Contra viento y marea: lo difícil de criar sola




“En 2012, y después de once años de matrimonio, me divorcié de Alberto, el padre de mi hijo Nicolás y decidí venirme con él a vivir a la Región de los Ríos. Y aunque llegamos básicamente con lo puesto, creo que era y sigue siendo la mejor decisión. Mi ex, sin embargo, nunca estuvo de acuerdo. En Santiago vivíamos en Vitacura, Nicolás iba a un colegio privado y teníamos bastantes lujos. Cuando nos mudamos, mi ex marido no hizo ningún aporte para su crianza y solo se encargó de decirme que ahora viviríamos como ‘lo pobres’ y sin sus ‘privilegios’.

Más allá de sus comentarios, yo confiaba en que podíamos vivir sin todas esas comodidades. Aposté por una vida tranquila.

Después de un año, cuando se dio cuenta de que no volveríamos y que nuestro hijo era feliz acá, comenzó a pagar la pensión de alimentos. Vino un par de veces a verlo y se fueron de vacaciones a la costa, pero se fueron distanciando cada vez más. Mi ex tuvo una buena época y fue un arquitecto brillante, pero se convirtió en alcóholico. Por sanidad física y mental, Nicolás decidió cortar toda relación con él. Hace más de cinco años que no hablan.

Es muy triste y difícil estar en el medio intentando todo el tiempo no llenar de rabia e inseguridades a mi hijo, pero tengo que tener fuerzas para hacerlo, porque lo último que quiero es que se convierta en un adulto dañado.

Por otro lado, cuando Nicolás tenía 11 y yo 40, conocí a Matías. Tuvimos una relación abierta y puertas afuera. Yo era muy cuidadosa en que mi hijo no viera que yo tenía encuentros con él. Obviamente usé métodos anticonceptivos, pero tal como me dijo mi ginecólogo, fui el 0,01% de las mujeres que quedan embarazadas igual. Yo no quería ser mamá otra vez, y menos a esa edad, pero ya tenía tres meses. Matías me manifestó que el no quería ser padre y desapareció de mi vida.

Mi embarazo fue bien difícil, pero siempre estuve acompañada por mi madre y familia. A las 35 semanas nació Elisa, y cuando ya tenía un año apareció Matías. Dijo que quería aportar económicamente y ser parte de su vida, pero eso nunca pasó.

Mi hija sufre hasta el día de hoy por su falta. No lo conoce y él no tiene ningún interés por hacerlo. Si bien aporta algo de dinero, eso no es suficiente, porque a Elisa le falta lo más importante: tener un padre.

Después de mi historia de vida solo me queda reflexionar sobre lo difícil, duro e injusto que es dejar toda la carga a la madre, esa madre que ama desmesuradamente a sus hijos pero que no tiene un solo momento para ella. Y aunque algunos padres se escudan en su aporte económico, no entienden lo que es ver a tus hijos enfermos y velar su sueño a veces por semanas, o tener que ayudarlos con trabajos de artes o matemáticas aunque no tengas idea de cómo hacerlo.

Por un lado es fabuloso no tener que lidiar con esa otra persona que te jode por una cosa o por la otra, pero el abandono total es duro. Las inseguridades de mis hijos por no tener un padre presente son evidentes, y por más que hago todo lo que está en mis manos para ser suficiente, hay un vacío enorme que yo no puedo llenar. No sirve de nada que me digan que soy bacán, una super mamá y súper mujer, porque siento que no es así. Me falta el respiro, y lo peor es que las falta a ellos también por culpa de alguien que no está”.

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