Covid-19: las iniciativas que buscan reciclar las mascarillas

Gary Stokes, fundador de OceansAsia, muestra algunas mascarillas halladas en una playa de la isla Lantau, en Hong Kong. Crédito: AFP.

Múltiples organizaciones ya lo denuncian. Solo en 2020 fueron miles de millones de toneladas de mascarillas en los océanos. Y resta todo lo que queda en tierra. El principal peligro son sus componentes que, si bien ha ayudado a controlar la pandemia, un solo barbijo puede demorar cerca de 500 años en descomponerse. Diversas iniciativas están surgiendo, en Chile y el mundo, para buscar su reutilización.


Con el masivo uso de las mascarillas, debido a la emergencia sanitaria a nivel mundial, surgieron distintas iniciativas y cuestionamientos desde diversas industrias. La moda se preguntó si era válido considerarla un accesorio y aparecieron con ello un sinnúmero de alternativas de la mano de diseñadores; apelando a la inclusión, otro grupo apuntó hacia qué tan eficientes eran los tapabocas, considerando que hay toda una parte de la comunidad con dificultades auditivas que necesitaban mirar los labios de la otra persona; y algunos comenzaron a motivar la propia impresión en 3D de barbijos, con distintos diseños y colores, entre otras.

Al final del día, más allá del Covid-19, el tema giró realmente en torno al diseño de estas máscaras. Pero hoy en día, habiéndose transformado en algo del día a día, que hay que cambiar luego de determinado tiempo y con gran parte de la población vacunada, la duda es qué sucederá con todos esos residuos que estamos generando en esta prevención y cuidado ante la pandemia.

Y los rastros ya se están viendo. Son cientos de vertederos alrededor del mundo los que están acumulando miles de millones de mascarillas. Y no solamente basureros, sino que el mismo circular por la calles, los peatones pueden encontrare al menos con un cubrebocas en el suelo. Para qué mencionar los mares de la Tierra, que ya todas las agrupaciones ambientalistas han denunciado durante estos últimos dos años una contaminación extrema en las aguas debido a estos artículos. Solo en 2020 se habrían fabricado unas 52 mil millones de mascarillas y se proyectaba, según estimaciones de la organización OceansAsia, que serían unas 1.560 millones que terminarían distribuidas en los cinco océanos. Eso, sin considerar otras aguas del Globo.

Lo peor es que estos desperdicios tardarían unos 450 años en descomponerse. Luego de eso, se transformarían en microplásticos, que afectarían a todos los distintos ecosistemas e incluso podrían dañar silenciosamente a la raza humana. Ya en mayo de 2021 la revista científica Journal of Hazardous Materials relizaba una publicación en la que evidenciaba la presencia de microplásticos en comida. El principal ejemplo en el artículo era el de arroz que, incluso lavado con agua purificada, mantenía los residuos.

De acuerdo a un informe de OceansAsia, solo durante 2020 unas 1.560 millones de mascarillas terminaron en los océanos.

Pero ese es solo un ejemplo. Evidentemente, con el paso de los años y si aún no se toman medidas al respecto, la contaminación va a escalar a niveles peligrosos más que peligrosos. Y lo mismo debiese suceder con la preocupación que, mientras antes se encuentren soluciones, más pronto que tarde podrá intentar revertirse el factor de la huella ecológica. Y los cuestionamientos continúan.

De hecho, hay iniciativas al rededor del mundo que ya se están preguntando qué hacer con estos residuos y si son útiles de una u otra manera. Una de ellas, que fue publicada por la revista Energy Storage y que ha dado que hablar, es la de un grupo de científicos rusos, junto a pares estadounidenses y mexicanos, que lograron crear baterías de litio con materiales extraídos de mascarillas quirúrgicas. Y la lista sigue con alternativas, como la levantada en 2021 por Fraunhofer, en alianza con Sabic y P&G, en la que fabrican nueva resina de polipropileno a partir de antiguas mascarillas y que puede ser utilizado en la creación de nuevos plásticos.

E incluso la Universidad de Concepción, por ejemplo, levantó el año pasado el primer piloto de reciclaje de barbijos en Chile. Con ellas, que en su primera etapa dieron como saldo unos 145 kilos de residuos usados en pesca industrial, se realizaron maceteros o bandejas, entre otros. Fue la misma casa de estudios la que instaló un contenedor para depósito de mascarillas Unibag -reciclables y reutilizables-, para así poder proyectar e incentivar estos planes de descontaminación.

Alex Parnas, director de Emprendimiento del Centro de Innovación UC Anacleto Angelini, dice hay tres puntos en los que hay que focalizarse. Primero, señala, hay que pensar en la realización de mascarillas con materias primas que sean amigables con el medio ambiente y que luego sean biodegradables. Teniendo eso en consideración, todo lo que siga en la vida útil del protector será más fácil. Luego, hay que pensar en darle más de un uso a los barbijos, “y que no sea todo descartable, porque eso significaría que se está haciendo todo muy mal”.

Como universidad, asegura, han visto varios emprendimientos que han estado utilizando, por ejemplo, ozono para limpiar las mascarillas, eliminar con eso el Covid-19, y continuar con su uso. Y el tercer foco debe ser que se puedan reciclar, y argumenta que hay varias iniciativas que están separando las fibras con tal de poder generar diferentes productos, pero eso significa otros desafíos a nivel de emprendedores, por ejemplo. “Hay que procurar cuidar el proceso desde que se diseña un producto, pero no es solo eso, sino también que sus envases sean biodegradables”, plantea Parnas.

Las mascarillas de un solo uso tardan alrededor de 450 años en descomponerse y, en el corto plazo, significarán una importante cuota de la contaminación ambiental total.

Con respecto a lo emprendedores, dice que hay también un costo adicional por sacar los materiales de un artículo. Por ejemplo, a las mascarillas hay que sacarle la tela, el elástico, el metal, y poder separarlo de tal forma que sea reutilizable “y es todo muy caro”. “Hace falta una reglamentación y gobernanza, con leyes que generen este cambio, porque no podemos seguir con la cultura del menor costo y mayor desperdicio”, propone el creativo.

Además, asegura que los emprendedores se ven enfrentados a que tienen muy pocas herramientas para gestionar y poder hacer de esto un negocio que sea estable o que, al menos, no le signifique pérdidas. “De alguna manera, el Estado debe incentivar y apoyar a estas iniciativas a que puedan encontrar a que haya un nicho donde se pueda desarrollar el reciclaje”, añade.

El ingeniero comercial asegura que faltan leyes al respecto del tema, pero en cuanto comience a legislarse sobre el tema, espera que la situación sea una similar a la que se dio cuando se comenzó a implementar la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP) -N°20.920- y la Ley de Bolsas Plásticas -N°21.100-, en la que la misma población y productores de distintos residuos tomaron cartas en el asunto. Ejemplifica con esta última, con la que se eliminaron las bolsas desechables en el comercio y se fomentó el uso de aquellas de materiales reutilizables, como de tela, nylon, polipropileno, entre otras, y que ya la ciudadanía tiene interiorizada para dar un nuevo uso.

Los desafíos de la industria

Santiago Innova, el brazo articulador del emprendimiento e innovación de la Municipalidad de Santiago, están en un desafío para buscar soluciones para los residuos de la pandemia. María Sepúlveda, directora ejecutiva de la iniciativa por la que pasaron Tika, Políglota, la empresa de inteligencia artificial Kauel, la aplicación de comunicaciones internas Redin, Intitech, entre otras tantas, dice que la idea es encontrar nuevas ideas para poder reciclar aquellos desechos que se están produciendo por la contingencia. Entre ellos, las mascarillas.

“Dentro de eso han surgido no necesariamente a nivel regional, sino a nivel nacional, iniciativas para reciclar estos residuos y hacer otros tipos de plásticos, que es finalmente el material con el que fabrican los cubre bocas, con fibras de polipropileno que no se degradan propiamente”, acota la directora ejecutiva de la instancia, que nació como una incubadora hace 24 años.

Un grupo de científicos rusos, junto a pares estadounidenses y mexicanos, lograron crear baterías de litio con materiales extraídos de mascarillas quirúrgicas.

Están planteando los desafíos, afirma, desde la vereda de lo científico, innovador y emprendimiento. “Necesitamos soluciones y una de las cosas es repensar la formulación, porque probablemente el uso de las mascarillas siga prolongándose, pero debemos hallar cómo encontrar otras maneras de protegernos”, plantea, y recuerda que el material con el cual se construyen los distintos artículos es una pieza relevante y que puede cumplir su mismo objetivo con elementos sustentables. Y menciona a uno de los proyectos que participó en una de sus iniciativas, que consistía en bolsas que se diluían en agua.

“La realidad de las mascarillas es catastrófica, y hay que buscar soluciones para ver cómo se pueden reutilizar, aunque el escenario actual no es muy auspicioso”, plantea. De la misma que forma que Parnas, la ejecutiva es crítica. “En términos de política pública, ha sido muy difícil tomar los residuos, pero son los emprendedores los que están usando estos residuos para hacer cosas distintas: debemos pensar fuera de la caja y abrirnos a posibilidades diferentes”, añade.

Según explica, este desafío con el municipio y otros socios consta “en soluciones industriales que se puedan construir con el reciclaje con la reutilización de fibras de las mascarillas, y explotar ahí la imaginación de los jóvenes para que se puedan sumar a un desafío aún mayor”. Por eso mismo, afirma, es importante que existan políticas de Estado con respecto al tema, que puedan subvencionar las ideas y trabajar a escala, para poder así ayudar a reducir el impacto medioambiental, que sigue al alza al ser cada vez más las mascarillas en circulación.

Oportunidades y colaboración

Pero a pesar de la contaminación que pueda significar una mascarilla de corto uso, es en estos contextos que aparecen nuevas posibilidades. Y cuando comenzó la emergencia sanitaria a nivel global, plantea María de los Ángeles Romo, gerente de Start-Up Chile, se pensaba que no duraría por un largo periodo, pero se fue extendiendo. “Y entendiendo que estábamos frente a un nuevo escenario, un quiebre, desde el punto de vista del emprendimiento e innovación, las oportunidades aparecieron”, asegura.

Así, por ejemplo, desde el principio de la pandemia, en la aceleradora de startups recibieron una serie de proyectos que, de una u otra manera, se hacían cargo de la carga microbial que la ciudadanía estaba teniendo. Y una de las iniciativas que más destaca es Copper 3D. La firma chilenoamericana se incubó en Start-Up Chile en 2018 y Romo dice que “mezcla grandes ámbitos que, dese Chile, es el tipo de empresas que nos gusta ver”.

Básicamente, la compañía creaba mascarillas realizadas con impresoras 3D y, en base a un código abierto, estas podían ser hechas por cualquier persona alrededor del mundo. Sus filamentos, eso sí y a diferencia de otros productos, mezclaban micropartículas de cobre. Y esa es solo una de las soluciones que recibieron, aunque la más cercana a una mascarilla. Gracias a su formato, los usuarios solamente necesitaban descargar el código e imprimirlas, por lo que la “exportación” del producto en sí era mucho más eficaz.

Copper3D fue una de las iniciativas que pasó por Strart-Up Chile y que, en un formato de código abierto, permitía a los usuarios de cualquier parte del mundo realizar su propia mascarilla con impresión 3D. sus filamentos contienen micropartículas de cobre.

“Naturalmente, cuando comenzó la pandemia, partió el uso masivo de las mascarillas, ero es cosa de tiempo para que se transforme en lo que nos pasó con el uso de bolsas plásticas, y que derivó a una ley que se tuvo que hacer cargo”, recuerda Romo. Eso sí, a pesar que Start-Up Chile no haya recibido iniciativas de este tipo, de reciclar mascarillas -tampoco en la nueva generación que recibirán en marzo las hay-, dice que sí hay una inquietud en la industria. Al menos en las empresas.

La incubadora tiene una alianza con Johnson&Johnson en el área médica y, asegura, esta es justamente el tipo de iniciativas que les preocupa. “Hemos recibido llamados desde el mundo más corporativo, entonces, para buscar alternativas, en una lógica de innovación abierta, que resuelvan esta problemática que se manifestará con más fuerza en los próximos periodos”, comenta.

Eso sí, sabe que existen un sinnúmero de iniciativas de este tipo que están apareciendo. “Es un tema sensible en varios ámbitos de la innovación y emprendimiento, pero sabemos que se están incubando algunas innovaciones en esta línea y, lo más probable, es que cuando tengamos los primeros productos mínimo viables, justamente Start-Up Chile tendrá la responsabilidad de tomar a esas compañías y de pensar de qué maneras acelerarlas en esta internacionalización y necesidad de expandirse”, asegura la gerente de la instancia.

En la lógica de la comunidad y cooperación, dice, si hay dos empresas o startups que son tangencialmente competidores, plantea que estas deberían poder colaborar para definir un negocio diferente a los dos primarios, para así poder resolver una siguiente necesidad en el mercado, y que es justamente lo que quieren impulsar en Start-Up Chile.

O también, por ejemplo, si una empresa realizara impresiones 3D con material no sustentable, pero hiciera una alianza con una firma que los hace. “Si bien es cierto que hay empresas que se incuban en distintas partes del mundo, al final del día uno de los grandes mensajes es que hoy día las fronteras están más diluidas que hace dos o tres años atrás, y eso nos permite cooperar de una forma mucho más ágil y eficiente para llegar al mercado”, cierra.

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