Ser mujer: Una barrera más para la reinserción de quienes terminan una condena




Chile es el segundo país en América del Sur con más mujeres privadas de libertad, siendo superado solo por Guyana Francesa. Se trata del 8,4% del total de personas en reclusión, cifra bastante alta, considerando que a nivel mundial, las niñas y mujeres componen el 7% de la población carcelaria.

A finales del mes pasado, académicos del Centro de Estudios de Justicia y Sociedad de la PUC, con el apoyo de Fundación Colunga y Fundación San Carlos de Maipo, publicaron los resultados de su estudio Reinserción, Desistimiento y Reincidencia de las Mujeres privadas de libertad en Chile, realizado entre los años 2016 y 2018, con el objetivo de “describir el proceso de reinserción de las mujeres que salen en libertad, identificando los principales obstáculos y facilitadores de la transición al medio libre, y los distintos perfiles de mujeres, de acuerdo a sus necesidades de intervención”.

Contaron con la participación de 225 mujeres de distintas edades, pero el promedio era de 36 y un 90% tiene al menos un hijo. Sobre el 70% había tenido una condena privativa de libertad previa, y casi la mitad cumplió una condena de hasta 60 días. Alrededor del 40% de las entrevistadas salían tras haber cumplido una condena por hurto, mientras que un 36% lo hacía por una condena por delitos relacionado a las drogas. El 30% egresó bajo el sistema de libertad condicional.

Pero casi la mitad de las mujeres que participaron del estudio -el 46%- reincidió durante los primeros doce meses posteriores a su egreso. Sin ir más lejos, la reincidencia se concentra en el primer mes de libertad, donde un 65% declara haber cometido un delito.

“Tendemos a pensar que la reinserción exitosa es la ausencia del delito, pero reinsertarse socialmente implica mucho más”, dice Pilar Larroulet, licenciada en Historia, Magíster en Sociología, Criminología y Justicia Criminal, quien fue parte de la investigación, y agrega: “Me gusta la aproximación de un sociólogo que se llama Bruce Western, quien habla de la importancia de reinsertarse socialmente en el contexto al que las personas vuelven. Sigue siendo algo vago, pero al menos obliga a mirar otros factores, tales como la estabilidad residencial, el acceso posible a trabajo, a acceder a servicios de salud. El delito es uno de los componentes, en relación a una mejor integración social, pero sabemos que el abandono de la conducta delictual toma tiempo, que es un proceso paulatino con reveces, especialmente en contexto de precariedad”.

Y aunque todo lo descrito anteriormente podría asociarse a la reinserción de hombres y mujeres por igual, lo cierto es que hay roles y estigmas de género de los que no se puede evitar hablar. “La principal razón para delinquir que dieron las mujeres que participaron del estudio, fue la económica. Para mantenerse a ellas mismas y a sus hijos. Los estudios cuantitativos no muestran que haya una asociación entre tener trabajo y dejar de delinquir en el caso de las mujeres, pero todas las entrevistas que se han hecho a mujeres privadas de libertad, apuntan al empleo como un factor fundamental a la hora de reinsertarse”, dice Pilar.

En relación a esto, existen dos temas que se cruzan. El primero, es que por lo general las mujeres nos vemos enfrentadas a un mercado poco equitativo en términos de género. Larroulet explica que se ha visto que, en las últimas décadas, ha habido un aumento en la participación laboral femenina, pero que este fenómeno solo se da cuando hay una mayor escolaridad, lo que no es el caso de las mujeres que salen de la cárcel. Entonces el mercado equitativo se cruza con la baja escolaridad de estas mujeres, quienes ven limitada la oferta de trabajos a los que podrían acceder.

“El 80% de ellas desertó el colegio. Y las más jóvenes tienen aún menos niveles de escolaridad. Salen con muy poca experiencia laboral previa, y se enfrentan a un mercado inequitativo. Además, son las principales responsables del cuidado de otras personas, que por lo general son hijos o hijas, pero también adultos mayores”.

¿Es el apoyo económico una herramienta suficiente para lograr una reinserción exitosa? Según dice la investigadora, no siempre: “Hay evidencia empírica de que entregar apoyo económico durante los primeros meses de libertad disminuye la reincidencia, pero hay un grupo de mujeres que ha estado múltiples veces en la cárcel, con cero intervención cuando están adentro, y que tienen consumo problemático de drogas. Entonces, están las que quieren reinsertarse y que necesitan herramientas y oportunidades para hacerlo, pero también están las que no han llegado a ese punto, porque estén metidas en redes delictuales más complejas que no permiten la reinserción, y donde más bien se debiese apostar por una intervención enfocada en un cambio identitario como primer paso”.

Luego, está la dificultad de conseguir algún tipo de estabilidad tras salir de la cárcel. De las mujeres que participaron en el estudio, un 65% declaró que tener un empleo sería muy importante para su reinserción, y un 70% creía que sería difícil obtenerlo.

Y es que además del mercado inequitativo y de la baja escolaridad, se enfrentan a la montaña que representan sus antecedentes. Es lo que le pasó a Yasnadia, de 26 años, quien estuvo más de 20 veces detenida, en tres oportunidades con condena privativa de libertad. Hoy trabaja como anfitriona, pero cuenta que encontrar un empleo con sus antecedentes no fue fácil. “Siempre todo iba bien hasta que pedían los papeles. Y yo siempre llevaba todo, menos los antecedentes. Hacía como que se me habían olvidado, que se habían perdido. Hasta que no quedaba otra que mostrarlos y ahí todo se complicaba”, cuenta.

Pilar agrega que se trata de una tremenda barrera, que en muchos casos evita que las mujeres incluso busquen oportunidades laborales: “Hay mujeres que, o no buscan por temor al rechazo, o que ya han sido rechazadas en la búsqueda. Los antecedentes se combinan con las barreras del cuidado, porque dónde dejan a sus hijos e hijas para ir a trabajar. Qué disponibilidad y confianza ofrecen las salas cunas de las zonas vulnerables en las que viven”.

Por otro lado, la opción del emprendimiento se suele considerar a la hora de entregar herramientas para que estas mujeres sean capaces de subsistir por sí solas, sin la necesidad de buscar un trabajo dependiente. “Pero el problema que tiene esto, es que un contexto tan precario no garantiza regularidad en el ingreso, ni apoyo ni protección asociados a un empleo”, dice Pilar. Esto se ve complicado, además, por la salud de cada una, pues es importante considerar que el 66% presenta algún tipo de enfermedad crónica.

Parece una realidad desalentadora, y lo cierto es que en el contexto actual es incluso peor. Los resultados de esta investigación corresponden hasta el año 2018, previo a la pandemia que afectó, en términos de pérdida de trabajo, principalmente a mujeres, y especialmente a mujeres de situaciones más marginalizadas. De hecho, Pilar cuenta que dentro de las mujeres del estudio que habían encontrado trabajo, la mayoría lo perdió durante la pandemia.

El universo de mujeres chilenas que hoy se encuentran privadas de libertad es tremendamente diverso, aunque la mayoría comparte la misma desesperanza. Porque saben que al salir, sin estabilidad económica, laboral y social, son pocas las oportunidades que tienen para sobrevivir lejos de las conductas delictuales, pero ¿qué medidas se están tomando para que en vez de barreras y puertas cerradas, encuentren oportunidades?

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.