Culpa por no querer tener hijos: “A la sociedad le falta entender que no hay egoísmo detrás de la decisión de no ser madre”




Miedo, dolor, culpa. Tres condiciones psíquicas que dan ganas de desafiar, “porque todas han venido a impedir que transgredamos los escenarios designados por la sociedad para las mujeres, como las funciones naturalizadas del cuidado de los otros”, dice el estudio La experiencia de la maternidad en mujeres feministas, realizado por la corporación Casa de la Mujer en Colombia. Y es que si lo miramos en perspectiva, ¿podría la maternidad moderna ser una decisión altamente influida por mandatos designados por nuestra sociedad?

Puede sonar como que estamos hablando del mundo al revés, si consideramos que debiera ser una opción absolutamente personal. Pero lo cierto es que la decisión de llevar en el vientre a otro ser vivo, en realidad no es tan nuestra. “Si yo no quiero ser madre y lo primero que me preguntan es si soy infértil, ya me están negando el derecho a vivir mi sexualidad de manera no culposa y lejos del escrutinio”, dice Daniela Acevedo, integrante del colectivo de Psicólogas Feministas de la Universidad de Chile y especializada en maternidades en el servicio público: “Y es que el haber sido criadas para hacer ese trabajo desde pequeñas, y aún así, sentirse extrañas por no querer hacerlo, provoca que cuando te sientas lista para escoger por ti misma aparezcan las desilusiones y caídas de las expectativas de nuestro entorno, partiendo por las familias que bombardean con la insistencia”.

Este es el comienzo de un túnel de culpabilidad por no ser madres, cuyo fin no está garantizado si se tienen niños. Carolina Rodríguez (30) lo aprendió en su pre-adolescencia, cuando se fue dando cuenta que una de las razones de su nacimiento parecían venir de “la necesidad que tenía mi madre de ser valorada, donde mi llegada surgió producto de la idea de salvar su matrimonio en un momento en que más encima, todos en la familia la criticaban por ser la única sin hijos. Viví escuchando que ‘yo había nacido para arreglarlo todo’, o que si alguna vez me iba de casa, ‘el matrimonio terminaría’. ¿Cómo no iba a desarrollar una culpa permanente para el resto de mi vida?”.

Esa experiencia la llevó a decidir no ser madre, pero sin poder escapar del túnel de la culpa: “Siempre viví tan encerrada en la casa y sin exponerme al mundo por cumplir los deseos de mis padres para salvar su relación, que desperdicié toda mi juventud y boicoteé todos mis planes. Recuerdo que no me dejaban salir porque ellos no querían estar solos enfrentándose en la casa, y eso al final produjo que para todas mis decisiones yo misma me pusiera la soga al cuello. Si algo me estoy ahorrando al no querer ser mamá, es seguir sintiéndome culpable por todo lo que pueda pasarle a otro”.

Para entenderlo, Herminia Gonzálvez, Doctora en Antropología, especialista en género y cuidado, y docente de la Universidad Central, explica que “las mujeres somos doblemente castigadas por lo que hacemos y lo que no hacemos, y en una sociedad ‘familista’ como lo es la chilena, romper con el mandato del cuidado hace ruido, pero lo que en realidad se está haciendo es reivindicar el derecho a no cuidar de otro si no queremos o no nos sentimos capaces”.

Ese derecho, según Mariana Gaba, directora del Departamento de Género de la UDP, es uno que la sociedad a veces olvida que tenemos, porque “hay una ecuación simbólica a nivel cultural que te dice que ser mujer es ser madre efectiva o madre en potencia. Desde que te llega la regla te ven como una madre ambulante, y si no lo queremos hacer, los juicios comienzan a recaer en nuestros cuerpos y existencia”. Eso pasa cuando te preguntan si no quieres ser mamá porque eres infértil, o porque tienes muchos problemas personales, entre otras suposiciones, ya que según Constanza Zapata, psicóloga clínica de la Red de Psicólogas Feministas, “aún se entiende la maternidad como una condición innata de las mujeres, olvidando todos los factores culturales asociados a ella, una creencia completamente ciega con la realidad y que es la base de la desigualdad”.

Una verdad falsa, que sí puede afectarnos de manera más grave en nuestros momentos más vulnerables. Los efectos preocupantes de señalar a las mujeres que no quieren ser madres como “no mujeres”, se ven cuando “las presiones sociales y el miedo a hacerle daño a alguien por su personalidad están en su punto máximo”, explica Daniela Acevedo. Esto suele pasarle a las mujeres con cargas emocionales muy complejas, e incluso a quienes pueden tener un diagnóstico psíquico importante como la depresión o el trastorno bipolar, porque hay un miedo constante a que te enjuicien que abre más la posibilidad de sucumbir ante las presiones”.

A Giselle le sigue pasando hasta el día de hoy, pese a haber sido diagnosticada con depresión hace once años: “¿Alguna vez pensé en ser madre cuando chica? De todas maneras. Pero ese deseo se esfumó el día en que tuve un aborto espontáneo, y le agradecí al universo no haber traído a un niño a este mundo. Mi vida no se adaptaba a la maternidad, en momentos en que si yo no era capaz ni de cuidar mi salud mental, jamás iba a poder formar a otra persona. He llegado a pensar que estoy mal por no querer serlo, porque aunque sé que la depresión no es un inhabilitante para cuidar a otra persona, me asusta el desestabilizarme, o el que a veces no pueda levantarme de la cama, y aún así por el patrón social de ‘madre’ me juzgarán de egoísta”.

La clave para entender que no hay egoísmo en una decisión así, está en la perspectiva que, según Mariana Gaba, tienen los estresores de la maternidad: “Este ‘destino’ que algunas mujeres pueden decidir no tener para cuidar su salud mental, tiene que ser problematizado por las prácticas maternales que estamos teniendo culturalmente, y dejar de asumir que ser mamá es un estresor por nuestras propias condiciones. El conflicto existe porque se nos impone una especie de corsé que hace que nos tengamos que justificar a nosotras mismas y nuestra forma de ser todo el tiempo, y eso es lo que realmente afecta la salud mental”.

Muchas veces Giselle se sintió culpable por no ser mamá, pero no contó la verdadera razón de su decisión. “Me estoy ahorrando el sentirme culpable en caso de que me venga una crisis emocional y no poder estar presente para una hija o hijo si no puedo estarlo para mí primero. Pero la gente no lo entiende así y juzga sin conocerte. Luego si llego a serlo algún día, me culparán por no hacerlo ‘bien’. Lo más doloroso, es que no es que no me gusten los niños, es que la gente no entienda que porque el rol maternal no sirve para mi vida y no me sienta capaz de hacerlo, no estoy siendo egoísta” cuenta.

Ese escrutinio social es el “verdadero desafío para la salud mental de las mujeres, porque se te exige socialmente y de manera interiorizada que uses las herramientas que hoy tenemos para responder a estos mandatos de perfección maternal”, explica Mariana Gaba, a lo que Daniela Acevedo agrega que “como sea que hagas el ejercicio, tu actuar siempre va a estar en cuestión. La madre ideal debe ser tranquila, jamás gritar y lo que sea que ocurra con los hijos, es su culpa. Si toda la responsabilidad está bajo escrutinio pase lo que pase, ¿qué ganas dan de tener un hijo?”

Hay que partir por priorizar la salud mental sacudiéndose ciertos estereotipos. “La puerta de entrada para trabajar el desarrollo emocional de las mujeres también fue a través de los hijos”, dice Daniela y agrega: “porque se empezó a problematizar lo que estaba recibiendo la infancia, y no lo que de verdad necesitaban las mujeres incluso antes de querer ser madres”. Mucho de eso influye también en que no se valide que una mujer quiera poner primero su bienestar antes que las responsabilidades llenas de culpas. Para Paz Vidal (36) eso fue determinante en su decisión de no ser madre, porque vio esa experiencia en su propia mamá.

“Ella fue madre soltera de dos hijos a los 21, y a lo largo de mi vida pude apreciar lo fuerte que es la responsabilidad de criar y todas las posibilidades que se le fueron cerrando. Ahora, que puedo entender lo que vivió y nunca trató en pos de su bienestar, sé que lo pasó mal emocional y económicamente por cumplir con un estándar que te priva de oportunidades. Como a mi me diagnosticaron un trastorno bipolar hace un tiempo, decidí seguir un camino distinto al suyo, y priorizar mi bienestar, no el de un otro. Y está en ejemplos tan claros como el que una de las cosas que me ha permitido tener un tratamiento psiquiátrico, es no tener hijos, porque sino no podría pagarlo, a pesar de que tengo una buena calidad de vida”.

Y tomar esa decisión en tranquilidad es lo más importante que defender. Se puede partir por lo básico: darle valor a lo que cada mujer distinta está sintiendo en su interior. Herminia Gonzálvez explica que “el feminismo y la sororidad han servido de impulso también para analizar nuestras decisiones personales”, a lo que Constanza Zapata agrega: “es fundamental que en nuestras redes de apoyo podamos partir por cuestionárnoslo en paz. Las contradicciones están ahí para abrazarlas, permitiéndonos tenerlas, así como para escucharlas. Entonces si una mujer se está preguntando si desea ser madre, partir por entender por qué desea o no serlo”.

Giselle cuenta que para superar la culpabilidad de no querer ser madre, “el feminismo ayudó mucho a que pudiese entender que esta es una decisión personal, y que nadie me tiene que decir lo que tengo que hacer. Eso me hizo querer, por ejemplo, entregar el máximo de mis capacidades y dar todo el cariño que pueda a mis alumnos de pedagogía en inglés, a los que siento que de verdad puedo ayudar de alguna forma”. Paz Vidal lo entiende desde lo vincular, donde el amor puede trascender los roles impuestos. “Cuando se habla de que ‘los hijos son lo único por lo que uno daría la vida’, en realidad yo pienso que daría la vida por mi hermana, por ejemplo, o hay otras personas que darían la vida por sus mascotas, y así. Los actos de entrega más grande en realidad pueden ir más allá del concepto de familia tradicional, y no es como nos lo han hecho creer desde chicos”.

Eso que nos han enseñado a las mujeres, es un aprendizaje cultural que forma la laguna que ahoga nuestra toma de decisiones en las culpas, y hace que tengamos que estar dando explicaciones todo el tiempo. “Lo más probable es que las personas a tu alrededor te las pidan de manera directa o indirecta, o sientas que tienes que darlas porque en nuestra sociedad es tan ‘obvio’ el querer ser mamá, que la rareza de no querer serlo aparentemente lo amerita”, dice Mariana Gaba. “Es bueno tener registro de en qué instancias sociales nos estamos sintiendo convocadas a explicar, porque aunque una a veces pisa el palito, hay muchas salidas a esas situaciones. Lo importante es tener el poder de decidir qué hacemos con los juicios y cómo los respondemos”.

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