Opinión

Votar nulo, blanco o “tibio”

Votante.

En el año 2023 fue que el sistema de voto obligatorio redebutó con candidatos de carne y hueso -antes fue un plebiscito entre las opciones Apruebo y Rechazo a una nueva Constitución-, y el resultado fue preocupante: 2,5 millones de chilenos votaron nulo o blanco, lo que representó el 21,5% de los sufragios, uno de los más altos de la historia contemporánea electoral de la región.

Ríos de tinta corrieron entonces para intentar explicar esta alta desafección, que se tradujo en una crisis de legitimidad del nuevo proyecto constituyente, el que también fue rechazado por la ciudadanía el mismo año, en un nuevo plebiscito.

Hoy, con el llamado de Óscar Landerretche a votar nulo, vale la pena volver a reflexionar respecto de qué significa esta opción, ahora en el marco de una elección presidencial clave y polarizada.

A grandes rasgos, los votos nulos y blancos corresponden a tres tipos de electores. El completamente desafecto, que va a votar por temor a una multa; el que está en contra del sistema en sí, y va a expresar esa frustración; y, el que teniendo una identidad dentro del sistema, siente que la oferta actual no lo convoca. Este último es el caso de Landerretche, el que es, además, el más cuestionable desde una perspectiva de ética y responsabilidad pública.

Quienes están desafectos de la política en general o del sistema político actual, tienen sus motivos, y los políticos de oficio proveen de crecientes nuevos argumentos para mantenerse en estas posturas. Después de todo, son testigos de diálogos institucionales circulares, donde las autoridades se culpan unas a otras, dándose cachetadas de payaso o con anuncios altisonantes, sin resolver los problemas. Para ellos tiene algún sentido la distinción entre votos nulos y blancos, pues los primeros tienden a manifestar rechazo y los segundos indiferencia, aunque jurídicamente tienen el mismo efecto, pues se restan de los votos válidamente emitidos con los que se componen los porcentajes. Ante estos fenómenos, poco se puede hacer en el corto plazo, pues se trata de un grupo más bien solidificado con los años y más o menos inmune a las campañas.

Pero, el tercer grupo es clave en esta contingencia, pues se trata de electores que históricamente han manifestado preferencias y que pueden decidir el destino de una elección, y un país, que es lo que parece estar en juego en las elecciones de noviembre y diciembre.

Es por eso que molesta cuando dirigentes que ocuparon altos cargos públicos manifiestan livianamente que votarán nulo, en lugar de jugarse por la opción que consideran menos mala, como vamos a hacer cientos de miles de ciudadanos. El gesto está lejos de representar a los desafectos, sino que es una expresión frívola de un individualismo rampante y elitista que solo demuestra que quienes están arriba en la pirámide social sufren menos que los de abajo, pues siempre pueden huir, acomodarse o esperar a que pase el chaparrón bajo el techo de sus privilegios. Al final, sus trayectorias vitales están desconectadas de las decisiones políticas, las cuales no afectan su estatus social.

Además, es un gesto prematuro, pues la papeleta a anular todavía no conforma toda la oferta disponible, y la elección a dos bandas entre Jeannette Jara y José Antonio Kast es todavía una probabilidad y no una certeza. Eso, pues puede aparecer en el horizonte un tercer nuevo candidato o que Evelyn Matthei sobreviva a agosto y no la bajen antes del plazo de inscripción de candidaturas, con lo que tendría la chance de ser la carta que congregue a los tibios, quienes -por volumen- pueden construir una triste y nueva mayoría. Triste, pero al menos responsable.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile

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