La culpa que sentimos cuando el sexo “falla”




En el 2015, académicos de la Universidad de Kentucky realizaron un estudio sobre la sexualidad femenina y develaron que de las 14.000 entrevistadas, un 66% sentía que era parcialmente o muy responsable de provocar o no la erección de sus parejas sexuales. El Ph.D y coautor del estudio, Ian Kerner, explicó posteriormente en un artículo en el medio estadounidense Women’s Health, que si bien a nivel social y cultural se ha reforzado la idea de que la excitación del hombre es responsabilidad de la mujer, su incidencia en una posible erección es casi nula.

“La disfunción eréctil puede deberse al cansancio, a la ansiedad, el estrés, a condiciones de salud, al consumo de medicamentos, drogas o alcohol, y muchas otras cosas. Todas que pueden afectar su funcionamiento incluso si está muy excitado por verte”, desarrolló. “No es responsabilidad de la mujer lograr que tenga una erección. Y el sexo en pareja no es unilateral. Aun así, si consideramos las maneras en las que nos comunicamos durante el sexo, con comentarios como ‘tu cuerpo me excita’ o ‘me estás calentando’, tiene sentido que las mujeres sientan esa presión y, en definitiva, que el desenlace de la experiencia sexual dependa únicamente de ellas. No es de extrañar que un pene blando se sienta como un rechazo”.

Si las dificultades sexuales no son responsabilidad de la mujer, ¿por qué nos sentimos culpables cuando las hay? ¿Por qué, además, seguimos pensando que existe una manera correcta de llevar la sexualidad, y que si no la logramos, estamos ‘fracasando’? Y es que sabemos que existe un imaginario hegemónico en torno a la sexualidad –que se mantiene y refuerza, entre otras cosas, por la inexistencia casi absoluta de una educación sexual integral, por la poca representatividad en los medios y en los productos de consumo cultural, y por la pornografía mainstream– que determina que debe ser de una sola forma y que le corresponde a ciertas personas y corporalidades. Pero cuando hablamos de que fallamos, le fallamos a esa norma.

Y es que, como explica la psicóloga del Centro Interdisciplinario de las Mujeres y especialista en sexualidad, Claudia Hurtado, es ese imaginario y esos estándares los que hacen que la mujer sienta dos tipos de culpa relacionados a la sexualidad: la del rendimiento y la del sentir. La primera hace que estemos en una actitud constante del complacer y que nos comparemos con la sexualidad normativa. “En ese complacer muchas veces no se conjugan los deseos propios con los del otro. Si estamos viviendo nuestra sexualidad desde ese lugar, obviamente vamos a sentir culpa”, explica. “Cuando hablo de comparaciones me refiero a las preocupaciones del tipo ‘no se le para’ o ‘no terminó’ o ‘no tenemos sexo con tanta frecuencia’, como si hubiese una sola manera de llevar la sexualidad. La culpa del rendimiento tiene que ver con no calzar con la sexualidad estereotipada”.

Por otro lado, está la culpa del sentir, que tiene que ver con cómo fuimos socializadas y las expectativas y exigencias sociales. “Si no sentimos nada somos frígidas y si sentimos mucho somos calientes. En esa categorización, no somos capaces de expresar lo que queremos, porque además no nos enseñaron que nuestro placer también importa. Nos culpamos entonces por sentir que queremos algo y nos cuesta pedir o expresar nuestro placer. Esto genera tanta presión que al final se da paso a una baja en el deseo sexual”. Y es que, como explica la especialista, la principal causa para que una mujer asista a terapia sexual es, justamente, la ausencia o disminución del deseo sexual.

De base, según explica, está el hecho que las mujeres no se sienten seres sexuales con los mismos derechos o necesidades que el hombre. Y por lo tanto, viven la sexualidad sintiéndose constantemente en falta.

Como explica la antropóloga de la Universidad de Chile y especialista en estudios de género y cultura, Carolina Franch, la sexualidad femenina se rige por una dicotomía muy establecida; las mujeres ‘libres’ y agentes de deseo adquieren el epíteto de prostituta, versus las mujeres contenidas, que viven la sexualidad en función del otro. “La culpa es uno de los mecanismos de control más efectivos de la sociedad machista. Es un dispositivo simbólico pero que tiene efectos muy concretos en la cotidianidad de las mujeres, para colocarnos siempre en nuestro sitio”.

Por eso, como explica la especialista, sea cual sea nuestra manera de vivir la sexualidad, nunca va estar exenta de culpa: “Siempre tenemos que transitar entre ser objeto de deseo pero jamás tomar la iniciativa. Porque si no, vamos a ser mujeres activas y eso también descoloca. La identidad hegemónica masculina establece que el hombre toma la iniciativa, entonces una mujer desinhibida puede incluso quitarle ese vigor sexual. Cuando somos conocedoras de nuestro cuerpo, nos terminan encasillando”, explica. “Esa sensación de culpa hace que no exploremos el placer femenino personal”.

Por lo mismo, como explica la autora, doula y activista estadounidense Adrienne Maree Brown en su libro Pleasure Activism: The Politics of Feeling Good (2019), recuperar nuestra plena vitalidad erótica y aquello que nos produce placer es un acto de rebeldía fundamental en la lucha contra la opresión y la marginalización de la mujer. “Si no establecemos esa conexión inicial, es difícil no concebir el placer como algo culpable al que recurrimos de manera oculta o secundaria. El placer es parte natural de la vida, pero para las mujeres, se nos ha vuelto algo ajeno”, detalla en su libro.

Y es que, como explica Franch, fuimos socializadas con la idea de que siempre, pase lo que pase, la responsabilidad es nuestra. De los cuidados, de alimentar, de que el otro sienta placer. “Lo que hacemos es carcomer y fagocitar las deficiencias del otro, como si fueran nuestras. Así una introyecta la culpa. No tendríamos culpa si es que no nos sintiéramos responsables. Así mismo, cuando las madres van al médico y les dicen que el hijo está con sobrepeso, las miran a ellas. Si nuestra pareja no tiene una erección, no nos sentimos lo suficientemente atractivas o cautivadoras. Finalmente nosotras somos un buen chivo expiatorio para cuando las cosas no funcionan”. Y la culpa, como explica, funciona bien porque es lo que permite que siga operando el mismo sistema sexo-género dicotómico. “Hay millones de razones por las que los hombres pueden no excitarse, que no tienen que ver con una, pero pensamos que fallamos porque además de culposas nos educaron para ser dóciles. No olvidemos que en la conformación de la masculinidad está la providuría y la potencia sexual. Fallar en eso es fallar en un pilar, por lo que siempre va ser más fácil responsabilizar a otro antes que asumir esa dificultad como propia. Además, nosotras nunca estuvimos puestas en el centro, y la sexualidad es uno de los ámbitos en los que la mujer está mayormente descentrada”, termina Franch.

Para concluir, Hurtado explica que la culpa nunca opera por sí sola. Usualmente viene acompañada de la confusión y la vergüenza, lo que a su vez da paso al silencio y a la reclusión. Por eso la clave está en la sororidad. “¿Cómo sería si tuviésemos más información y pudiésemos compartir nuestros relatos? De todas formas disminuiría la culpa y dejaríamos de vivirla en soledad. La sororidad no es para ser amiga de todas, es entender que una de las manera de mejorar nuestra experiencia de vida y salud mental es dejar de vivir en el relato único, para vivir uno colectivo”.

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