Violencia obstétrica: la ley que sigue pendiente

Violencia obstétrica: las leyes que siguen pendientes

La próxima semana en la Comisión de Salud del Senado se retoma la discusión sobre la Ley Adriana, un proyecto que fue inicialmente concebido como una legislación para el parto respetado, pero que se distingue por buscar una revolución y ha evolucionado para abordar la violencia ginecológica y obstétrica por separado. Algo fundamental –según las especialistas– pues en la actualidad no hay ninguna ley en Chile que aborde el concepto de violencia obstétrica, pero principalmente, porque en nuestro país, 8 de cada 10 mujeres reconocen haberla sufrido.




Según un estudio de violencia obstétrica en Chile, el 79,3% de las mujeres reportó haber sufrido este tipo de violencia. Lorena (su nombre fue cambiado) es una de ellas. Llegó al hospital de Puerto Montt con seis centímetros de dilatación. A pesar de su insistencia, no permitieron que su esposo la acompañara hasta que alcanzó los nueve centímetros. Sufrió un largo y doloroso proceso de parto, ya que su bebé no descendía correctamente. A pesar de sus súplicas, los médicos parecían no escucharla, no la dejaban levantarse y, a medida que pasaba el tiempo, el dolor de Lorena aumentaba. “Cuando vi al médico empecé a llorar, le agarré la mano y le dije, ‘por favor, ayúdenme, hágame la cesárea. Yo estoy muy adolorida, no puedo más, no lo voy a poder parir’”. Ignorando su petición, el doctor ordenó que siguiera el trabajo de parto y que le pusieran oxitocina para acelerar el proceso, aun cuando Lorena rogó que no lo hicieran porque eso solo la haría sufrir más. Una vez más, no fue escuchada.

Después de varias horas, el médico decidió hacer fórceps. “Cuando introduce las tenazas para jalarme al bebé, el dolor fue horrible, el peor de mi vida, y el grito que pegué fue una cosa desgarradora. Yo creo que me escuchó todo el hospital, hasta yo me desconocía. Pero mi bebe no salió, entonces el doctor sacó las pinzas y dijo ‘esto fue frustrado, vámonos a cesárea de emergencia’”.

El proceso se complicó, terminando en una grave hemorragia en la que los niveles de hemoglobina de Lorena bajaron significativamente. Algunos días después del parto, comenzó a sentir un malestar y una hinchazón abdominal. Tras ser llevada de vuelta al hospital, se le diagnosticó una endometritis postparto, causada por una masa desconocida que le producía una inflamación del útero. Luego de descartar un posible tumor, le dieron antibióticos y la mandaron para su casa. 20 días más tarde, Lorena expulsó una gasa por la vía vaginal.

Al ir al hospital, el doctor fue sumamente “despectivo”, como describe la mujer. Negaron que fuera una gaza, no le ofrecieron una supervisión fuera de la hospitalización y, finalmente, fue escoltada por un guardia a la salida. “No esperaba ese trato, salí molesta, asustada y nerviosa así que pedimos una consulta con un ginecólogo particular. Le llevé lo que había expulsado y de solo verlo me afirmó que era una gasa y, a su vez, la causante de mi endometritis postparto”.

La situación se complicó aún más cuando el hospital trató de negar la existencia de la gasa y se rehusó a asumir la responsabilidad legal. La recuperación de Lorena fue complicada y dolorosa, afectando su capacidad para cuidar de su bebé y su relación con él. Además, tuvo dificultades para amamantar y sufrió emocionalmente debido a la negligencia médica y la falta de apoyo. Lorena denuncia la falta de empatía y respeto hacia sus deseos y necesidades antes, durante y después del parto, lo que generó un ambiente de incomodidad y desconfianza con el personal médico. “Desearía que hubiesen sido honestos conmigo y me hubiesen explicado la situación. Si hubiesen hecho eso, yo nunca hubiese denunciado porque habría entendido que como seres humanos pueden cometer un error, pero ellos a mí me mintieron”, dice.

La matrona y fundadora de Alma de Mamá, Pascale Pagola, define la violencia obstétrica como la apropiación del cuerpo de las mujeres por parte del personal de salud, mediante prácticas que devienen de la medicalización y patologización de sus procesos reproductivos. “Se ve el nacimiento como una enfermedad que conlleva un potencial riesgo, lo cual redunda en la pérdida de autonomía de las mujeres y en un descenso significativo de su calidad de vida”, dice.

Algunas de estas prácticas son el abuso de cesáreas, de oxitocina y de episiotomías, al igual que la falta de respeto hacia la mujer embarazada, no escuchar sus necesidades o minimizar sus dolores. Leire Fernández, psicóloga clínica perinatal, y coordinadora de la Unidad de Salud Mental Perinatal de la Universidad del Desarrollo, explica que estas prácticas pueden tener consecuencias negativas como ansiedad, depresión, inseguridad y dificultades en el vínculo madre-bebé.

Por eso es que durante los últimos años, diversos grupos de la sociedad civil han peleado por que se creen leyes que defiendan a las mujeres de esta violencia. “No hay ninguna ley en Chile que aborde el concepto de violencia obstétrica, no existe la definición en la legislación chilena, lo que sí hay son conceptos aislados, como la Ley Dominga y la Ley Mila que buscan el acompañamiento de las mujeres”, afirma Fabiola Yáñez, representante de Coordinadora por los Derechos del Nacimiento.

Otro proyecto es la Ley Adriana, inicialmente concebida como una legislación para el parto respetado, se distingue por buscar una revolución y ha evolucionado para abordar la violencia ginecológica y obstétrica por separado. Sin embargo lleva varios años durmiendo en el Congreso y la próxima semana se retoma su discusión en la comisión de salud.

La matrona, Pascale Pagola, reflexiona que esta propuesta de ley es muy importante para el personal de salud. “Hace que nos cuestionemos, que nos preguntemos, que miremos lo que está pasando y no solo cerca nuestro, sino que miremos a lo largo de todo Chile, de Sudamérica y del mundo entero”. Si bien dice que tras la promulgación de estas leyes el entorno médico ha tenido mejoras en sus aspectos técnicos y humanos, no se pueden dejar de lado ciertos indicadores.

Violencia obstétrica: las leyes que siguen pendientes

¿Por qué las mujeres callan?

A pesar de que existen mujeres como Lorena, que sí comparten su experiencia, hay muchas que prefieren quedarse en las sombras, lo que propicia que esta práctica quede silenciada. Leire Fernández, también miembro de Alma de Mamá, explica que existen diferentes razones para callar. En primer lugar, puede existir una falta de identificación de la acción como violenta, ya que hay muchas prácticas que están normalizadas y las familias no tienen por qué saber que no son normales.

En segundo lugar, la mujer al ver a su bebé sano le quita importancia y gravedad a la violencia vivida. Frases como “¿De qué te quejas si tu bebé está vivo?” o “ahora disfruta de tu bebé, no tienes que pensar en eso”, pueden hacer que los síntomas emocionales en la mujer se mengüen por no por no encontrar acompañamiento ni comprensión. Finalmente, puede existir inseguridad por no tener claro si una acción fue violenta o no. Por eso, la especialista recomienda socializar para aclarar dudas, ya que muchas veces se desconoce y el entorno tampoco tiene mucha información al ser el mismo sistema el que tapa esto.

“En comparación con países como Inglaterra, donde te animan a hablar, te animan a preguntar en el caso de que tu parto haya tenido ciertas complicaciones o te haya generado a ti emociones intensas, tú puedes ir y pedir tu historial. Aquí estamos muy lejos de esas culturas. Aquí se tapa, se calla. No se ayuda a que se hable y a que se visibilicen estas conductas”, critica la psicóloga.

Fabiola Yañez explica también que, en términos de denuncias y reclamos, el proceso es complejo y puede ser intimidante para las víctimas, especialmente cuando se trata de presentar un reclamo contra el mismo proveedor de atención médica, “tienes que ir a reclamarle a tu propio violentador que se está pasando de la raya”, denuncia.

Educar en empatía: un trabajo en equipo

Pascale Pagola propone que para generar cambios es clave la entrega de información y educación prenatal tanto hacia las mujeres, para que puedan ser libres de expresar sus deseos y preferencias en el parto como hacia los equipos de salud. Si bien estos son muy criticados, también son descuidados por sus propios sistemas al estar sobre exigidos y tener pocas horas de descanso.

El parto es un proceso fisiológico en el que la mujer necesita sentirse segura y estar en un espacio de confianza, reconoce la psicóloga Leire Fernández. Es el momento más vulnerable de la mujer, si no existe esa conexión, el proceso se puede inhibir, es por esto que el equipo médico siempre debe tener una actitud de cuidado, de apertura y de calma hacia la mujer.

Además, la especialista recalca la importancia de poder mirar el sistema desde afuera para poder conectar y empatizar con estas situaciones. “Una conducta tan sencilla como preguntar me puede dar la clave para poder apoyar a esa mujer o para poder ir por el camino correcto con ella. En cambio, si estoy desconectada, si voy apurada, corriendo por turnos colapsados, voy a llevar a cabo prácticas, muchas veces sin quererlo, que atenten contra esa mujer o contra ese bebé”.

“La mujer tiene algo que nunca va a tener el profesional que es el conocimiento sobre su cuerpo, el cómo siente a su bebé y el instinto también que se va desarrollando. Por otro lado, el equipo médico también tiene conocimientos técnicos sobre el parto, sobre la presencia de dificultades en la madre o en el bebé, que la mamá no tiene por qué tener”, detalla la psicóloga. “Si trabajan juntos, es el equipo perfecto para que todo se desarrolle de la mejor manera posible. El hecho de que haya complicaciones en el parto no tiene por qué generar daños ni secuelas psicológicas si se ha tomado atención a la madre y a sus decisiones y voluntades”, añade.

Fabiola comenta que el proceso de dar a luz, que es natural y ha ocurrido durante miles de años, ha sido intervenido y modificado significativamente en los últimos 60 o 70 años. Mientras que antes el parto se daba principalmente de forma natural, ahora se ha vuelto común el uso de intervenciones médicas, como las cesáreas y la oxitocina para facilitar el proceso. “Lo que apunta el proyecto de ley Adriana es sacar lo mejor de los dos mundos, la biología, que te permite existir, y la maquinaria médica, que te permite anticiparte a los problemas”, valora Fabiola, y de esta forma garantizar una atención respetuosa y centrada en las necesidades de las personas gestantes.

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