Azzarth Maveth, la conductora del Transantiago que es popular en redes sociales: “En el hogar del Sename donde crecí, conocí a mujeres que me ayudaron mucho”




Dentro de la jornada laboral de Azzarth Maveth (27) como conductora del Transantiago hay saludos de los pasajeros, pero también peticiones de fotos. “La primera vez que me preguntaron si se podían tomar una foto conmigo me pareció muy raro”, cuenta Azzarth, quien en TikTok suma más de 97 mil seguidores. En la plataforma comparte su día a día como conductora de transporte público a través de videos de humor y también respondiendo dudas de la gente.

Azzarth llegó a residencias del Sename a los nueve meses. Su papá tomó la decisión tras el abandono de su madre: “Mi papá no puede mover el 74% de su cuerpo producto de un accidente en moto que tuvo a los 20 años. No podía cuidarnos a mi hermano y a mí, así que nos internó. Siempre ha sido un buen papá, presente, hasta el día de hoy. Le agradezco lo que hizo, fue muy responsable”.

La residencia de María Ayuda en la que estuvo desde los 5 a los 19 años quedaba en una parcela en Maipú, rodeada de terminales de las recordadas micros amarillas. El ruido de los motores fue una constante en la vida de Azzarth, lo que la llevó desde muy pequeña a soñar con conducir. “Imaginaba que manejaba en la carretera, era lo único que quería hacer. Pero a esa edad nunca se me pasó por la mente trabajar como conductora”, recuerda ella.

¿Cuál fue tu primer acercamiento con el mundo de los buses de transporte?

Tenía 7 u 8 ocho años. En el hogar nos dormíamos a las 21:00 hrs., pero ese día eran las 22:00 y nosotras seguíamos jugando. Mis compañeras me habían pintado la cara de payaso, estábamos leseando. Una de las cuidadoras –o “tías”, como les decíamos– se enojó, me dejó afuera y me tiró un balde de agua fría a las 12.30 de la noche, más o menos. Lloraba y gritaba para pedir ayuda. Al otro día la acusé, pero no me creyeron. Dos días después llegó uno de los conductores de micro al hogar a preguntar qué había pasado, dijo que había escuchado que le tiraron agua a una niña y que después se puso a llorar.

¿Cómo viste, siendo una niña, lo que hizo ese hombre?

Fue un ángel para mí, porque ya habían pasado dos días del episodio. Cualquier se habría olvidado, pero él se quedó pensando en lo que escuchó y decidió actuar. Después de eso, despidieron a la cuidadora y me pidieron disculpas.

Luego de eso, ¿generaste alguna conexión con los conductores del terminal vecino?

El caballero les contó a sus compañeros que la parcela era un hogar de menores, así que para las festividades, como el 18 de Septiembre, por ejemplo, nos llevaban empanadas. También dejaban que las tías no pagaran pasaje cuando salían con muchas niñas al médico. Cuando pasé a la media, compraba cosas para hacer sándwiches y se los vendía con té o café. Al final se generó una conexión que me hizo estar siempre cerca de ese mundo. Por eso siempre me gustaron las micros, crecí con ellas.

Cuando cumplió 19 años salió de la residencia de María Ayuda y entró a estudiar Técnico en Enfermería, pero la carrera no la convenció, así que se puso a trabajar en el retail para vivir sola. “Tuve trabajos esporádicos, hasta que trabajé en una tienda por cinco años. Nació mi hijo Facundo y quise aprender a manejar y comprar un auto para no andar con él en micro. Desde ahí siempre rondó en mi cabeza la idea de hacer el curso de manejo profesional A3″, cuenta Azzarth, quien está a punto de cumplir un año trabajando en el Transantiago.

¿Qué hizo que te decidieras?

Un amigo de mi hermano trabajaba como conductor. Siempre que lo veía, le decía que cuando me despidieran haría el curso. Hasta que eso pasó en la pandemia. Me quedé sin trabajo y aproveché para inscribirme al curso gratis, porque estaba cesante. Mi papá tenía miedo de que me pasara algo manejando buses, así que no trabajé de inmediato como conductora. Un día me llamaron de una empresa para hacer una prueba y me encantó. Estuve moviendo los buses en un estacionamiento y lo único que quería era salir a la calle.

¿Cómo fue la primera vez que te enfrentaste a la calle como conductora de transporte público?

Había dos pasajeros esperando en el primer paradero. Les abrí las puertas esperando feliz para saludarlos. Se subió uno, me miró y se bajó. Después se subió el siguiente, me saludó y se quedó en el bus. Fue frustrante. Me sigue pasando que a veces la gente me queda mirando sorprendida porque soy mujer, joven y manejo un bus, pero ya no se bajan.

¿Te toca mucho lidiar con el estereotipo de la mujer que maneja?

Si en algún momento se me acerca un pasajero y me dice que manejo mal, me va a doler, pero eso no ha pasado. Por el contrario, las personas me felicitan cuando se bajan, me dicen “lo haces súper bien”, con el pulgar para arriba. Desde chica pensé que no hay trabajos que son solo para mujeres y otros para hombres.

Imagino que por eso mismo quisiste mostrar tu día a día en redes sociales…

Un día se me ocurrió subir un video a TikTok por diversión y el tercero que hice se viralizó. No dimensioné que pegaba tanto el hecho de que las mujeres conduzcamos buses. En el trabajo me apoyan, les gusta. No pensé que me iba a ir tan bien.

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“Las mujeres de mi vida”

Nunca ha sido de las personas que niegan sus orígenes. Para Azzarth es importante recordar dónde creció y sentirse orgullosa de la persona que es gracias a eso. Así también ha fortalecido el vínculo con María Ayuda, donde ha sido voluntaria para orientar e inspirar a las niñas que viven en las residencias. Durante la cuarentena, en reemplazo de actividades presenciales, realizó charlas por Zoom: “Les expliqué cómo postular a los subsidios de vivienda, como lo hice yo. Ellas se emocionaron, me decían que les mostrara mi casa. Me gustaría tener más tiempo para dedicarme a eso y enseñarle a mi hijo de dónde viene su mamá”.

Y es que en esa residencia generó lazos con profesionales del hogar, con madrinas, psicólogas, la directora. “Mi madrina, sobre todo, ha sido un apoyo fundamental para mi desde que me fui”, cuenta. Allí también encontró una de las relaciones más lindas de su vida. “Fue con mi mamá adoptiva. Ella trabajaba ahí y cuando yo tenía 13 años renunció para cuidarme, para tener un vínculo cercano conmigo. Para un Día de la Madre le llevé un regalo y le pregunté si quería ser mi mamá. Ahora no solo es una gran mamá, sino una excelente abuela para mi hijo. Siempre ha estado ahí para mí. Tenemos una súper buena comunicación. Viajamos al sur a visitarlos. Mi hijo y yo somos uno más de la familia.

“En el hogar me portaba medio mal. Súper mal, en realidad”, confiesa riendo. “Algunas personas del hogar decían que por mi forma de ser, desordenada, no iba a llegar a ningún lado, pero mi mamá me defendía. Ella fue la que siempre creyó en mí. Eso ha sido una de las cosas que me ha entregado que más me ha marcado, además de que ha estado en todo el crecimiento de mi hijo”, agrega.

En redes sociales cuentas abiertamente que viviste en hogares del Sename. ¿Crees que eso ayuda a desmitificar la idea que se tiene de las personas que pasan por esas residencias?

Me gustaría poder cambiar esa imagen en algún momento. La gente escucha la palabra Sename y piensa en personas drogadictas, que viven en poblaciones o que no terminan el colegio; solo cosas negativas. Pero no es así. Hay mucha gente que se ha podido superar, ha sacado sus carreras y ha hecho su vida.

Pronto, el tiempo de Azzarth Maveth se dividirá entre su vida personal, el trabajo y los estudios, porque se matriculó en Ingeniería en Mecánica y Electromovilidad Automotriz, un paso más para seguir viviendo su sueño: “Me gustaría dedicarme a lo que sea, pero vinculada al transporte. Quizá nací para manejar”, remata después de un turno de mañana que partió a las 5AM.

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