Lo que mi madrastra me enseñó: “A diferencia de lo que muestran las películas infantiles, no todas quieren quitarnos el amor de nuestro papá”




Hace tiempo que quería escribir estas líneas, pero por alguna razón no me animaba. Si bien estoy convencida de que quería hacerle una especie de homenaje a Luisa, hacerlo tan público no me acomodaba. Fue la semana pasada que viendo La Cenicienta con una de mis hijas que me animé. Porque me dio pena darme cuenta de que muchas niñas como yo, que son hijas de papás separados, crecimos -en gran parte por culpa de las películas infantiles- convencidas de que todas las madrastras eran malas, que nos harían la vida imposible y pelearían hasta el cansancio por quitarnos el amor de nuestro papá.

Mis papás se separaron y al poco tiempo él se emparejó con quien hoy lleva más de 40 años, una mujer muy dulce, preocupada, cariñosa y de una generosidad que he visto pocas veces. La Luisa supo “ganarse” -y me avergüenza decirlo- mi cariño y el de mis hermanos, quienes durante un buen tiempo nos empeñamos en hacerle la vida lo más difícil posible. Si nos preguntaba qué queríamos comer, le decíamos algo bien complicado y luego dejábamos los platos llenos. Si nos ofrecía hacer un panorama, nunca le decíamos que sí. Incluso una vez llegamos a esconderle por meses un reloj que mi papá le había regalado para uno de sus aniversarios. Verla angustiada buscándolo no nos daba ni el menor de los remordimientos.

Ella no tuvo hijos, pero siento que vivió la maternidad con nosotros. Nunca sabré si de haberlos tenido hubiese querido más a sus hijos biológicos, pero estoy convencida de que no hubiese hecho diferencias. Es que tiene un corazón tan grande y quiere tanto a mi papá, que me atrevo a decir que ha sido gracias a ella que hemos logrado forjar una relación cercana, de confianza y en la que no vivir todo el tiempo juntos casi no se nota. Ella logró darnos una segunda familia muy linda y preocuparse por armar dinámicas en las que la calidad del tiempo era mucho más importante y determinante que estar 24/7 juntos, sin necesariamente estarlo.

Hay temas en la adolescencia que a una amiga le quedan grandes, pero que tampoco una se atreve a hablar con los papás. Muchas veces una busca a alguien cercano, que te conozca, con una relación afectiva que quiera lo mejor para ti. Ese rol lo cumplió varias veces la Luisa, y en una etapa de la vida en que una tiende a alejar a los adultos, ella y yo nos volvimos muy cercanas. A ella le conté cuando tuve mi primer amor y fue en sus brazos que lloré mi primera desilusión.

Hoy muchas de mis amigas no pueden creer cuando ven a mi mamá juntarse con mi madrastra. Porque parte del trabajo de la Luisa ha sido acercarnos a tal punto de poder almorzar y pasar todas las Navidades y Años Nuevos juntos, como una sola familia. Y sé que es algo que no puedo dar por sentado, porque me ha tocado ver cómo papás de amigos o tíos viven peleando con su ex pareja e involucran a sus hijos en esas dinámicas, llevándolos a tener que armar todo tipo de artimañas para que no se vayan a cruzar en ninguna parte. Así es como he visto a tías llorando en el matrimonio de mis primos porque el ex marido bailó el vals con su pareja de turno y no con ellas o a amigas sufriendo porque su papá no fue a su graduación para no tener que compartir con su mamá.

En ese sentido me siento una afortunada, porque tanto mi mamá como mi “madrastra” pusieron otras cosas por delante y fueron capaces de mantenernos unidos. Los problemas amorosos que podrían haber tenido quedaron de lado y cada diferencia fue trabajada para que pudiésemos vivir en paz. Por eso no me queda más que agradecerle a mi madrastra y decirle a quienes tengan una que le den al menos una oportunidad y no la enfrenten con el prejuicio de las películas infantiles: les aseguro que no todas vienen a robar a su papá ni a reemplazar a su mamá.

Regina (49) es mamá y diseñadora.

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