El ejecutivo que busca bancarizar Brasilandia, la "favela" de Sao Paulo
No se va nada más que los propios habitantes de Brasilandia, uno de los cerros de la periferia de Sao Paulo. Una zona de 500 mil habitantes quienes se las han arreglado para convivir donde la única ley que existe es la del más fuerte. Sí, en este recorrido de más de 4 horas no se ha visto ningún policía pese a ser éste un reconocido foco de delincuencia y narcotráfico de la metrópolis paulista.
Ninguno de los turistas que recorren las grandes avenidas de la ciudad se ven aquí. Este cerro no ofrece glamour, al contrario, en la medida que más se avanza hacia lo alto la miseria es mayor. Abundan las banderas de Corinthians, el equipo con la mayor “torcida” de la ciudad, y que tras haber pasado a la final de la Copa Mundial de clubes (que finalmente ganó tras derrotar al Chelsea) tiene a muchos celebrando en las calles. Petardos y fuegos artificiales desatan la algarabía de este gran lomo, y en medio de todo, Paulo Rogério da Cruz recorre sus veredas donde el calor azota con fuerza.
Aunque no es de acá, es como de la familia de Brasilandia. Lo respetan y otros lo quieren. No sólo por casi su metro 90 de altura, sino porque pese a su pobreza, en esta zona el comercio ha podido hacerse paso de a poco, para lo cual Rogério da Cruz ha sido fundamental.
Este hombre es uno de los tantos supervisores de microcrédito que recorren zonas de alta pobreza buscando emprendedores necesitados de financiamiento. Y es uno de los más experimentados. Hace 12 años que el estado brasileño institucionalizó el microcrédito solidario, iniciativa que ya funcionaba a través de organizaciones sociales pero que se formalizó permitiendo la participación de la banca. Y Rogério participó desde el primer minuto de este fenómeno, los últimos 4 ha estado en Itaú, pero eso no importa. Santander y Banco do Brasil también buscan captar clientes, pero para él esto no es una competencia, sino una herramienta de transformación social.
¿No lo cree? Elena Santos es una de las clientas más antiguas de Rogério. Empezó con un crédito de R$300 (cerca de $80 mil) hace ocho años y el último fue por R$7.000 ($1,6 millones). Vive con R$3.000 mensuales (cerca de $700 mil), gracias a su puesto de frutas y verduras. “Partió con una tabla que medía un metro”, dice Rogério, y hoy es una de las primeras verdulerías que se ven en la entrada de Brasilandia, con un toldo azul de 5 metros de largo y que dice: “Se aceptan tarjetas de débito y crédito”.
Otro caso es el de Sulia Olivera. Una mujer que tiene una tienda de unos 30 metros cuadrados. Saluda con afecto a Rogério, pues ha sido partícipe del crecimiento de una empresita que apuesta en grande. Un microcrédito de R$14.200 ($3,3 millones) la tiene hoy vendiendo televisores, celulares y hasta impresoras.
“Da oportunidades para que emprendendores puedan crecer y dar empleo en la comunidad. Hay gente que sale de la escuela y no tiene nada que hacer, corriendo el riesgo de ser absorbidos por el crimen organizado”. Así es como Rogério define su labor, comandando un grupo de un total de 5 agentes, con una cartera de 750 clientes.
Su trabajo es el que, en parte, ha contribuido para que en 12 años la bancarización de Brasil ascienda a casi un 45%, reduciendo sus índices de pobreza desde el 37,5% al 20,9%.
¿Un modelo a seguir en Chile? Puede ser. En general, estos créditos son de entre R$2.500 y R$5.000 (entre $580 mil y $1.150.000), con tasas que suelen partir en el máximo de 3,9%, pero que se van reduciendo hasta el 2,88%, con plazos de 4 a 12 meses, que es lo que permite la ley. Estas colocaciones no se hacen sólo a una persona, sino a grupos en los que cada una sirve como aval del otro. He ahí el porqué de su carácter solidario. Si bien en Chile existen iniciativas al respecto, el fenómeno del microcrédito está lejos de la efervescencia que existe en el gigante latinoamericano.
Probablemente el bangladesí Muhammad Yunus, pionero en la idea del microcrédito -lo que le dio paso para ganar el Nobel de la Paz-, no habría pensado que su idea por fundar el “banco de los pobres”se replicaría en zonas tan remotas como las de Brasilandia, donde si bien no existe un “banco de los pobres”, sí tiene su propio ejecutivo de los pobres, Paulo Rogério.
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