Hablemos de maternidad: cada niño a su ritmo

columna de maternidad Paula



Marzo siempre me ha parecido uno de los meses más desafiantes del año. Más allá del tráfico del “súper lunes” y el caos del regreso a clases, hay preocupaciones que no salen en los titulares, pero que nos remueven por dentro como madres y padres. Me pregunto si mi hijo podrá enfrentar lo que viene: ¿tendrá las herramientas para adaptarse a su nuevo curso, hacer amigos, seguir el ritmo de las exigencias? La ansiedad está ahí, aunque trate de ignorarla.

Sé que cada niño tiene su propio ritmo, que el desarrollo no es una línea recta, pero igual observo a los demás. No desde la competencia ni el juicio, sino con esa pregunta latente: ¿será un problema si hace esto diferente? Y es difícil sacar esta idea de mi cabeza si los colegios, pediatras y otros especialistas, refuerzan la idea de una curva de normalidad. No me gusta la sensación de que encajar en ella es la garantía del éxito.

Desde la lógica, entiendo que la normalidad no es más que una construcción social. Lo que se espera en un momento y lugar determinado. Pero, aun así, es difícil escapar de la necesidad de asegurarnos de que todo va ‘bien’, de que nuestros hijos están donde ‘deberían estar’. Me esfuerzo en darle herramientas, en estar atenta, en no pasar por alto nada. Y al mismo tiempo, sé que hay un límite: que no soy la única variable en su desarrollo, que su camino no depende solo de mí. A veces pienso que, si aplicáramos estas mismas reglas en la adultez, todo sería un sinsentido.

Yo entré a la universidad a los 18, fui mamá a los 23, he trabajado sin parar desde entonces y he pasado por relaciones fallidas. Otras amigas tuvieron hijos después de los 35, algunas aún no los tienen. Unas han vivido en otros países, otras siguen en la misma ciudad de siempre. ¿Quién nos pondría en marzo de cada año a evaluar si vamos acorde a lo esperado para una mujer de 30, 35 o 40 años? ¿Quién decidiría si estamos “dentro” o “fuera” de la norma?

Cuando lo pienso así, me doy cuenta de que el mayor error que cometo no es preocuparme, sino olvidar que mi hijo no tiene que encajar en una tabla de medición. Que su forma de ser—más tímido, más intenso o reflexivo—no es algo que deba corregirse. Que no está ‘quedando atrás’ —porque eso es lo que te hacen sentir los especialistas— por hacer las cosas a su ritmo.

Cuando analizo la situación de esta manera, llego a una reflexión que me gustaría compartir con las madres y padres que pasan por esta misma incertidumbre que yo —porque sí, en conversación con otros padres, me he dado cuenta de que no soy la única con esta inquietud—: en vez de preocuparnos de que encajen, aprendamos a celebrar sus diferencias. Tal vez ahí esté la verdadera clave para acompañarlos en su crecimiento.

Pensarlo así me ha hecho darme cuenta de que este enfoque es un beneficio para ambos: nuestros hijos se sienten contenidos y apoyados, en lugar de comparados y juzgados, y nosotros, como sus cuidadores, encontramos tranquilidad al verlos crecer con seguridad y felicidad.

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* Claudia es lectora de Paula. Si como ella tienes una historia que compartir, escríbenos a hola@paula.cl.

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