Chocolate, energía y calentamiento global
Seguramente, esta verdad va a generar culpas: el simple acto de echarse una barra de chocolate a la boca está relacionado con el calentamiento del planeta. Para entenderlo hay que seguir con detalle el largo proceso que se inicia cuando el sol cae sobre el árbol del cacao.
Cansado, sin energía y malhumorado después de un viernes que parecía interminable, encuentro un trozo de felicidad en el bolsillo de mi chaqueta. Juraba que mis chocolates ecuatorianos -85% de cacao- ya se habían terminado, pero una pequeña tableta se había escondido justo para este instante de urgencia energética.
La primera característica del chocolate, que lo hace un producto único, es cómo se funde en la boca. La manteca de cacao es sólida a temperatura ambiente, pero se derrite a 35oC, un par de grados por debajo de la temperatura del cuerpo humano. Además, para pasar de sólido a líquido, el chocolate debe absorber cierta cantidad de calor, el calor latente, lo que origina la sensación de frescura que otorga un buen chocolate.
Además, el chocolate contiene mucha azúcar. Los humanos, como casi todos los animales, estamos diseñados evolutivamente para adorar a este carbohidrato. Sus moléculas contienen gran cantidad de energía, que nuestra biología sabe utilizar. Y como seres vivos, todo lo que perpetúa nuestro material genético nos produce placer. Esclavo de la dictadura biológica, me como el chocolate.
Dulce energía
Las 243 calorías que contiene esta barra de chocolate es la energía que quedará a disposición de mi organismo al digerirla. Está localizada en enlaces químicos de las tres moléculas básicas que contienen nuestros alimentos: proteínas, carbohidratos y grasas. Las dos primeras entregan unas cuatro calorías por gramo; mientras que la última, nueve. Cada caloría es equivalente a la energía que gasta una ampolleta de 100W en 40 segundos. Para extraerla del chocolate, en mis células se da lugar una serie de reacciones químicas conocidas bajo el nombre de catabolismo. Uno de los ingredientes esenciales en este proceso es el oxígeno que respiro. Y los productos finales serán, además de energía lista para su uso, el agua y el dióxido de carbono (CO2) que luego exhalo.
Los grandes almacenadores y distribuidores de energía del planeta son los vegetales, como el cacao. Contienen un excepcional sistema de almacenamiento llamado fotosíntesis: la planta usa la energía del sol, el agua que extrae de la tierra y el CO2 disponible en el aire para crear esas deliciosas moléculas repletas de energía.
El consumo de chocolate contribuye así a mi huella de carbono, la cantidad de CO2 que libero a la atmósfera en mis actividades diarias. Pero no se preocupe. Aunque está un poco desprestigiado, el CO2 que nuestros pulmones emiten es parte esencial del juego de la vida que transcurre en el planeta. Entonces, ¿cómo puede ser malo el gas del que están hechas las burbujas de la champaña? El problema son los excesos.
El sol, estrella generosa
El Sol nos entrega casi la totalidad de la energía que consumimos. De hecho, las excepciones como la energía nuclear, la energía geotérmica y la energía de las mareas representan una cantidad insignificante en nuestro presupuesto energético. Aunque quizá no sea evidente, la energía hidroeléctrica también viene del Sol, pues este astro entrega al agua la energía necesaria para evaporarse, elevarse, caer en las montañas y luego bajar para mover las turbinas de generación. Tampoco es evidente que la energía del petróleo, el carbón o el gas provengan del Sol. Pero así es.
De hecho, el Sol nos entrega mucho más de lo que necesitamos. En un solo día, la atmósfera recibe una cantidad de radiación solar equivalente a la energía eléctrica que la humanidad consumiría -a la tasa actual- en siglos. El problema energético, entonces, no es un problema de producción. Es un problema de distribución. De cómo almacenar esa energía y llevarla a los lugares donde la necesitamos.
Los grandes almacenadores y distribuidores de energía del planeta son los vegetales. Como el cacao, de donde proviene parte importante de mi barra de chocolate. Éstos contienen un excepcional sistema de almacenamiento de energía llamado fotosíntesis: la planta usa la energía del Sol, el agua que extrae de la tierra y el CO2 disponible en el aire para crear esas deliciosas moléculas repletas de energía, suerte de baterías naturales que nacen en el verdor de sus hojas. Como segundo producto, las plantas emiten oxígeno, precisamente el gas que nuestros pulmones necesitan para transformar el chocolate en energía. La fotosíntesis es, en cierto modo, el proceso inverso de nuestro catabolismo. Y ambos procesos conviven armoniosamente en el ecosistema.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
No sigas informándote a medias 🔍
Accede al análisis y contexto que marca la diferenciaNUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mes SUSCRÍBETE