Erradicando a la machista: ¡Pobre papá!




La semana pasada me tocó llevar a mis hijos control con el pediatra. Mientras esperamos que nos atendieran, entró a la sala de espera un hombre con un coche, una guagua en brazo y una niña caminando al lado. La guagua estaba mañosa. No lloraba a gritos pero sí se quejaba. El papá se veía complicado mientras la trataba de calmar y en paralelo buscaba en un gran bolso los papeles que le pedían para el ingreso. Mientras lo atendían en el mesón, la guagua no aguantó más y se largó a llorar. Él entró es una suerte de colapso. Le pidió a su hija mayor -que en todo este rato lo tenía tomado de la pierna-, que se llevara el coche y el bolso, y lo esperara en la silla que estaba a un par de metros de distancia. La niña con cara de pena le hizo caso y él, una vez que terminó el ingreso se sentó a su lado con la guagua llorando y sacó un jugo en caja para la niña y una mamadera y un termo de agua para la guagua.

“¿Te ayudo?”, le pregunté a penas se sentó. Me miró con cara de extrañeza y me dijo que no me preocupara. Volví a mi silla con una sensación de incomodidad y me quedé pensando por qué le había ofrecido ayuda. Lo primero que pensé es que había sido muy desubicada, porque es obvio que en medio de una pandemia él no iba a dejar que una desconocida toque a una de sus hijas ni tampoco sus cosas. Y me di cuenta de que estuve tan angustiada todo el rato en que este hombre resolvía solo el tema con sus hijas, que ni siquiera evalué si estaba bien o no acercarme, solo lo hice.

Intenté también comprender por qué había sentido esa angustia y no encontré otra explicación más que porque se trataba de un hombre y no de una mujer. De hecho, esa noche me junté con una amiga y le conté lo que había pasado. Las dos dijimos “pobrecito”, como si el hecho de llevar solo a sus hijas al doctor fuese un gran peso para él. Cuestión que ambas –las dos somos mamás– hemos hecho muchas veces. Sin ir más lejos, ese día yo estaba sola con mis niños y uno de ellos había hecho una pataleta minutos antes.

Y hasta entonces no me había dado cuenta de lo normalizado que tenía ese prejuicio o estereotipo, pero la verdad es que lo hago mucho y lo veo mucho también en otras mujeres. Es bien habitual que cuando vemos a hombres solos a cargo de niños queramos ofrecerles ayuda, pero ver a una mujer sola con niños en el escenario que sea es normal. No se trata de que entre nosotras no nos ayudemos, de hecho el otro día en la plaza cuidé a la guagua de una mujer un ratito mientras ella llevaba al mayor de sus hijos al baño, pero el tema es la sensación que da ver a un hombre solo. Es como una mezcla de pena, pero también de orgullo. He dicho varias veces que se trata de un buen papá por el hecho de llevar a los hijos al doctor o a la plaza, cuando en realidad si lo pienso bien, no está haciendo nada más que ser padre.

Me pasa mucho con mi hermano también. Durante un año completo mi cuñada tuvo clases de baile los sábados por la tarde. Ese día teníamos la costumbre de juntarnos a almorzar todos en la casa de mi mamá, así que mi cuñada se iba y dejaba a mis sobrinas, de 1 y 3 años en ese entonces, con mi hermano. Recuerdo que en varias ocasiones pensé en él como un “pobrecito”, porque tenía que mudarlas o hacerlas dormir. Y muchas veces también le ofrecí mi ayuda en esas cosas, aunque yo estaba en la misma con mis niños.

Y claro, esa necesidad de auxiliarlos tiene que ver con roles de género muy marcados. En los últimos años cada vez hay más hombres que se reparten estas tareas con sus mujeres, pero no podemos obviar que por mucho tiempo fuimos nosotras las encargadas de la crianza y por muy pro que una sea, tiene inserto en el ADN esa estructura. Décadas atrás era muy difícil encontrar a un hombre solo con sus hijos en la sala de espera de un pediatra o en tantos otros lugares, pero qué bueno que esto esté cambiando. Ahora falta que nosotras también cambiemos y dejemos de mirarlos con pena, porque no están haciendo nada más que ser padres.

Valentina Hidalgo tiene 40 años y es arquitecta.

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