Ser madre por primera vez a los 44: “Ya no cuento con los dedos de una mano las veces que me han confundido con la abuela de mi hija”




La posibilidad de ser madre biológica es algo que nunca me planteé en la vida. Cuando hablo de plantearlo, no es que me haya negado, básicamente nunca lo pensé, no tenía una decisión tomada. Naturalmente mi vida se fue dando de tal manera que embarazarme a los 20, a los 30 o a los 35, no fue una opción en su momento. Pero pasados los 40 mágicamente todo encajó y quedé esperando a mi primera hija a los 43 años. Nació cuando yo tenía 44.

Cuando estaba en la universidad conocí al que fue mi pareja durante casi 20 años. Él había sido padre adolescente, así que durante todo nuestro pololeo su hijo estuvo ahí, con nosotros. De cierta manera y lentamente también se transformó en mi hijo, y quizás por eso, no sentí la necesidad de ser mamá. Porque ese “instinto” de ser madre o como sea que se llame, ya lo tenía cubierto.

Además, tengo que confesar que durante varios años mi vida social, o más bien nocturna, fue intensa. Con mi pareja éramos buenos para salir, también para tomar. No sé si quizás en esa leve adicción escondía algo que no me acomodaba en mi vida, alguna tranca por la relación con mis padres, o quizás una autoestima baja, pero lo cierto es que durante un buen tiempo me cuidé poco. Y no hablo solo de dormir y comer mal, o de beber en exceso, hablo de amor propio, de encontrar un sentido en la vida. Un contexto en el que la posibilidad de ser madre nunca estuvo rondando.

Pienso que fue este mismo contexto el que hizo que pasados los 40 las cosas con mi ex pareja comenzaran a fallar. Quizás nadie puede vivir eternamente como un adolescente, o quizás sí. Pero en mi caso, de un momento a otro y sin terapia de por medio, entendí que esa forma de vida me estaba haciendo daño, que era tiempo de buscar el sentido que antes nunca me importó tener. Terminamos nuestra relación cuando yo tenía 42 y desde ahí todo cambió. En ese año dejé de tomar, me arrendé un departamento, me cambié de pega y comencé a hacer yoga. También decidí aprender a tocar piano, y fue en esas clases donde conocí a mi pareja actual.

Mi hija es el resultado de una relación que nunca pensé que sería tan afortunada de tener, con un hombre cuyo compromiso con la maternidad/paternidad coincidía con el mío. Recuerdo que en nuestra tercera cita decidimos que tendríamos un hijo. Él tampoco había sido padre biológico y entonces por primera vez ambos nos estábamos planteando la posibilidad de serlo, sin presiones, pero muy convencidos de que sería una buena idea. Y ahora que lo miro con distancia, pienso que fue una decisión arriesgada; quizás es fácil pensar que dos cuarentones que nunca antes en su vida se habían planteado la posibilidad de ser padres, en realidad no tienen tantos deseos de serlo, pero ahora que han pasado los años, y que somos felices padres, me convenzo de que cuando uno toma la decisión libremente, es porque realmente lo quiere. No importa la edad ni lo que pudo haber pasado antes.

Ahí vino todo un proceso lleno de miedos e incertidumbres. La realidad es que incluso entre los 41 y los 42 años, las probabilidades de reproducción de una mujer disminuyen drásticamente y es probable que su suministro de óvulos sea bajo. Y yo lo estaba intentando casi a los 44. Después de un par de meses de intentarlo, el doctor nos recomendó la inseminación artificial, que terminó en el embarazo de nuestra primera hija, Lupe, una niña risueña, creativa y también muy intensa.

Cuando estaba por cumplir los 50 la Lupe aun era una niña chica, y al parecer, eso era muy llamativo para la gente. Es más, ya no cuento con los dedos de una mano las veces que me han confundido con la abuela de mi hija. La última vez fue cuando en un restorán, cuando en medio de una leve pataleta porque no se decidía por el sabor del helado que quería, el mesero me dijo: “cómprele de los dos, si total para eso están las abuelas, para regalonear a los nietos”. No dije nada, porque en realidad no me importa, decidí ser madre “vieja” y este es uno de los costos.

Otro es el cansancio. Es cierto eso de que uno a los 40 ya no tiene las misma fuerza que a los 20, así que pocas veces me tiré al suelo a jugar o saltamos la cuerda juntas. Pero los años te dan otras cosas, como la paciencia y la tolerancia, la capacidad de reflexión, y creo que transmitirle eso a mi hija ha sido una gran enseñanza. Al final la maternidad es muy personal, y nunca va a ser “perfecta”. Dejé de escuchar a esa gente que me dice que fui egoísta, porque seguramente la vida no me alcanzará para ver todas las etapas de la vida de mi hija, como una mamá de 20 años, pero lo que realmente me importa hoy, es que el tiempo que pasemos juntas, le entregue todas las herramientas necesarias para ser una mejor persona.

Y es que la forma en que otros miden mi aptitud para la crianza de mi hija es realmente su preocupación, en función de sus propios prejuicios. Para mí, la maternidad ha marcado el comienzo de una conexión inesperada con un lado desconocido de mí, una conexión con otras mujeres más jóvenes que quizás nunca tuve, porque a su edad, estaba perdida sin encontrar un sentido. De cada una de las mujeres que me rodean, independiente de su edad, aprendo algo y por lo mismo les hago saber lo bien que lo están haciendo; y me encanta cuando a mi me dicen lo mismo.

Francisca Torres tiene 52 años y es diseñadora.

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