Amenazados por convivencia
Imagine que un parlamentario del honorable Congreso Nacional, a quien usted no conoce, lo agarra a garabatos en un discurso. Lo llaman y le avisan: “Ahí va el video”, que al rato circula por todos lados. No lo puede creer: Un energúmeno, miembro del segundo poder del Estado recita contra suya un rosario que encendería una guerra en una pichanga de barrio. Espera las reacciones del Parlamento y la prensa. Todo tibio. Pasan los días. El insultador es entrevistado. Está poseído. No sólo no se corrige, sino que duplica los insultos. Se incluyen jocosas fotos y titulares chistosos. No se entiende bien qué busca. Si era ser famoso, lo ha logrado, de una muy patética manera.
Usted hace un video de descargo. Un buen video, quizás algo ingenuo. Habla de frente. No logra mucho más que más faltas de respeto y repudio.
Decide ir a tribunales. Llega a la audiencia. El insultador tampoco se retracta ni agrega ningún antecedente concreto que sustente sus dichos. Desfilan “peritos verbales”, que analizan si es o no insulto un garabato que en cualquier tercero básico genera el grito de guerra: “mocha, mocha”. A la salida, a usted, que fue a defender su honra (es el querellante), lo llenan de escupos, le tiran piedras, le pegan patadas.
En el mismo país que hace una semana rasgaba vestiduras por la discriminación de la ordinarísima muñeca inflable y que estos días quema la pradera de las confianzas por la colusión de los pañales, muy pocos lo apoyan.
La explicación es sencilla y terriblemente injusta: en este reality usted no es popular, representa un grupo amenazado por convivencia, no por talento. La votación popular está cantada: no lo quieren, en parte porque le ha ido demasiado bien y en parte porque se ha equivocado. Está de moda no quererlo. Antes de ser persona, es “un poderoso”. Para usted la igualdad no existe. Los paladines de los derechos no aparecen. Sólo están para “los débiles”. Algunos podrían incluso estar secretamente felices de verlo humillado.
No conozco a Andrónico Luksic. De lo que he visto, no creo que sea un santo. Ha cometido, como todos, cada uno a su escala, errores importantes. Su actuación en el caso Caval me merece todas las dudas. Recuerdo también el tema de Perú, tratando de salvar la planta de Lucchetti. A la distancia, parece un hombre curtido, que sabe navegar en los negocios y la política según las condiciones que se le impongan.
Pero, hay que ser justos, también tiene extraordinarios méritos como empresario. Un camino iniciado por su padre, pero él y sus hermanos han sabido continuarlo, con arrojo, visión y mucha habilidad. Con sus sumas y sus restas, creo que su balance es, sin dudas, positivo. Y definitivamente dista mucho de ser alguien que merezca la reprobación general y menos los insultos recibidos.
Si me equivoco, no importa, no importa en absoluto. Si usted logró ponerse en su lugar, estará de acuerdo que en este país, supuestamente serio, ningún ciudadano puede pasar por esto. Si en este reality campean, sin oposición, los indignados y la indignidad, estamos todos amenazados por convivencia. No es necesario filosofar si habrá inversión o crecimiento. Sólo hay un desenlace posible: estancamiento primero y después decadencia.
*El autor es panelista de Información Privilegiada de Radio Duna.
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