¿Quién nos devuelve este tiempo?

La pandemia golpeó con fuerza la rutina, los planes y la tranquilidad de las personas. Luego de cuatro meses de cuarentena, ¿qué sensación deja este encierro obligado? En este reportaje, siete adultos mayores cuentan cómo lo han vivido y reflexionan sobre el extenso confinamiento. Unos lo sienten como un drama, una estafa de la vida. Otros lo consideran como un tiempo ganado y de aprendizaje.


“Es un drama no poder disfrutar lo que queda de una manera más útil”

“A ninguna edad uno debiera perder el tiempo, pero a los 87 años, cuando estás en la puerta de salida, es un drama. Es una pena enorme”, dice Valentín Trujillo, con voz grave y muy pausada, desde el teléfono fijo de su casa. “A esta edad, la cuerda de este violín se corta en cualquier momento y es un drama no poder disfrutar lo que queda de una manera más útil que estando encerrado”, agrega.

El destacado músico pasa el confinamiento en su hogar en Ñuñoa -la comuna de la “ochentena en vez de cuarentena”, bromea-, acompañado de Aída Sibilla, su esposa desde hace 63 años. No ha podido ver a sus cuatro hijos, 12 nietos y tres bisnietos –”los echo muchísimo de menos, a cada rato”, dice-, pero gracias a la tecnología “les veo la cara, les toco el piano y ellos me cantan”.

Trujillo asegura que no se ha dejado abatir por la tristeza. “Que me enferme de pena ya sería terrible”, dice. “Estoy apesadumbrado, que es diferente a estar triste, por el hecho de no poder contar conmigo mismo, no poder hacer lo que yo quiero”. Pese a eso, no ha perdido completamente su sentido del humor: “Sigo activo, a pesar del corona... pero la única Corona que me agrada es la cerveza”.

En este tiempo también ha revisado fotos antiguas. “Hasta de guagua tengo algunas. Pensar que en ese tiempo ya se había inventado la fotografía”, bromea, otra vez. “Cuando veo esas fotos pienso que me gustaría empezar de nuevo. No para corregir muchas cosas, sino para volver a vivirlas”.

-¿Por qué le gustaría empezar de nuevo?

-Porque es tan corta la vida, tan corta.

-¿Qué habría hecho en este tiempo si no hubiera pandemia?

-Estoy estrenando un disco con mis nietos, pero ahora el único público que tengo soy yo mismo con mi señora. Pienso en mis actuaciones, en abrazar a mis nietos, a mis hijos, a mis amigos. Abrazar al que no conozco y decirle ‘cuídate, que te vaya bien’. Todo eso me apena a cada segundo.

-Cuando esto acabe, ¿qué hará?

-Me voy a pegar un parcelazo. Voy a ir a la parcela de mi hijo Valentín y nos vamos a pegar una fiesta de música.

-¿Ha pensado en la muerte en este tiempo?

-No. No le tengo ningún respeto. Yo recurro siempre al poeta cubano Nicolás Guillén que decía sobre la muerte: “Yo te vi primero”. Varias veces uno muere en la vida, las mismas veces que resucita también.

“¿Sabes lo mejor que me ha pasado en la vida?” -dice, tomando la iniciativa-, “ser pianista de un animador, porque yo con Don Francisco, con Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld, pasé los mejores momentos de mi vida. No solamente acompañé a un gran artista, al mejor animador de todos, sino al mejor amigo que he tenido por años”.

-¿Qué ha aprendido en este tiempo de encierro?

-Que vale la pena vivir. Darse uno mismo la oportunidad de llegar un poquito más arriba. Luchar por los demás también es bueno, muy bueno.

Luego agrega: “Si volviera a vivir, haría lo mismo. Inclusive con algunos errores. Vivir es una escuela de logros y errores. La fortuna de estar lúcido a los 87 años es algo que también me alegra muchísimo”.

Y concluye: “Espero que al final de este túnel haya una lucecita a la que aferrarse con dientes y muelas”.

“No ha sido un tiempo perdido”

La experiencia de entrar al quinto mes sin haber pisado la puerta de salida ha sido de dulce y de agraz. He compartido con muchas personas mayores la inexplicable sensación de sentirnos bien, habiendo reducido la movilidad y acompasado nuestra actividad según el ritmo biológico para focalizar la energía en lo esencial. Con investigadores he compartido esta intuición y me la han ratificado: los mayores somos el grupo que más resiliencia ha demostrado, siendo los jóvenes entre 15 y 25 años para quienes ha sido más desafiante. Esto ha sido respaldado en otros países. Lo atribuyen a que, a lo largo de la vida, vamos adquiriendo más herramientas a las que echar mano. Tenemos la experiencia de “habernos puesto de pie” después de momentos duros, conocemos de primera mano lo que contribuye y lo que dificulta la salida.

Es preciso reconocer que hoy la inequidad muestra su peor cara. Hace una gran diferencia vivir el confinamiento en un lugar adecuado, y tener resuelta la subsistencia básica. La tecnología también incide; es muy distinto poder comunicarse con los seres queridos, aprender asuntos de interés, acceder a la oferta cultural disponible, teletrabajar, solucionar trámites o comprar en línea, que no poder hacerlo.

Especialmente en los cumpleaños de los nietos, he echado mucho de menos los abrazos. En todos los demás espacios de relacionamiento familiar, laboral y entre amistades, hemos inventado formas ingeniosas de compartir, riéndonos de cómo hemos ido habilitando un “set” para estas conversaciones; la posibilidad de invitar a comer, sin esforzarnos ni invertir; la maravilla de no tener que desplazarnos ni cambiarnos el buzo y las zapatillas.

En Travesia100 hemos querido ser parte de la solución y no del problema. Nos cuidamos, no porque nos prohíban salir, sino porque optamos por hacerlo para evitarles la preocupación a nuestra familia y también para no generar más presión al sistema hospitalario. Es muy distinto “obedecer” una regla impuesta por la autoridad que elegir libremente hacerlo por nuestro interés por colaborar con la sociedad. Además, hemos diseñado servicios en línea: círculos virtuales de reflexión y aprendizaje, acompañamiento telefónico, alfabetización digital, cursos, charlas y conversatorios que contribuyen no sólo a usar bien el tiempo confinados y prepararnos para la vida pospandemia.

Uno de mis logros del período ha sido aprender un mejor uso de Office. Me manejaba razonablemente bien con Word, y ahora, a través de una plataforma de autoaprendizaje digital que Accenture puso a nuestra disposición, pude mejorar sustantivamente las presentaciones con Power Point, y este fin de semana pretendo hincarle el diente a Excel. Siento que este en absoluto ha sido un tiempo perdido. Muy por el contrario, le estoy sacando el jugo.

Mi primera salida cuando esto acabe será a ver a la familia. Intuyo que será emocionante, ver cuánto han crecido los niños; será raro estar cerca, pero manteniendo una distancia espacial, conversar con mascarilla e intentar no tocar nada ajeno. Imagino que todos llevaremos nuestros platos y cubiertos y los traeremos de regreso. Será una situación muy extraña.

“En este momento me siento estafada por la vida”

Me he ido adaptando a las nuevas condiciones y me preocupa. No quiero adaptarme a esto, porque esto no es normal. Con un nivel de adaptación que te permita poder funcionar y ser feliz en estas condiciones está bien, pero adaptarse demasiado es también un peligro, creo yo.

Cuando digo adaptarse es no resentir las condiciones en que estamos. Por ejemplo, siempre fue una lata ir al supermercado, entonces eso de elegir y que te llegue a la puerta de tu casa no está mal, con el pequeño precio, eso sí, de que me paso una hora lavando lechuga, el papel confort y todo lo que llega, por el virus. Cuando volvamos a la normalidad no quisiera ir al supermercado nunca más porque ya me acostumbré a esto. También pongo en la lista de las cosas buenas que a los amigos que no veo hace años les mando un mensaje y contestan altiro. Están todos con ganas de comunicarse, hay una red de afectos que se empieza a construir y que la encuentro muy rica.

Lo que más me ha costado es no poder proyectarme. Me dicen ‘¿podrías participar en no sé qué cosa el 17 de noviembre de este año?’, y yo me quedo plop. No sé si voy a poder participar el 17 de noviembre, no sé si esa va a ser una época en que uno pueda tranquilamente participar en eventos masivos o fuera de mi pieza, ya ni siquiera de mi casa. Todo eso es un poco desconcertante, pero no me pienso quejar, porque en realidad me quejaría de llena. Estoy bien, estoy con mi marido, los dos sanos y tenemos lo que necesitamos.

Los nietos me dan un poco de pena, porque con los más chicos uno tiene una relación más de piel, uno los saluda de abrazos, besuqueos, de todo, y no los he visto desde marzo. Han crecido y eso me da lata. La más chica tiene dos años, cuando la dejé de ver era una guagua y ahora tiene cara de niñita. Son cosas que uno se pierde. Imagínate que para un niño, cuatro meses es la vida entera. Yo me acuerdo que cuando chica salíamos de vacaciones enero, febrero, incluso parte de marzo, y llegábamos a Santiago y yo no me hallaba, se me había olvidado la casa, todo, era muy raro. Entonces, me imagino que ellos también han construido su mundo sin nosotros.

En este momento me siento estafada por la vida, porque yo decía ‘tengo problemas a la vista’, pero todavía veo, puedo viajar, tengo un estado saludable con mi marido, etc. Por ejemplo, yo tenía un plan bien concreto con el eclipse de diciembre para irnos al sur con mi familia, nietos, todos. Yo soy buena para planificar, tenía todo pensado y de repente quedó todo en veremos. Eso lo sentí como una mala jugada, porque uno imagina cosas con la conciencia de que este es un tiempo de vida para tratar de disfrutar. Yo decía ‘ya no voy a ver otro eclipse y cuando mis nietos sean mayores, les va a tocar otro eclipse y se van a acordar de la abuela y de cuando vieron este eclipse en familia’. Para ese entonces la mitad de la familia ya no va a existir. Para mí las memorias han sido sumamente importantes, son una fuente de salud mental, de optimismo importante.

No me estresa ni tampoco ando pensando en la muerte todo el día. Tal vez lo que más me agobia es mi problema a la vista que es degenerativo y progresivo, así que me paso haciendo pruebas para ver si estoy viendo más mal. Si algo me alegra todos los días es tener un compañero como mi marido. Nos hemos entretenido más que nunca y me alegra poder estar con él. Es muy importante poder seguir entreteniéndose con el otro después de más de 40 años de convivencia. Nosotros hacemos la cama juntos y le digo que hacer la cama con otra persona y no pelearse ya es el signo máximo de la coordinación. Eso también podemos ponerlo en la lista de las cosas buenas.

“Ni he sentido la pandemia”

Para mí es normal que haya una pandemia, porque yo viví el boom de la influenza y otras enfermedades. Además, que yo tengo fe en el Señor y uno sabe que tiene que enfermarse, las escrituras lo dicen cuando uno lee la Biblia. El encierro también es común en mi vida; estuve internada cuando pequeña y fui empleada doméstica puertas adentro, así que también estaba encerrada.

Ahora me está afectando un poco el encierro, siento deseos de salir a la calle. Yo vivo en el segundo piso y no hemos bajado ni al jardín ni al comedor, entonces estoy bien, pero tengo ganas de salir, respirar el aire de la calle, pisar el suelo, la tierra. Si bien yo he trabajado como empleada en un octavo piso, o algo así, igual uno podía salir a comprar y dar una vuelta.

Yo no he sufrido nada, ni he sentido la pandemia, sólo porque no se puede salir, pero para mí es igual, sigo mi vida igual. Me levanto, me baño, hago mi cama y no hago nada más que leer. No tengo nada de qué quejarme. Ahora estoy en el descanso de la vida, esa es mi etapa y aquí nadie me molesta.

Lo que me doy cuenta es que aquí en el hogar que vivo algunas no se han mentalizado de que uno llega a ser vieja, y que hay dolores, ataques, enfermedades. Todo eso viene y las personas dicen ‘¡ay que me duele!’. No comprenden que así es la vejez, que los cuerpos de uno están malos, pero porque el organismo está gastado. Es el proceso de la vida y las viejas no se dan cuenta de eso, entonces se asustan de contagiarse y que les pase algo, pero es obvio que nos pase, miren nuestra edad.

A mi edad no creo que el tiempo sea más valioso. Yo soy la persona más feliz que hay, porque yo trabajé, tuve una buena vida, tuve un buen pasar y ahora yo estoy en mis años de descanso, de leer, de hacer sopas de letra, de sudoku. Para mí es eso: estar bien.

“La lectura me ha servido mucho para no sentirme aislado”

El sábado 14 de marzo, el actor Luis Alarcón se vacunó contra la influenza y se encerró en su casa de Lo Barnechea. “Creo saber vivir enclaustrado, porque desde los cinco años sé leer y la lectura ha sido mi principal distracción, descanso e interés”.

Alarcón cuenta que está acompañado de Anita, su nana. A veces camina por el patio y otras veces usa su bicicleta estática. No ve mucha televisión, industria que dejó en 2018 luego de 23 años en TVN porque le ofrecieron una renovación “para la risa”. Él, por sobre todo, lee: “La lectura es mi contacto con el mundo”, agrega el actor que cumplió 90 años el 23 de octubre y que no pudo celebrarlos por el estallido social.

“Yo me sobrepongo bastante a los hechos”, dice Alarcón, quien ha actuado en 90 obras de teatro, más de 50 películas y más de 40 teleseries. “No siento que me hayan robado este tiempo, porque lo uso para cultivarme. Mi educación y mi cultura se las debo a los libros más que al colegio o a la universidad, porque no tengo ningún título, soy autodidacta, y la lectura me ha servido mucho para no sentirme aislado”.

Lee todo lo que cae en sus manos. “Tengo de todo en mi biblioteca. A veces vuelvo a libros que ya leí y me encuentro con sorpresas maravillosas”, dice. Actualmente está releyendo una autobiografía del cineasta Fernando Balmaceda del Río, quien fue su amigo, y el diario de Raúl Ruiz: “Lo considero una lata genial, porque el diario de vida de alguien, en general, es una lata, pero como se trata de Raúl Ruiz es genial, porque su vida ha sido genial”.

El actor dice que echa de menos a su hija que vive en México y a sus nietos. Le gustaría poder visitar a sus amigas, porque “una de mis aficiones es conversar”, dice. Y agrega que sin cuarentena estaría colaborando con Chileactores, entidad que ayudó a fundar en 1993.

-¿Siente que la pandemia le ha robado el tiempo?

-No, la sensación de robo empezó por allá por el año 73 y desgraciadamente no ha terminado para mí. Ahí sí que nos robaron la vida y esa cuarentena sí que fue dura. Estos son los restos de Chile.

-¿Qué ha reflexionado en este tiempo?

-Cuando miro para atrás digo ‘he hecho tantas cosas en mi vida’. Ahora estoy, llamémoslo así, retirado. Estoy dispuesto a trabajar si me llaman para algo que valga la pena, pero no tengo ansias de hacerlo, ya cumplí. Soy un hombre bastante realizado.

-¿Qué ha aprendido en estos meses?

-He aprendido que la vida es una sola, es lo único que tenemos y tenemos que

“La pandemia no me afecta... un año más, un año menos”

Gloria vive desde hace tres años en el hogar Nuestra Señora de Guadalupe de la Fundación Las Rosas, en la comuna de Independencia. Ahí ha pasado la pandemia junto a más de 100 residentes. En mayo dio positivo al examen de Covid-19, pero dice que lo sintió apenas como un resfrío. Fue trasladada por 28 días a un hogar del Senama por aislamiento.

Aunque no suele verse con sus hijos, antes sí recibía visitas de su nieta a quien no ha podido ver desde hace meses. Ni la soledad, ni el encierro, ni el contagio del virus la han logrado alterar. “A mí la pandemia no me afecta. Digo: un año más, un año menos”, reflexiona respecto de la posibilidad de ver los últimos meses como tiempo perdido. No pasó susto ni cuando vio que estaba contagiada. Más allá de que sus síntomas fueron mínimos, piensa que a su edad se vive constantemente con la posibilidad de enfermarse. “Cuando supe que tenía Covid no me asusté, se lo dejé a Dios. ‘No tengo idea quién es el Covid’, decía… ‘Yo no tengo ningún problema con él’. Así que lo tomé con harto optimismo, igual que la cuarentena”, cuenta.

Para ella, el panorama cambia cuando se es joven, sobre todo cuando se es madre y hay hijos de por medio. Ahí la ausencia se sentiría, hay miedo y mucho que perder. Se pone en el caso y reflexiona: “Ahí debe ser terrible. A mi edad uno dice ‘que sea lo que Dios quiera’”.

“Nosotros los adultos mayores no hemos perdido vida. A estas alturas, ¿qué vida hemos perdido? ¡Nada! El Covid no nos hace ni cosquillas a nosotros. No, nada de nada. Yo muy preocupada por la gente joven, pero en mi caso, en mi vida ya perdí muchos años en que podría haber hecho cosas importantes y no sucedió así, así que Dios me destinó acá nomás y estoy tranquilita”, dice la mujer que disfruta la lectura y los atardeceres desde la ventana de su habitación.

“Intento reflexionar con calma sobre la crítica situación en que estamos inmersos”

La pregunta la responde, en este caso, un “adulto mayor” de 82 años que se siente afortunado de haber llegado al presente en buena salud y con solvencia económica. Repito, me considero muy afortunado, y percibo con gratitud que comparativamente mi situación es privilegiada y minoritaria.

Los 175 días que llevo, en estricta cuarentena y sin pisar la calle, los he pasado junto a mi esposa solos en casa. He seguido llevando a cabo mi trabajo docente, ahora a través de videoconferencias, lo que ha requerido tiempo y esfuerzo de adaptación después de más de 50 años dictando clases presenciales. Si bien echo de menos (y mucho) la interacción cotidiana con alumnos y colegas, no he interrumpido mis labores de estudio e investigación científica. Por cierto, este periodo también ha significado dedicar algún tiempo a labores domésticas, reconociendo que la mayor parte las asume mi cónyuge.

Por todo ello no logro sintonizar con el planteamiento de la pregunta, que habla del “tiempo perdido”. Ha sido un tiempo distinto, que ha requerido capacidad de adaptación, pero que me ha ofrecido oportunidades de introspección, de reflexión, de emprender actividades descuidadas (valorizar la familia, leer, escuchar música, telecontactarse con amistades desatendidas, estrechar lazos con la pareja, etc.) y de analizar críticamente la rutina en qué me desenvolvía prepandemia.

También intento reflexionar con calma sobre la crítica situación en que estamos inmersos: desastre ecológico, crisis social, crisis de gobernabilidad, pandemia; y plantearme cómo enfrentar un futuro que se presenta más incierto que nunca antes en nuestras vidas. No es que haya llegado a grandes conclusiones, ya que yo, al igual que el resto de los chilenos, recién estoy tratando de aprender a vivir esta nueva realidad y de lograr entenderla.

En suma, un paréntesis con severas limitaciones, pero también un desafío que abre gratas e insospechadas oportunidades “a esta altura de la vida”.

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