Mi mascota y yo: “esta perrita me devolvió la vida”

Mi mascota y yo: “esta perrita me devolvió la vida”

En 2019, a Viviana Marín le dieron solo seis meses de vida tras un diagnóstico de cáncer de ovario en estado 4. En medio de su tratamiento, una amiga le trajo de regalo a Manina, una pequeña y dulce perrita, para que no se sintiera sola. Al principio, Viviana no quería saber nada de ella, pero al poco tiempo, se convirtió en una distracción necesaria. El cambio fue rápido y notorio. "Esta perrita transformó mi vida: me cambió el ánimo, la visión de las cosas y me activó", dice de su cachora con la que hoy son inseparables.




En 2019, a Viviana Marín le diagnosticaron cáncer de ovario en estado 4. Le dieron solo seis meses de vida, un diagnóstico que, como era de esperar, lo cambió todo.

“Al principio, fue un shock tremendo. Siempre me controlaba, pero el cáncer de ovario a veces no se detecta en las imágenes. En ese momento pensé en no hacer nada y simplemente dejarme morir, porque el panorama era espantoso. Además, mi papá también tenía cáncer y estaba sin trabajo. Sin embargo, tengo un grupo de amigos increíble que durante meses me dieron un sueldo para que estuviera tranquila, e incluso organizaron una rifa para que el dinero no fuera un problema. Sentirme tan querida me dio fuerzas. Fui a varios especialistas y, después de dos cirugías y veinte sesiones de quimioterapia, sigo con vida”, cuenta Viviana.

En todo ese periodo del tratamiento Viviana vivía sola, por eso sus amigos, siempre atentos, pensaron que algo más podía ayudar. “Me sugirieron tener una mascota, un perrito que me hiciera compañía en casa. Al principio, me negué rotundamente. No me gustaban los perros, nunca había tenido una mascota y pensaba que eran un estorbo. Nunca me imaginé paseando uno, mucho menos limpiando su caca, y me parecía espantoso dormir con un animal”, cuenta Viviana.

Pero en septiembre pasado, tras su último ciclo de quimioterapia, una amiga llegó de sorpresa con una perrita. “Era una pequeña bolita blanca y peluda que me miraba con ojos redondos y me mordía los zapatos. Parecía un peluche, tan tierna que no pude evitar dudar”, dice. Sin embargo, en un principio se negó. “No me gustó nada la idea, lo encontré una locura porque solo tenía dos meses y sabía que un cachorro implicaba mucho trabajo. Había que adiestrarla y yo no tenía idea de cómo hacerlo”, recuerda.

Su amiga le pidió que le diera una oportunidad. Le dijo que la veía deprimida. “Y era cierto,” dice. Esta enfermedad y los efectos secundarios cansan mucho. Y no solo físicamente, sino que emocionalmente es muy desgastante. “Mi amiga me sugirió que probara quedarme con la perrita solo el fin de semana y, si no la quería, ella la adoptaría. Así que acepté. Esa noche, la metí en una de esas cajas de plástico transparente grande y la puse en el velador con una frazada para poder mirarla. Cuando desperté, no sé cómo, pero estaba acurrucada junto a mí en la almohada. Me enamoré. Llamé a mi amiga para decirle que estaba fascinada y que me quedaría con ella”.

Desde entonces, Viviana y Manina –como la llamó–, se convirtieron en familia. Manina llegó a darle vida y a cambiar su enfoque de la enfermedad. “Cuando tienes un diagnóstico de cáncer avanzado, siempre estás pensando en eso. Pero ahora tenía una distracción. El cambio fue rápido y notorio. Esta perrita transformó mi vida: me cambió el ánimo, la visión de las cosas, me activó. Hoy me muevo mucho más porque antes tenía que luchar con la fatiga y los efectos secundarios todos los días. Ahora mi foco está puesto en ella y lo único que pienso es que no me voy a morir para no dejarla sola”, dice Viviana.

Y no es solo una sensación. Incluso los exámenes médicos de Viviana han mejorado. “Estoy segura de que es un angelito que vino a mostrarme un amor increíble que no conocía. Ahora me arrepiento y no entiendo cómo estuve cincuenta años sin tener una mascota. Pero también pienso que tenía que ser ella y en este momento”, reflexiona.

Hoy Viviana y Manina hacen casi todo juntas. “Vivo sola y estoy pensionada por invalidez, así que tengo la suerte de poder desarrollar algunos proyectos online y estar con ella todo el día. Aunque eso tiene un lado malo también, porque cuando salgo no para de llorar. Es como una bebé, tanto que a veces tengo que pedirle a mis sobrinos que la cuiden porque me molesta que sufra. Sé que tiene que acostumbrarse, pero creo que me cuesta más a mí dejarla sola”, confiesa Viviana.

“Manina me hace reír mucho. Siempre digo que tiene complejo de pastor alemán porque cuando salimos a caminar le ladra a perros enormes, no cacha que es un punto. En eso es igual a mí, así que puedo asegurar que es cierto eso que dicen de que los perros se parecen a sus dueños”, agrega riendo.

Después de estos meses los amigos de Viviana no pueden creer su transformación. Se ríen de ella y del “rotundo no”, que dijo al principio. También están contentos porque la ven mucho más feliz. “La Manina me enseña y me recuerda que todos los días hay algo nuevo y positivo por hacer, pero como toda experiencia, incluso una enfermedad, es difícil entenderlo si no lo has vivido . En ese sentido puedo decir que vino a sanarme con puro amor”.

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