Revista Que Pasa

Cine: ¿2010, El año que hicimos/haremos contacto?

<p>Este a&ntilde;o nuevo no podr&eacute; dejar de pensar en una pel&iacute;cula: 2010. Se lanz&oacute; en 1984 y pas&oacute; inadvertida por Chile.</p>

Ocurre cada ciertos años. Ocurrió, claro, en 1984 pero quizás no me di cuenta, o me di cuenta muchísimo tiempo después. Sé que ocurrió en 1999 porque a fines de 1998 envié demasiados mails de Navidad/Año Nuevo llamando a todos que celebraran como si fuera nineteen ninety nine. Me refería, claro, al tema de Prince: 1999. Hay números que son títulos, de novelas, películas, canciones. El año 2000 se transformó en Y2K y la paranoia era que se iba a acabar el mundo o, al menos, las máquinas que lo movían. Al final no sucedió nada. El escenario, en rigor, era más 2001 tal como la sesentera y supuesta obra maestra de Kubrick. Nueve meses después de los fuegos artificiales que marcaron la partida del año 2001, el fin del mundo tal como lo conocíamos (o tal como lo cantó R.E.M.) sucedió con aviones, rascacielos, terroristas y televisión en vivo.

Un título no es algo menor. Es, entre muchas otras cosas, un nombre, un destino y una promesa. Los títulos que además son fechas son curiosos y me han intrigado siempre. Hay decenas de cintas de los 70 y 80 que, en apuestas tan atarantadas como adolescentes, optaron por un futuro. Quizás la que más se asemeja a la realidad es Blade Runner (es cosa de ir al centro de Los Angeles), pero aún faltan sus años y, por mucho que avance la tecnología, es poco probable que al menos esa ciudad esté, por un lado, tan decrépita y, por otro, que los ricos vivan en el espacio exterior y las motos de la policía surquen los cielos. Blade Runner es del 82 y transcurre el 2019; estoy seguro de que la noche del 31 de diciembre del 2018 no estaré pensando en Blade Runner.

Este 1 de enero, es decir hoy (un amigo matemático me envía un mail confirmándome que el día partió con este número: 00:00 01 10), no podré dejar de pensar todo el día en una cinta menor, que fue más bien un fracaso crítico y de público, y que se estrenó a fines de 1984 en los Estados Unidos y que en Chile llegó a las cicatrizadas salas post terremoto de marzo del 85. La cinta, claro, se llama 2010 y es una suerte de continuación de 2001: una odisea espacial. 2010 la dirige Peter Hyams, con Roy Scheider como protagonista y una joven y crespa Helen Mirren como una astronauta rusa. En 1984, y para la mente ochentera de Arthur C. Clarke, la esperanza del futuro no sólo era uno de inventos (de los cuales, la verdad, hay bien pocos, partiendo por la ausencia de celulares, laptops e iPods), sino de un eventual fin de la guerra fría. Nadie en el set se imaginó que el futuro llegaría en 1989.

2010 se ve muy retro y camp con los Commodore 64 como base de todos los computadores (Dios: cómo pasa de moda el futuro), pero lo más asombroso es que americanos y rusos deben unirse y superar sus diferencias. 2010: el año que hacemos contacto. Ésa es la frase que no puedo sacarme de la cabeza. El año que hacemos contacto. ¿Lo haremos? ¿Con quién? ¿O es un mantra personal? ¿Empezará una década más centrada en el contacto verdadero con uno mismo, con el otro, con la capacidad de cada uno de realizarse, de conectar con su verdadero ser y sus verdaderas posibilidades y talentos?

En el film, que volví a ver la semana pasada, se descubre un nuevo sol. A partir del 2010 la Tierra tiene dos soles y nunca más hay noche. En 1984, la idea de dos soles sonaba romántica. Hoy, dos soles suena a calentamiento global por dos.

Suena a, digamos, 2012.

* Periodista, escritor y cineasta

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