara, el impulso refundacional de ciertas izquierdas se sentirá validado. Es probable que diversos movimientos, colectivos y corrientes que han operado en los márgenes de la política formal, incluso a contrapelo de Jara, interpreten su triunfo como la apertura de una ventana corta —pero crucial— para copar espacios del Estado, presionar por una agenda más regulatoria, identitaria y de control económico, y tensionar las fronteras del orden democrático tradicional. No será una izquierda moderada la que busque impulsar estas transformaciones, sino una que entiende el poder como una herramienta para redibujar las reglas del juego.
Si gana Kast, en cambio, el escenario será otro, pero no menos inquietante. La izquierda extraparlamentaria y los movimientos sociales radicalizados, muchos de ellos con experiencia territorial y redes internacionales, se verán tentados a impulsar un ciclo de movilización que podría superar con creces la intensidad del estallido social de 2019. La narrativa será simple: frenar el “retroceso autoritario”, enfrentar “la amenaza ultraconservadora”, y defender los supuestos avances sociales “arrebatados”. Se verá al nuevo gobierno como ilegítimo moralmente, incluso si triunfa democráticamente.
En ambos casos, se trata de un país que puede entrar en un nuevo espiral de inestabilidad, alimentado por sectores que desprecian el centro político o las depreciadas consignas de diálogo, gradualidad y equilibrio de poderes (deslegitimadas por los mismos actores que las promueven). Y la tan discutida reforma al sistema político —aunque necesaria— llega tarde y no ataca la raíz del problema: la desconexión entre las élites institucionales y una ciudadanía que ya no cree en las reglas del juego tradicionales.
¿Qué hacer entonces? La respuesta no está solo en el Congreso ni en la política tradicional. El mundo empresarial, los gremios, los sindicatos, las universidades, las iglesias, los medios y las ONGs deben salir de su zona de confort. No basta con “jugar institucionalmente”. Deben articular un nuevo tipo de activismo: uno contractivista, con sentido público, que defienda las bases de un desarrollo sensato, sostenible y democrático.
Se trata de fomentar una ciudadanía activa, que entienda que sin privados no hay bienestar, que sin alianza público-privada no hay inversión ni innovación, que sin eficiencia estatal no hay derechos sociales viables. Hay que articular y promover los cientos de movimientos de base que hoy valoran el mérito, el orden, el respeto por las reglas, y la colaboración entre sectores para derrotar la corrupción, destrabar proyectos paralizados por un activismo permisológico miope, mejorar servicios públicos y garantizar oportunidades reales en regiones.
Algo de esto se vivió durante la campaña del Rechazo al primer proceso constitucional, donde sectores diversos de la sociedad civil se coordinaron con eficacia para defender una visión de país más realista. No fue una defensa del statu quo, sino una afirmación de que las transformaciones deben hacerse con responsabilidad, no desde el vacío ni la furia.
Chile necesita hoy más que nunca una sociedad civil articulada, propositiva y militante. No basta con votar cada cuatro años. Debemos construir una ciudadanía activa que le ponga freno a los extremos, que defienda el pluralismo y que entienda que el futuro no se juega solo en La Moneda, sino en cada barrio, empresa, universidad y organización intermedia.
El nuevo ciclo no está escrito. Pero si no reaccionamos ahora, lo escribirán otros —y no con el tono ni la tinta que este país necesita.
Por Juan Cristóbal Portales, académico UAI.
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