Opinión

Viaje al fin de la rumba

Yaidy Gárnica

El horroroso asesinato de la ciudadana venezolana de 43 años Yaidy Garnica Carvajalino por uno de sus vecinos, en la comuna de Cerro Navia, es uno de esos eventos que, en un mismo movimiento, reflejan distintos rasgos y problemas del orden social donde acontecen. Ella se encontraba el domingo pasado, junto a un grupo de compatriotas, celebrando el Día del Padre en su hogar durante la tarde, con el volumen de la música muy alto. Al parecer, no era el primer conflicto por ruidos molestos, y no había caso con lograr mediación por las autoridades. Eso explica que las cosas escalaran rápido: cerca de las 10 pm un grupo de residentes chilenos se agolpa en la entrada de la vivienda exigiendo silencio, a lo que sigue un enfrentamiento con los festejantes, el que termina cuando un hombre ingresa al domicilio con una escopeta y dispara, impactando en el cuello de Yaidy, la que, frente a sus hijas, se desangra hasta morir. Según testigos, la ambulancia se demoró 40 minutos en llegar. El vecino que le disparó, cuya arma estaba inscrita, se entregó a la policía y permanecerá en prisión preventiva hasta el juicio.

Si uno revisa las reacciones en distintas plataformas virtuales a este terrible hecho, lo que predomina son chilenos justificando al asesino y expresando agotamiento respecto del abuso del espacio acústico por parte de los venezolanos. También, por cierto, hay personas de distintas nacionalidades destacando correctamente que el tema del ruido es un asunto de educación, y que muchos chilenos son igualmente molestos y ruidosos. Lo que al parecer no le extraña especialmente a nadie es la reacción violenta de la comunidad. Es claramente un asunto que tiene a demasiados residentes urbanos hasta la coronilla. Tampoco genera sorpresa la ausencia de mediación institucional, por parte de algún tipo de policía, respecto a la disputa, ni que la respuesta de los equipos de salud fuera tan lenta. Son condiciones que comparten la mayor parte de los habitantes de Chile.

¿Qué nos transmite este caso? Primero, la crisis de civilidad y convivencia que atraviesa nuestro país desde hace bastante tiempo. La combinación de malos modales, agresión y justicia por las propias manos, que creció exponencialmente durante el estallido social, cuando cada cual se sintió justificado de actuar guiado no por la ley, sino por el propio gusto. Y la reivindicación de la violencia, por sobre cualquier tipo de diálogo, como mecanismo de solución de conflictos. Un círculo infernal de flaitismo generalizado que niega autoridad y capacidad a las policías para ejercer el control, tanto como hace depender todo el orden social de su presencia.

Luego tenemos una dimensión de la crisis migratoria que rara vez es discutida: el deber de los migrantes de respetar la costumbre local, en vez de intentar imponer la propia. La filosofía multiculturalista del progresismo lo niega, pero lo cierto es que todo el que se traslada a vivir a un espacio dominado por otras formas culturales debe adaptarse a ellas, por mucho que extrañe las de su patria. La práctica de la “rumba” predominante en Venezuela y otras áreas del Caribe, que se traduce en una saturación permanente del medio auditivo, no tiene cabida en Chile, así como tampoco debería tenerlo el uso que en esos países se hace de otros bienes y espacios públicos. Esto tiene que ser comprendido y asumido por quienes migran, y debería ser claramente explicado por las autoridades pertinentes.

Chile necesita volver a ser un país respetuoso de la ley, con aspiraciones de mayor cultura y civilización. Nos ha hecho muy mal la idea de que la libertad es que cada uno haga lo que le plazca y sálvese el que pueda. Izquierdas y derechas han contribuido a la degradación con sus propias versiones de estos principios. Lo que debe venir es una restauración conservadora: de los modales, de la autoridad y del respeto por servicios, espacios y bienes públicos. Todos, de alguna manera, lo sabemos, incluidos los migrantes honestos, para quienes es especialmente importante ser recibidos por países donde predomine el Estado de Derecho. Y no es de “ultraderecha” ese anhelo, como pretenden inculcarnos algunos académicos en campaña.

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