Pulso

El capital está listo, la institucionalidad no

Peso chileno

Hace unos días conocimos el informe de Cuentas Nacionales que emite el Banco Central. El Producto Interno Bruto (PIB) del primer trimestre creció un 2,3 %, algo por sobre el 2 % preliminar que había entregado el Indicador Mensual de Actividad Económica (Imacec), aunque al mismo y desgarbado ritmo con el que ha crecido la economía la última década.

El principal motor del relativo mejor crecimiento económico fueron las exportaciones de bienes y servicios, con un salto de 10,7 % -el mejor desempeño desde mediados de 2007-, empujadas por el cobre, frutas y, en el caso de los servicios, por el turismo receptivo. Por su parte, las importaciones de bienes y servicios anotaron un crecimiento interanual de un 9 %.

La demanda interna, en tanto, anotó un débil 1,2 %, empujada en parte por el consumo (+2 %) -el que, a su vez, estuvo impulsado por el consumo estatal- y con un bajo desempeño de la formación bruta de capital fijo (+1,4 %).

Los datos del primer trimestre nos presentan un claro diagnóstico de la economía chilena: Sin el impulso del comercio exterior, el crecimiento sería paupérrimo; y es sintomático lo que ocurre con la inversión, que nuevamente aparece como uno de los componentes del gasto con mayor rezago, ya que la inversión ha estado prácticamente estancada hace tres años y medio. Al mirar los datos desestacionalizados, entre el tercer trimestre de 2021 y el primero de este año, se exhibe un crecimiento total (no promedio) de solo un 0,9 %.

No es trivial este freno que ha tenido la formación bruta de capital fijo. Por ejemplo, un lento avance de nuevos proyectos o de ampliación de las capacidades productivas de los actuales, demanda menos puestos de trabajo. La nueva plataforma Prisma, que lanzó la Sofofa hace algunos días, muestra que, de materializarse las iniciativas en carpeta en el sistema de evaluación de impacto ambiental, se crearían unos 215 mil empleos directos.

En un país con tasas de desempleo persistentemente por sobre el 8 %, no podemos darnos el lujo de prescindir de la voluntad de cientos de inversionistas que están dispuestos a arriesgar su capital en Chile por burocracia, arbitrariedades o, sencillamente, por razones ideológicas.

Enfrentamos una paradoja peligrosa: existen los recursos, están los proyectos y oportunidades, pero se carece del sentido de urgencia y de la convicción técnica para remover las barreras que impiden que el capital fluya hacia donde más se necesita. Es tan irracional como si alguien se estuviera ahogando en una piscina, y en vez de lanzarle un salvavidas, nos quedáramos debatiendo si el color del flotador es el apropiado.

La inversión no es solo una variable macroeconómica: es la semilla de los empleos que necesitamos hoy y del futuro, del desarrollo regional, de la innovación y del crecimiento sostenible. La solución no es mágica, pero sí conocida: estabilidad jurídica, reglas claras, una institucionalidad que dé certezas y una actitud menos hostil frente al emprendimiento. No se trata de ceder en estándares ambientales o sociales, sino de dejar de convertir la inversión en un campo minado.

Es hora de que el país recupere la voluntad de crecer con ambición. Pero sin inversión, el futuro no se construye: se posterga. Y ya llevamos demasiados años aplazando lo urgente.

*El autor de la columna es economista

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