Paula

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile

Las redes sociales siguen llenándose de videos y fotos con el tramo sudamericano que los hermanos Gallagher firmaron hace exactamente una semana. Esta es la crónica de la noche que Richard Ashcroft ofició de chamán de la nostalgia y Oasis levantó una muralla de sonido para demostrarnos que la nostalgia, cuando se enchufa a un Marshall, deja de ser una trampa para convertirse en urgencia histórica.

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile. Todas las fotos: Pedro Rodríguez / La Tercera

Richard Ashcroft no tiene edad. El chamán de Wigan camina por el escenario del Estadio Nacional con la displicencia de quien sabe que escribió Bittersweet Symphony y el resto de los mortales no. Su voz parece intacta, marinada en jarabe para la tos, alcoholismo y la estética heroin chic (ya veremos de qué va esto).

Cuando abrió con Weeping Willow tenía la misma chaqueta de brillantes del video que subió a redes previo al concierto de Oasis. Pero Ashcroft no fue un telonero de edición limitada; fue el prólogo necesario, la calma antes de la supernova.

Cuando cantó The Drugs Don’t Work, vi a un tipo de cuarenta y largos, con una camiseta del City desteñida, llorando atado a un vaso de cerveza. Ashcroft hizo Sonnet y antes Space and Time y Lucky Man. Se abrazó a sí mismo, cantó con lentes de sol y a veces, también, se colgó una enorme Gibson SJ-200, una de las mayores cómplices de sus himnos urbanos. Con su rasgueo rítmico característico, la SJ-200 devuelve un sonido con graves profundos y un volumen que llena estadios.

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile Pedro Rodríguez

La voz de Ashcroft no es “bonita”. Si quieres algo bonito, anda a la pestaña de búsqueda y pon a los Beach Boys o algún coro de niños castrados en Viena. Lo de Ashcroft es otra cosa. Tiene esa cualidad nasal, gangosa y arrastrada del norte de Inglaterra, pero olvidemos los mapas. Técnicamente, seguro, alguien dirá que se rompe, que a veces no llega, que se arrastra demasiado. Pero la perfección es para los ascensores. Ashcroft canta como si estuviera en medio de un domingo nublado después de romper con algo. Tiene ese vibrato que tiembla no por técnica, sino por pura desesperación existencial.

Los coros de The Verve, en su voz, son más grandes que los estadios de fútbol. Es el sonido brutalmente honesto de una sinfonía agridulce, acaso su mayor crónica sobre la trampa de la vida moderna, que avanza como una aplanadora como él mismo lo hizo en el video por Hoxton Street. Lo de Ashcroft fue, en una palabra, conmovedor.

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile

Oasis en Chile: historia en estado puro

Liam salió con esa parka que parece una armadura contra la adultez. Parado con las manos en la espalda, desafiando al micrófono como si le debiera algo, sonó con esa tesitura que es una mezcla de lija y miel. Según The Guardian, su voz en esta gira es un milagro patrocinado por pastillas para la garganta, y maldita sea, tenían razón. Cuando arrancó Hello no sonó como esa broma de Gary Glitter, sino a 1995. Noel, a su lado, parecía parapetado detrás de la guitarra. No se miraron. No hizo falta. Y aunque salieron tomados de la mano, la tensión entre ellos parece sumar otro instrumento en escena, como también pasa con sus voces: Noel, más melancólico, casi triste, y Liam, como alguien a punto de provocar una pelea.

Llegué al Estadio Nacional con la sospecha habitual del que espera que la nostalgia sea una estafa piramidal. Pero ahí aparecieron los Gallagher, desafiando a los meteorólogos con algo más pesado que una tímida amenaza de lluvia: una muralla de sonido, una pared de amplificadores Marshall escupiendo electricidad sucia, rock and roll de pub elevado a la categoría de estadio olímpico, directo a la mandíbula de la generación Z y de los que, como yo, ya deberíamos estar en casa acostando a nuestros hijos y tomando té.

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile. Foto: DG Medios. Harriet T K Bols

Antes, entre las canciones envasadas de los Stones y Slade, la música de Oasis que guió los comerciales que acompañan a la gira -la ropa deportiva Adidas, el dress code mayoritario en el Estadio Nacional, y también sobre la Land Rover Defender-, sirvió para medir el talante del público: completamente entregado.

El setlist fue lo que la Rolling Stone llamó “monolítico”: sin canciones nuevas, con un guion escrito sobre piedra y sin adornos. Roll With It convirtió la cancha en una plataforma de saltos, un tímido pogo asomó en Cigarettes & Alcohol y atrás mío un tipo gritó la letra de Wonderwall con la rabia de quien perdió algo por un corte de luz.

Si las grandes canciones viven para siempre, las voces de Oasis también las dedicaron. Talk Tonight, para la dama. Don’t Look Back In Anger, “para los que nunca antes vieron a Oasis en vivo”. Cast No Shadow, para el telonero. Un héroe del Britpop con esa estética heroin chic que llevó a Noel a decir alguna vez: He is so thin he casts no shadow.

Aún no lo puedo superar: Oasis en Chile

¿Cuántas personas especiales cambian?, pregunta Liam más de veinte canciones después, en Champagne Supernova, antes de desaparecer bajo el desorden programado de la pirotecnia. Probablemente, lo espera un auto con el motor encendido a un costado del escenario listo para fugarse. Los 16 años de espera han terminado. Fue, como dicen los ingleses, “exhaustingly uplifting”. O, en el argot personal de Liam, “biblical”. Una inyección de euforia simple, casi banal, completamente demoledora. Y así como dijo Noel en un lugar llamado Knebworth, esto que vivimos y muchos otros vivirán es historia en estado puro.

Lee también:

Más sobre:OasisRichard AshcroftOasis Live 25Estadio NacionalFotosLiam GallagherNoel GallagherConciertosReviewLa Tercera

⚡Black Sale: información real + ventajas exclusivas

Digital + LT Beneficios$1.990/mes SUSCRÍBETE