Conocerse en la calle: “Me pasó en bici y se devolvió para hablarme”




“Hace cuatro meses estaba caminando por el centro en búsqueda de un regalo de cumpleaños para mi mamá. Ese día, me acuerdo como si fuese ayer, me sentía particularmente bien. Habían pasado siete meses desde mi ruptura con mi ex pareja y sentía que al fin estaba logrando transformar la pena y la tristeza en otra emoción. Veía con mayor perspectiva y estaba logrando, aunque de a poco, canalizar el dolor. Al fin, desde que había decidido cerrar ese episodio en mi vida, estaba visualizando un presente mejor.

Ese día estaba vestida con una falda verde brillante y una camisa blanca, y esa misma sensación de bienestar y esperanza se reflejaba en mi manera de caminar. Lo sé porque en una pasé por una ventana y me vi en el reflejo del vidrio y me sentí orgullosa de mí misma. Estaba tranquila y eso se notaba en mi postura y gesticulación corporal. Al fin, pensé, estaba volviendo a confiar en mí. Todo eso iba articulándose en mi cabeza cuando vi pasar, en dirección opuesta a la mía, a un tipo de pelo largo, rulos, jockey y tatuajes en el brazo derecho. Iba en bici y en ese segundo en el que nuestros caminos se cruzaron –mientras yo caminaba hacia un lado y él andaba hacia el otro– nos miramos fijamente. Tanto así que en un punto me puse nerviosa y tuve que desviar la mirada.

A los pocos metros me detuve frente a una vitrina, porque vi un objeto que me llamó la atención, y aproveché de digerir la escena que había recién vivido. Me acuerdo que pensé ‘¿quién habrá sido él y qué onda lo intensa de su mirada?’, pero lo dejé pasar. En mi cabeza, había sido una atracción fugaz callejera, como las hemos sentido millones de veces a lo largo de nuestras vidas. No le di más vueltas, no pensé en mirar hacia atrás y me decidí a entrar a la tienda. Y justo cuando lo estaba haciendo, sentí que alguien me tocó amablemente en el hombro. Casi sabiéndolo, pero tratando de regular las expectativas, me di vuelta en búsqueda de su mirada. Y ahí estaba, parado justo detrás mío, con la bici en mano.

No recuerdo muy bien si logré disimular mi sonrisa, pero la verdad es que me habría dado lo mismo. Estaba entusiasmada por verlo de nuevo, o quizás intrigada por ver qué me quería decir y por qué se había dado la vuelta para buscarme. Titubeó un segundo y luego dijo: ‘estoy buscando una calle, ¿me ayudas?’.

Dejé pasar unos segundos y exploté en una risa nerviosa; se había dado la vuelta en bici, me había parado en la mitad de la calle para preguntarme algo, y lo que se le ocurrió decir fue eso. Y yo, a su vez, no podía no detenerme a escuchar. Ya estaba ahí, intrigada y con ganas de conocer más a este desconocido divertido.

Saqué entonces el celular, abrí la aplicación de Google Maps y le pregunté qué calle buscaba, como para seguirle el cuento. Y antes de responder, me dijo ‘qué linda tu falda’. Le dije gracias y seguí en la búsqueda. Al poco rato, como si no tuviese el control de sus palabras, me contó que estaba buscando esa calle porque iba a ver a un amigo. Yo, también sin pensarlo, le conté que trabajaba por ahí cerca y que justo estaba en un descanso buscando un regalo para mi mamá. Le mostré el objeto que había visto en la vitrina y le pregunté si le gustaba. Me dijo que sí pero que conocía una tienda a unos pasos que vendían antigüedades y cachivaches varios, que quizás ahí podía encontrar más opciones del mismo estilo. Deben haber pasado 10 minuto de conversación fluida antes de que me pidiera mi teléfono. Y ahí, tras un titubeo veloz, opté por pasárselo. Me había parado para preguntarme algo y terminé pasándole mi número de celular. Todo me parecía muy gracioso.

Esa noche me puso ‘que lindo encuentro’. Y a los dos días me escribió para saber en qué andaba y si quería salir a pasear. Lo pensé ahí y lo sigo pensando; creo que si no hubiese sido tan directo con sus intenciones, no habría accedido. Y así partió nuestra historia.

Ahora lo pensamos y nos da risa. Él me confesó rápidamente que se había dado la vuelta para buscarme, porque se había sentido profundamente atraído por mi mirada. La búsqueda de la calle era una excusa. Yo rápidamente le confesé que siempre lo supe, pero que me había encantado que se acercara, pese a que quizás en otro contexto lo habría encontrado raro. Esa vez, le dije, valoré su valentía y su determinación.

Y es que cuántas veces hemos dejado pasar situaciones así por miedo a ser vistos como raros, ‘psicópatas’, o por tener cosas supuestamente más importantes que hacer. Es muy fácil decir ‘fue algo fugaz, callejero, no da para más’, y probablemente sea cierto, pero también existe la posibilidad de acercarse a alguien que te llama la atención, sin ser insistente o invasivo por supuesto, y teniendo en cuenta que la otra persona puede no estar en la misma. Eso me parece un ejercicio honesto que no muchos nos atrevemos a hacer. Y que él lo haya hecho naturalmente, me encantó.

Quizás por eso, pese a que en otra instancia no me habría abierto a la posibilidad, o hubiese evitado a toda costa interactuar con un desconocido en la calle, sentí las ganas de quedarme, de escucharlo, y de estar abierta a cualquier posible desenlace”.

Marisol Bergen (45) es enfermera y madre de dos.

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