¿Qué tan feminista es una serie solo por tener a una mujer de protagonista?




Cuando en noviembre se estrenó la serie Gambito de dama (Netflix), fueron muchos los análisis que argumentaron que al fin se le estaba dando espacio a la historia de una mujer –más bien adolescente– que abrió su camino en un mundo híper masculinizado como lo ha sido y sigue siendo el del ajedrez. Se habló de que la serie, al ser protagonizada por una mujer brillante, superdotada, resiliente y capaz de vencer a todos sus opositores, incurría en temáticas feministas. Su presencia en un espacio usualmente ocupado por hombres servía para aumentar la representatividad y visibilidad, además de ser una inspiración para el universo de mujeres que se identificaran con ella. Se trataba de por sí, como postulaban las reseñas, de una serie transgresora y un aporte a la causa.

Uno de esos análisis lo hizo la autora feminista Dahiana Belfiori en una columna para el medio argentino Página 12, en que cuestionó qué tan feminista era una serie por el solo hecho de tener a una mujer como protagonista. “Mostrarla como una genia en el ajedrez, que desde niña posee una destreza intuitiva, una especie de niña prodigio, permite que se construya una figura de anomalía y por lo tanto el colectivo de personas que se identifican con ella –en este caso mujeres– observan que se nace con talento, se nace excepcional y no es posible aspirar a lo que ella hace”, reflexionó Belfiori. “Por supuesto que una narrativa feminista y/o un modo de producir feminista no se garantizan por la sola presencia de mujeres, pero no deja de ser pertinente abrir la puerta de la sospecha cuando son varones de la industria del cine los que cuentan la historia de una mujer”.

Este, como muchos otros, es un debate en desarrollo. Y no hay respuestas categóricas. Pero en tiempos de mayor consciencia feminista y en los que la tendencia ha sido la de fomentar, a través de la discriminación positiva, la igualdad de oportunidades –es el caso, por ejemplo de los Premios de la Academia, que anunciaron este año los nuevos estándares de representación e inclusión que deben cumplir las producciones postuladas, entre ellos que al menos el 30% de todos los actores en papeles secundarios pertenezcan a grupos subrepresentados, como mujeres, LGBTQ+ o personas con discapacidad–, vale la pena preguntarse si un contenido cultural es feminista solo por ser protagonizado por una mujer. ¿Le sirve realmente a la causa si ese personaje femenino perpetúa ciertos estereotipos que históricamente le han hecho daño a la mujer? Y ¿dónde se pone el límite? Porque, como sugiere Belfiori, si esa protagonista termina siendo una variación del estereotipo Hollywoodense de la femme fatale provocadora, ¿no terminamos por reforzar un sistema limitante?

Silvia Guerrero es docente audiovisual y gestora de Nosotras Audiovisuales, un colectivo que se configuró hace ya cuatro años para identificar y conocer a las mujeres del rubro, y explica que la narrativa cinematográfica en torno a la figura femenina siempre ha caído en ciertos clichés y estereotipos. “El rol de la mujer en el cine se limita al de un objeto de deseo y una provocadora en todo sentido, sea sexual, de rabia o de impulso. No es ella finalmente la protagonista, sino que la causante de ese punto de inflexión que finalmente lleva a que el hombre tome una decisión o no. Su historia está en función de la historia de él”.

Por lo mismo, como explica la especialista, no se puede decir que un producto cultural audiovisual es feminista tan solo por tener una protagonista mujer, porque existen figuras femeninas que cumplen un rol que solamente perpetúan una desigualdad. “Además de los estereotipos clásicos, como la mujer guapa y provocadora, o la mujer histérica, también se muestra a mujeres que tienen que asumir actitudes muy masculinas para poder triunfar. Como por ejemplo Meryl Streep en El diablo viste a la moda, un personaje de mujer exitosa, pero que no se puede mostrar vulnerable. Cuando lo hace, es a escondidas e incluso en una situación en la que se la muestra sin maquillaje y en casa”, explica.

Porque no se trata en definitiva de que exista mayor representatividad –si bien ese es un paso sumamente necesario–, se trata de cómo se presenta esa representatividad. “Muchas veces estas tramas femeninas están concebidas desde una visión masculina. Uno de los propósitos del cine es que tiene que ser provocador. Si finalmente se ponen en la palestra estos temas pero ese producto cultural no logra que se genere una reflexión o un cuestionamiento más profundo en el espectador, quizás no está siendo tan provocador. Una cosa es el tema que expongo, y otra es cómo lo expongo”, termina Guerrero.

Aun así, en lo que están de acuerdo los especialistas es que siempre es positivo que existan más historias de mujeres. Pero es bueno tener en cuenta que no se trata únicamente de la baja representatividad, sino de cómo han sido representadas. Y no es solamente una desigualdad que se limita al detrás de escenas y a la industria –a modo de referencia, entre el 2014 y el 2016 solo nueve mujeres estrenaron un largometraje–, sino que de una desigualdad cuyos impactos terminan permeando el producto final, que es el que tiene un alcance mayor.

La doctora en ciencias sociales especialista en género y académica de la Universidad de Chile, Carolina Franch, explica que no es la anatomía biológica la que hace que un producto sea feminista, o la que en definitiva logra la transformación que busca el feminismo. “Ningún producto cultural es feminista solo por ser protagonizado por una mujer. Sin embargo, sí tenemos que reconocer que cuando aparece la figura femenina el imaginario se quiebra, sobre todo en ámbitos y esferas en los que esos cuerpos han estado ausentes. Hay una visibilidad y en ese sentido se vuelve una ganancia, porque se logra el quiebre de un imaginario óptico: donde antes había una ausencia, ahora hay presencia”, explica.

Es esto, según la especialista, lo que logra la serie Gambito de dama; la representación de la excepción. “Las mujeres estamos en todas las esferas pero siempre somos las intrusas o la excepción. En esta serie se representa a la mujer que escapa a la norma. Y además, se ponen en la palestra temas que son claves, como la sororidad y la capacidad de armar red entre mujeres, incluso cuando somos pocas. Una filiación entre mujeres para transformar en colectividad ese espacio. Sí, es cierto: está la mujer superdotada, además guapa, pero también está su madre que entregó lo que pudo de sí, que hizo lo mejor que pudo y también su amiga del orfanato. Son distintos relatos de mujeres. Ahí hay una apuesta”.

Aun así, no basta con eso. Según la especialista, la representatividad pluralista es el desde. Guerrero, por su lado, concuerda. Y agrega que muchas veces estas figuras femeninas caen en ciertas estructuras rígidas: pueden ser inteligentes, pero masculinas. O inteligentes pero al mismo tiempo guapas para sostener esa inteligencia y no ser nerd.

Hay, según explica Guerrero, varios estándares que miden la brecha de género en un contenido audiovisual. El Bechdel Test propone que tienen que haber al menos dos personajes femeninos identificables con nombre, que hablen entre ellas y que no hablen de un personaje masculino. El método de Mako Mori exige que exista al menos un personaje femenino con su propio arco narrativo que no se apoye en la historia de un hombre. Y el de la escritora feminista Roxane Gay plantea que la historia sea sobre una mujer y que en ese universo existan otras mujeres de distintas razas.

Como explica Franch, la trampa en la que caemos al analizar si un contenido le sirve o no a la causa feminista, es que no pensamos en los matices que dan paso a las reflexiones. “En una apuesta de un producto cultural audiovisual que llega a tanta gente, me parece que es mejor que estén estos temas, porque si no, no los hablamos. Me parece que es mejor que hayan mujeres. Falta mucho, pero hay una producción en las plataformas grandes que está intentando –aunque sea de manera precaria– poner temáticas de mujeres y disidencias sobre la mesa. Hay una intención de cambiar el ojo tanto del creador como del espectador. En un lugar donde hay tan poca política feminista, yo sería más bien positivista sin dejar de criticar. Pero no dejaría que la crítica inunde esas pequeñas fugas que tenemos. Pienso en el ejemplo de la serie Grace and Frankie, donde Grace es una mujer de 80 años interpretada por Jane Fonda. Uno podría preguntarse si nos sirve o no que la mujer de 80 esté representada por una Jane Fonda que se ve más joven que muchas otras mujeres. Pero si la alternativa es que no esté, prefiero que esté”.

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