Por qué es complejo pronosticar el tamaño de las olas cuando se genera un tsunami
Aunque no se puede predecir con antelación cuándo ocurrirá un fenómeno de este tipo, la experiencia con episodios previos, junto con la utilización de instrumentos y modelos científicos, permite simular escenarios probables para zonas de riesgo. Estos son los mecanismos que se utilizan.
El terremoto de magnitud 8,8 que se registró en la península de Kamchatka, ubicada en la costa oriental de Rusia, ha desencadenado alertas de tsunami y órdenes de evacuación para partes de Rusia, Japón, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Perú y Chile.
En medio de este escenario, las autoridades de distintos países han tomado medidas para prevenir potenciales riesgos y evitar que se generen pérdidas humanas.
Los sistemas internacionales de alerta temprana tienen un rol significativo en evaluar estas situaciones y, a su vez, contribuyen a que se pueda pronosticar en qué costas impactarán las olas y cuál será el tamaño o la altura de estas.
Sin embargo, determinar esto último es una tarea compleja, afirmaron especialistas a la BBC.
Aquello se debe principalmente a que el avance de un tsunami y sus efectos depende en gran parte de la profundidad del fondo marino y de la topografía de las costas.
Generalmente, el desplazamiento del agua tiende a desatarse por un terremoto de gran magnitud en el fondo marino o en las cercanías de este.
No obstante, el deslizamiento de tierra, una erupción volcánica, ciertas condiciones atmosféricas o el impacto de un meteorito también podrían provocar este fenómeno, según los expertos.
Cuando ocurren estas situaciones, las fuerzas en cuestión pueden crear olas con la capacidad de alcanzar cientos o miles de kilómetros.
De la misma manera, a diferencia de las olas que se forman naturalmente por el viento y que se producen en la superficie del mar, los tsunamis pueden desplazar desde la superficie hasta el fondo marino.
Esto contribuye a que tengan mayor fuerza y a que eventualmente puedan generar daños en las costas.
De acuerdo a los especialistas consultados por el citado medio, la velocidad de las ondas depende de la profundidad del océano.
La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) asegura que si se trata de aguas altamente profundas, los tsunamis pueden alcanzar velocidades de incluso 800 kilómetros por hora.
Las boyas y sensores marinos permiten que los sistemas de evaluación e información puedan detectar ciertos cambios en la altura del nivel del mar. Así, se puede entregar la información a los centros de alerta.
A nivel general, cuando se produce un tsunami lejos de la costa, las zonas que se suelen considerar en peligro son las que se encuentran por debajo de los 15 metros sobre la altura del mar y a menos de un kilómetro de distancia del mar.
Por otro lado, cuando el origen del fenómeno es cercano, podrían estar en peligro las zonas costeras que se encuentren por debajo de los 30 metros sobre el nivel del mar.
Por qué es complejo pronosticar el tamaño de las olas de un tsunami
Aunque no se puede predecir cuándo o dónde ocurrirá un tsunami en el futuro, los casos previos han entregado información que los especialistas utilizan para pronosticar qué movimientos sísmicos pueden generar estos fenómenos.
El sismólogo y académico de Geofísica Aplicada de la Universidad del Desarrollo, Luis Donoso, explica a La Tercera que la complejidad para pronosticar la altura de las olas se debe a que “el tamaño final de un tsunami depende de múltiples factores dinámicos y locales que son exclusivos de cada localidad afectada”.
Por lo tanto, dice el experto, “no se puede deducir su valor final de modo exclusivo a partir de la magnitud del sismo”.
“Un terremoto puede ser tan grande como este M8.8, pero si el foco y la ruptura es profunda (100 kilómetros o más) y no produce un gran desplazamiento vertical del fondo marino, el tsunami será menor”.
“Por el contrario, un sismo moderado con desplazamiento súbito y vertical del lecho oceánico puede generar variaciones del nivel medio del mar con alto potencial de daño”, agrega Donoso.
Junto con ello, se deben considerar elementos como la manera en la que el fondo oceánico modifica cómo se amplifican o dispersan las olas.
“Y eso es un factor local muchas veces desconocido, pero que se trata de representar sus efectos en las cartas de inundación”, afirma el sismólogo.
A esto se le suman otros factores: “Las geometrías de bahías y fiordos pueden concentrar energía y generar olas más altas en algunos puntos que en otros cercanos”.
“La dirección de ruptura (si apunta hacia la costa o en sentido opuesto) genera un patrón de radiación que también influye en cuánta energía elástica se transmite según el ángulo o azimut respecto de la fuente”.
En otras palabras, no solo se trata de medir la magnitud, sino que también de descifrar cómo y dónde ocurre el proceso de ruptura y cómo el mar responde a esa deformación, enfatiza el académico de la UDD.
Qué mecanismos se utilizan para pronosticar el tamaño de las olas de un tsunami
El especialista afirma que hay tres mecanismos principales para pronosticar el tamaño de las olas de un tsunami.
Uno de ellos consiste en la utilización de modelos numéricos de propagación, mediante los cuales “se simula numéricamente cómo la deformación del fondo marino genera alteraciones en la columna de agua”, además de cómo estas se desplazan y propagan.
Para esto, se utilizan datos sísmicos —como la magnitud, ubicación y el tipo de ruptura— y modelos batimétricos.
Como resultado, los especialistas pueden obtener mapas con tiempos de llegada estimada y rangos de altura de las olas.
Un segundo mecanismo está relacionado a los sensores marinos, como las boyas DART y los mareógrafos.
“Las boyas DART miden cambios de presión en el fondo marino (incluso olas de pocos centímetros) y convierten esos datos a elevación del nivel del mar. Transmiten datos en tiempo real a centros de alerta, validando si efectivamente hay un tsunami en curso”, explica Donoso.
El tercero consiste en el uso de satélites GNSS e imágenes InSar, que “detectan deformaciones permanentes del terreno, lo que permite estimar el patrón de ruptura con más precisión”.
“Son útiles para refinar modelos en los primeros 15–30 minutos tras el evento”, añade el sismólogo.
Y subraya: “Estos mecanismos permiten ajustar los pronósticos iniciales y activar alertas dirigidas, aunque hay siempre un margen de incertidumbre, sobre todo en los primeros minutos”.
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