¿Y si la inmigración hubiera sido ordenada?

Venezuelan migrants walk at a square after using an illegal crossing at the border with Bolivia in the Colchane area, Chile, February 8, 2021. REUTERS/Alex Diaz NO RESALES NO ARCHIVE

La inmigración ordenada y medida es muy buena para los países, pero cuando esta se convierte en un flujo desordenado y sin fin, puede generar daños profundos a sus ciudadanos.



La crisis en Colchane y las historias humanas detrás de la misma nos hacen preguntarnos cuál será la mejor política y cómo reaccionar tras el drama humano que implica esta migración.

Lo primero que es necesario poner en claro, es que hay dos razones fundamentales que nos hacen estar en medio de esta crisis, la primera es que existen países como Venezuela, Haití, Cuba, Perú o Bolivia, donde sus ciudadanos sufren condiciones de pobreza, persecución y acoso que los hacen optar por dejar todo lo que poseen atrás y querer comenzar desde cero en otros países; y que existen países como Chile, donde existe libertad, oportunidades de empleo y de emprendimiento suficientes para que los habitantes Venezuela, Haití, Cuba, Perú o Bolivia busquen en él cumplir sus sueños y encontrar mejores perspectivas de vida.

Debemos por tanto concluir, que parte de nuestro problema, es que nuestro país brinda las oportunidades suficientes para que sea un destino deseado por muchos, pese a lo que puedan creer muchos de quienes hoy se toman las calles y prenden fuego a todo lo que pillan, y que creen que aplicar las políticas públicas de Venezuela, Cuba, o Bolivia es la solución a sus problemas.

Lo segundo, es que, tal como sucede en todos los países que de una u otra manera han sido exitosos y brindan oportunidades a sus ciudadanos, sus Estados deben estudiar concienzudamente las políticas de inmigración que aplicarán, más allá de la crisis humanitarias que puedan estar sufriendo otros países, pues es deber del estado cuidar de sus ciudadanos.

La inmigración ordenada y medida es muy buena para los países, pero cuando esta se convierte en un flujo desordenado y sin fin, puede generar daños profundos a sus ciudadanos.

Durante los últimos cinco años, entraron a Chile más de un millón cuatrocientos mil extranjeros que se asentaron y construyeron vidas en nuestro país. De estos, aproximadamente un 60% tiene entre 18 y 45 años (equivalentes a un 10% de la fuerza de trabajo), y por tanto se convirtieron en sustitutos para los trabajadores chilenos. Un cálculo muy bruto nos indica que, de no haber llegado estos inmigrantes a Chile, la tasa de desempleo antes de la pandemia hubiera sido cercana a 0%, lo que implica que los salarios habrían sido bastante más altos y por tanto, muy probablemente, las condiciones de vida de los chilenos mejores. Tanto mejores, que… podríamos llegar a preguntarnos si hubiera existido un 18 de octubre.

La verdad dicha, incrementos rápidos y excesivos de inmigrantes que pueden constituir sustitutos al empleo de los chilenos generan desequilibrios en el mercado del trabajo, entre otros mercados, que pueden terminar generando el empobrecimiento de nuestros ciudadanos.

Tanto es así, que los países de la Unión Europea, que tan preocupados han estado de la inmigración y de recibir a aquellos que sufren en sus propios países, han fijado cuotas de inmigración que alcanzan 31 mil personas anuales en Alemania (cuya población alcanza 83 millones de habitantes), 24 mil en Francia (67 millones de habitantes) y 15 mil en España (47 millones), mientras en Chile entraron 200 mil inmigrantes en 2020 cuando nuestra población sólo alcanza 18 millones de personas.

Ciertamente algo está mal con nuestra política de inmigraciones, y aún cuando nos llegue al corazón la crisis humanitaria de nuestros países vecinos, no podemos olvidar que en nuestro país aún existe mucha población en pobreza y desempleo, y que la caridad empieza por casa.

-La autora es Economista Jefe de Dominus Capital

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