Sobrevivir a un ataque con ácido

Según datos de la organización Acid Survivors Trust International, cada año se registran 1.500 ataques con ácido alrededor del mundo. En México, este tipo de violencia ha ido en aumento y, hasta la fecha, existen 29 mujeres víctimas de estas agresiones. De esos casos, el 94% ha quedado impune. Aquí contamos la historia de dos de sus sobrevivientes.




El domingo 2 de diciembre de 2018, Esmeralda Millán (27) tenía que salir temprano. Se acuerda porque ese día había agendado con su madre unos baños a vapor que harían antes de ir a una fiesta. Cuando puso un pie en la calle, su casa en Puebla (México), aún estaba oscura. Por eso, quizás, le costó distinguir a los cuatro hombres que se acercaron a ella y la acorralaron. Fue en una fracción de segundos cuando a Esmeralda le lanzaron un líquido en la cara que la marcó para siempre. Meses después, se enteraría que ese líquido era ácido y que ese dolor que sintió fue producto del daño que sufrió en su rostro, visión y sistema digestivo.

Quién la atacó fue Fidel, su expareja y padre de sus dos hijos. Justo en ese período y después de 8 años juntos, Esmeralda había decidido dar fin a una relación marcada por múltiples episodios de violencia: física, sexual y psicológica. Sus energías, entonces, estaban puestas en rehacer su vida y salir a trabajar para recuperar la autonomía que había perdido durante ese tiempo. Pero esta brutal agresión frenó esos planes: estuvo tres meses inconsciente en un recinto de salud luchando por estar con vida.

“Cuando estaba en el hospital no me veía, pero cuando salí y me fui a mi casa, me di cuenta de la gravedad de las lesiones. La reacción de mis hijos al verme me dolió mucho porque sabía que yo era otra persona completamente. Una persona que nunca quise ser. En algún minuto, pensé que mejor hubiese sido morir porque no quería esta vida, con esta forma. Estuve muy deprimida y muchos meses sin salir”, cuenta Millán que, en total, se ha sometido a 19 cirugías reconstructivas.

Desde la pandemia, este tipo de violencia ha ido en aumento en México. De acuerdo a datos de la Fundación Carmen Sánchez -una organización que lleva el nombre de una de sus sobrevivientes y que busca prevenir, erradicar y atender estas agresiones-, existen 29 mujeres que, desde 2001, han sido víctimas de la violencia ácida. Una denominación que se usa para caracterizar este tipo de delitos, que habitualmente son perpetuados a manos de ex parejas y donde se usan agentes corrosivos para causar graves lesiones físicas y emocionales.

“Lejos de verlos como hechos excepcionales, los ataques con ácido forman parte de toda la violencia en contra de la mujer que se vive en este país”, dice Ximena Canseco, historiadora y co-fundadora de la Fundación Carmen Sánchez. “Con estos ataques, se vive una destrucción física, emocional y simbólica muy fuerte en el cuerpo de las mujeres. Muchas dicen que es una muerte en vida. Por eso, nosotras los consideramos como un tipo de violencia feminicida. En general, hemos visto que la mayoría de las afectadas son mujeres jóvenes, entre 20 y 30 años. Casi todas tienen hijos, muchas quedaron con los estudios incompletos y viven en zonas periféricas. Así, este tipo de agresiones las pone en una situación aún más vulnerable”.

Según datos de la organización Acid Survivors Trust International -una organización fundada en 2002 en Reino Unido y que busca erradicar este tipo de violencia-, cada año se registran 1.500 ataques con ácido alrededor del mundo, de los cuales el 80% son dirigidos hacia mujeres. “A través de ese acto, los hombres buscan dañar al cuerpo femenino para que no sea de otro bajo la idea machista de que ‘si no estás conmigo, no estarás con nadie’. Se deja una marca que podría aislarlas socialmente y que hace que sus vidas se interrumpan en lo laboral, afectivo y económico”, analiza Guila Sosman, psicóloga y coordinadora del diplomado ‘Peritajes Psicológicos en Tribunales de Familia’ de la Universidad Diego Portales.

En Latinoamérica, el país que presenta mayor prevalencia de este tipo de actos es Colombia, con 100 ataques con ácido al año. Fue por esa razón que Carmen Sánchez (38) decidió buscar a alguien en ese país para compartir su historia. Y es que, por entonces, ella se sentía un tanto sola, porque no conocía a nadie en México que le hubiese ocurrido algo de esa magnitud. En su caso, el ataque fue perpetuado en 2014 a manos de Efrén, el padre de una de sus hijas y con quién mantuvo una relación por 10 años. “Era un hombre que dijo en algún minuto que me iba a proteger, que me quería y que estaba conmigo, cuando en realidad era mi enemigo. En esa relación, hubo mucha violencia y yo denuncié eso en reiteradas ocasiones, pero al final me mandaron a conciliar. El resultado de todo fue este intento de feminicidio en el que se usó ácido”, cuenta Sánchez.

Después de 8 meses hospitalizada, 61 operaciones y la pérdida de su empleo, Carmen sabía que lo único que le quedaba era conseguir justicia. Así encontró a Natalia Ponce de León, una mujer colombiana sobreviviente de estos hechos y que la inspiró a armar su Fundación. “Le escribí para pedir apoyo porque sabía que la Justicia no iba a llegar por sí sola. Cada vez que me miraba al espejo o me tocaba las cicatrices, sabía que tenía que avanzar. Con todo eso, pasé de víctima a activista. Es decir, no solo tuve que enfrentarme a la violencia machista del atacante, sino a la institucional”, cuenta Carmen y sostiene que el proceso judicial de su agresor, después de 8 años, aún no tiene sentencia final.

Del total de casos en México, un 94% se encuentra impune y sin reparación integral, y solo en tres estados -Ciudad de México, Estado de México y Puebla- estos ataques son reconocidos como agravantes del delito de lesiones. En Chile, explica la abogada del estudio ‘AML Defensa de Mujeres’, Paloma Galaz Lillo, también se han dado hechos con estas características, como -por ejemplo- el caso ocurrido en la Región de Los Lagos a fines del año 2020, cuando una mujer fue atacada en el rostro por su ex pareja y dos desconocidos.

Pero, ¿Cómo se tipificaría algo así en la legislación nacional? La experta en femicidios y delitos violentos sostiene que eso va a depender de varios factores, entre ellos, la intención y gravedad de las lesiones. Sin embargo, enfatiza en la necesidad de contar con una perspectiva de género en el sistema judicial. “Hoy, existe una casi nula aplicación de ese enfoque. Y eso, no solo implica que los jueces no tengan perspectiva de género para sancionar estas conductas, sino que las investigaciones no se hacen desde ese lugar, y el actuar de las policías tampoco. Son cuestiones estructurales de las que el Estado debe hacerse cargo”, dice y agrega: “Tienen que haber políticas públicas enfocadas en la prevención de estos casos, para efectos que la impunidad no sea parte de estos procesos”.

Acompañamiento en la reparación

Luego de un ataque de estas características, la psicóloga Guila Sosman explica que las personas pasan por un estado de shock. Un tiempo donde deben digerir y procesar estos hechos, antes de asumir -en parte, nunca se puede realmente- una corporalidad distinta, marcada por las lesiones. En eso, el acompañamiento juega un papel vital. “Por la gravedad de estas situaciones, es muy probable que hayan depresiones gravísimas o intentos suicidas, entonces una forma de superar ese dolor y sufrimiento es mediante el acompañamiento. Volver a tener redes o encontrarse con personas en situaciones parecidas puede ayudar a que no se sientan solas, porque les permite compartir experiencias”, sostiene.

Por esa razón, Carmen Sánchez armó su Fundación, porque se dio cuenta que, como ella, muchas mujeres sobrevivientes estaban cargando solas con el dolor de la recuperación. “Nosotras tratamos de recuperar espacios y fechas importantes, porque después de los ataques, muchas han dejado de celebrar cumpleaños o fiestas. Es parte, porque la rehabilitación ocupa gran parte de su tiempo. Esos momentos son muy necesarios, porque hay mucho cariño entre ellas y se dan fortaleza”, dice la co-fundadora, Ximena Canseco y agrega: “Me acuerdo del caso de una chica que llevaba 250 cirugías y las demás, al verla, se sentían esperanzadas y veían que podían ir avanzando”.

Eso fue lo que Esperanza Millán también sintió cuando se dio cuenta que, como ella, habían más mujeres en esta misma situación. “En algún momento llegué a pensar que era la única a la que le había pasado algo así y cuando conocí a Carmen, me di cuenta que no. Que al fin alguien podía entender mis ataques de depresión o momentos difíciles porque la recuperación es compleja. Cada tratamiento o cirugía es tan doloso que llega un punto donde quieres tirar todo. Con estas cosas, uno se motiva a seguir en pie”, dice.

Actualmente, esta Fundación cuenta con asistencia médica, legal y psicológica, disponible para todas aquellas mujeres que han sufrido este tipo de traumas. Eso sí, ninguno de estos apoyos ha sido otorgado por parte del Estado. “Nos hemos tratado de reunir de esta forma porque, cuando sabes que hay otras personas como tú, entiendes que esta lucha se trata de algo colectivo” dice Carmen Sánchez y concluye: “Vernos en este proceso nos permite darnos cuenta que hay vida después de esta lesión. Que se puede salir adelante y que vamos a tratar de recuperar todos los sueños que, en algún minuto, trataron de quitarnos”.

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