Obesidad: La otra pandemia

El coronavirus ha exacerbado y visibilizado muchas problemáticas sociales como la obesidad, poniendo en primer plano el factor de riesgo que implica esta enfermedad para pacientes contagiados con Covid-19. Actualmente, un 40% de la población mundial tiene sobrepeso y en nuestro país, tres cuartas partes de la población mayor de 15 años padece de obesidad o sobrepeso. Pero si el acceso a dietas saludables ya era difícil en tiempos sin Covid-19, ¿cómo enfrentar esta realidad que afecta a gran parte de la población?




La pandemia por Covid-19 ha exacerbado y visibilizado muchas problemáticas sociales, una de estas es la malnutrición en todas sus formas y consecuencias. Por una parte, nos encontramos con que el número de personas que padecen hambre en el mundo está aumentando. Así lo detalla la última edición de El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en julio de este año, donde se estima que casi 690 millones de personas pasaban hambre en 2019.

Pero, en el otro lado de la escala de la malnutrición, se encuentra una epidemia silenciosa que nos acompaña hace décadas y que en el contexto actual se ha transformado en un verdadero perjuicio para muchos: la obesidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Se calcula que en el mundo aproximadamente 2.000 millones de personas tienen sobrepeso y más de 650 millones tienen obesidad, cuadros definidos como un Índice de Masa Corporal (IMC) de entre 25 y 30 en el primer grupo y mayor a 30 en el segundo. Las estadísticas son más alarmantes aun si consideramos que existen 4.7 millones de muertes prematuras por obesidad cada año, siendo esta la quinta causa de muerte prematura en el mundo.

Esta enfermedad está ligada a varios factores de riesgo, como los son las cardiopatías, diabetes o trastornos pulmonares. A esto se suma que la obesidad se ha perfilado como un factor determinante frente a pacientes Covid-19 positivo. Un estudio publicado en agosto por Obesity Reviews analizó a 399.000 pacientes, detallando que las personas con obesidad que contrajeron el SARS-CoV-2 tenían un 113% más de probabilidades que las personas de peso saludable de terminar hospitalizados, un 74% más de probabilidades de ser ingresadas en la UCI y un 48% más de probabilidades de morir.

“En un principio, no entendíamos bien cuál era un factor de riesgo importante de la obesidad. Hasta que nos dimos cuenta del impacto devastador que tiene en los pacientes, particularmente en las personas más jóvenes”, dijo a la revista Science, Anne Dixon, médico y científica que estudia la obesidad en Estados Unidos. “Esa puede ser una de las razones del devastador impacto que ha tenido el Covid-19 en este país, donde el 40% de los adultos son obesos”.

La realidad en Chile no se aleja mucho de la que relata Dixon. Según datos de la OCDE, en nuestro país tres cuartas partes de la población mayor de 15 años está afectada por obesidad o sobrepeso, y un 9,3% de los niños menores de cinco años tienen sobrepeso, lo que supera el promedio de América Latina y el Caribe. Las cifras son más preocupantes en algunas regiones del sur y extremo sur del país, donde los promedios de sobrepeso infantil bordean el 19%. Asimismo, si se toma en consideración todos los niveles educativos, uno de cada dos niños es obeso o tiene sobrepeso.

Para la doctora Eve Crowley, representante de FAO en Chile, esto requiere transformar de manera urgente nuestros sistemas agroalimentarios, poniendo la dieta saludable como una prioridad al alcance de todos. “No solo se trata de hacerlo por la salud de las personas, ahora es necesario que tomemos acción por la salud del planeta. Las consideraciones de sostenibilidad en la alimentación, la cual es afectada en gran manera por los alimentos altamente procesados ya no son opcionales, sino que mandatorias. No podemos seguir permitiendo que las dietas destruyan la salud de las personas y el medio ambiente al mismo tiempo, ya que el costo no lo podemos pagar”, explica.

“La situación en nuestro país es preocupante, más aún siendo un factor de riesgo de Covid-19”, dice Daniela Godoy, secretaria ejecutiva de Elige Vivir Sano, asegurando que el contexto de pandemia actual podría empeorar aún más estos preocupantes índices. “La pandemia ha tenido efectos en la economía, los ingresos, los empleos de las familias y también en su alimentación. Encuestas realizadas en Chile y otros países señalan que el 44% de las personas dice haber subido de peso. Asimismo, un 50% de las personas ha declarado realizar menos actividad física que antes”, agrega Godoy.

Según señala el informe de Sistema Alimentarios y Covid-19 en América Latina y el Caribe publicado por FAO, “los efectos de la Covid-19 se han manifestado en el consumo de alimentos de varias maneras. Uno de ellos es el aumento en el consumo de productos hipercalóricos (frituras, postres), enlatados, empaquetados y menos perecederos, lo que llama negativamente la atención, pues, pese a tratarse de alimentos convenientes y de bajo costo, rara vez son saludables, frescos y nutritivos”.

Malnutrición en Chile

Otro gran impacto que ha tenido la pandemia en el mundo ha sido la notable desaceleración económica, el empeoramiento general de las condiciones financieras y un aumento importante en las cifras de desempleo. Esta reducción en los ingresos implica que la población tiene acceso a menos y peores alimentos. Según datos de la CEPAL, se proyecta que la pobreza podría llegar a afectar al 15,5% de la población en Chile. El alto costo de las dietas saludables implica que aquellos con menor poder adquisitivo no puedan acceder a esta, lo que ya era difícil incluso en tiempos sin Covid-19. “En pandemia no es paradojal que aumenten todas las formas de malnutrición: por déficit de calorías y nutrientes y por exceso de calorías”, señala la doctora Eve Crowley. “Ambos fenómenos comparten causas en común y se asocian a desigualdades en el acceso a servicios y bienes. En Chile, una dieta saludable es cinco veces más cara que una que aporta una cantidad energética mínima”.

La obesidad es una enfermedad multifactorial. Existen cerca de 500 genes que se relacionan a la ganancia de peso y gasto de calorías. El aumento de peso es un efecto secundario de muchos tratamientos médicos y son nuestras hormonas las que, en gran medida, regulan nuestro apetito. Luego están la vida acelerada, la falta de sueño, la inactividad física, el estrés, la ansiedad y la depresión, los que también son factores que se relacionan directamente con el peso. A esto, se le agrega la desigualdad de acceso a alimentos saludables. Entonces, no sería correcto decir que la problemática de la obesidad se debe solamente a “falta de voluntad” o se adjudica a un sector en particular. “La obesidad es transversal y, como tal, requiere políticas públicas sensibles a la nutrición, idealmente focalizadas en grupos más vulnerables y con enfoque territorial. Este es un problema que hay que abordar de forma sistémica: cambiando nuestros patrones de consumo, educando a la población, creando entornos alimentarios y formas de producción en beneficio de la salud de las personas”, apunta Crowley.

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? ¿Cómo enfrentar esta realidad y bajar la curva de obesidad que nos pasa una altísima cuenta en términos de salud? “Más allá de intentar cambiar hábitos alimentarios, se busca instalar valores de vida saludable y sustentable desde una temprana edad. En este sentido es fundamental la educación. Además, para abordar el tema del acceso, es importante fomentar las ferias libres, generando circuitos cortos de alimento y aumentando los puntos de acceso a alimentos sanos, seguros y justos “, cuenta Luz Marina Trujillo, directora de Fundación Brotes, la cual trabaja en línea con esta solución, apuntando a una educación para una alimentación sostenible en el sentido personal, medio ambiental y comunitario.

Según apunta Godoy, “detener el aumento de la obesidad requiere un conjunto de soluciones que aborden el problema con una mirada intersectorial, no solo sanitaria, sino que también social. Junto con concientizar para un cambio de comportamientos y de entornos, se requiere implementar políticas públicas que consistan en la creación de oportunidades para que las personas especialmente las más vulnerables puedan alimentarse mejor y realizar más deporte y tener un mejor acceso a áreas verdes”.

Por su parte, Crowley agrega que “es necesario aumentar la producción, la disponibilidad y el consumo local de frutas, verduras, legumbres, semillas y pescados, para una alimentación más sostenible y saludable. Son imprescindibles, entonces, las políticas públicas que tengan por objetivo reducir la obesidad y los factores de riesgo para el desarrollo de las enfermedades no transmisibles a través de la creación de entornos saludables, que incentiven el consumo de estos alimentos. No podemos rendirnos ante la obesidad. Es también una pandemia que hay que erradicar”.

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