Woody Allen: "Ser cineasta es como ser chef: preparas el plato y luego te olvidas"

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El realizador retorna a su ciudad con la recién estrenada Un día lluvioso en Nueva York. Allen se explaya con Culto, pero pone límites: no quiere escuchar preguntas sobre el #MeToo ni de las acusaciones de abuso en su contra.


Estamos en presencia de la película de Woody Allen que nunca llegó a los cines de Estados Unidos, pero que el resto del mundo ya conoce. Un día lluvioso en Nueva York (2019), que desde el jueves está en salas chilenas, fue la tercera y última cinta que Allen hizo para Amazon Pictures antes de que la compañía rompiera unilateralmente el contrato a principios de año y decidiera no exhibirla en EE.UU.

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Las declaraciones demasiado ambiguas de Woody Allen acerca del movimiento #MeToo y su tibia condena al productor acusado de abuso sexual Harvey Weinstein le jugaron en contra. Luego arreciaron las nuevas denuncias sobre abuso sexual en su contra de su hija adoptiva Dylan Farrow, y la gota rebalsó el vaso: Amazon expulsó al cineasta después de haberlo traído como trofeo de guerra en el año 2016.

La disputa fue mediática y durante todo el año se sucedieron las demandas y contrademandas entre el autor de Hannah y sus hermanas (1986) y la compañía subsidiaria del gigante del comercio electrónico. En el intertanto, Un día lluvioso en Nueva York logró hacerse camino en el mundo y hasta hoy se ha estrenado en más de 30 países.

La cinta es un Woody Allen vintage, casi anacrónico, capaz de capturar con diáfana melancolía los líos amorosos de Gatsby (Timothée Chalamet) y su novia Ashleigh (Elle Fanning) cuando por un fin de semana se trasladan desde el campus universitario a Nueva York. Llueve mucho, el jazz empapa la banda sonora como siempre y si a Gatsby se le aparece Chan (Selena Gómez), a Ashleigh la nublan el director de cine Roland Pollard (Liev Schreiber) y su productor Ted Davidoff (Jude Law).

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Woody Allen, ganador del Oscar por Annie Hall (1977) y figura gigantesca del cine americano en los últimos 50 años, acaba de cumplir 84 años el domingo. Son tiempos duros y sabe que por ahora sólo le toca jugar fuera de su país. Probablemente tiene claro que debe dar más entrevistas a medios internacionales, pero también hace saber a través de su publicista que no quiere preguntas sobre el #MeToo. De lo contrario, la línea telefónica puede cortarse desde Nueva York, que es de donde contesta a Culto.

Ya en septiembre, en entrevista con el diario El País de España, sus asesores dificultaron las consultas al respecto. La salida es preguntarle al final de los 15 minutos de conversación concedidos, pero sólo alcanza a responder en forma surrealista sobre el asunto Amazon antes de que todo acabe.

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Obviando las razones del conflicto de fondo, dice: "Amazon se comportó amablemente. Estuvimos de acuerdo en que el matrimonio no funcionó. Terminamos en forma amigable y puedo decir que si me encuentro a alguien de Amazon no saldré corriendo por la calle".

A pesar de los problemas, Woody Allen sigue filmando una película al año como promedio. Ya lleva 47, acaba de terminar Rifkin's festival en España (con Christoph Waltz y Elena Anaya) y hace el casting para una nueva producción. Singularmente, uno de los personajes de Un día lluvioso en Nueva York es un cineasta inseguro y con ganas de dejar el rodaje.

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-¿Alguna vez le ha pasado algo así?

-No, en absoluto. Nunca. Ni remotamente. Es pura ficción. Lo saqué de mi cabeza y lo escribí.

-Siempre ha trabajado con actores jóvenes, desde Jesse Eisenberg a Emma Stone. Acá lo hace con Timothée Chalamet, Elle Fanning y Selena Gómez, ¿por qué?

-Lo bueno de los actores y actrices jóvenes es que no están aburridos ni han participado de tantas películas. Siempre están alertas y se sorprenden con facilidad, en el buen sentido. Poseen mucho entusiasmo y energía, sus carreras recién empiezan, a veces no son aún tan famosos y para mí eso es siempre estimulante.

-Scarlett Johansson tenía 20 años en Match Point (2005). ¿Volvería a dirigirla?

-Sí, por supuesto. Hice dos películas con ella, la otra es Scoop (2006). Lamentablemente no hemos podido coincidir otra vez. He escrito guiones con personajes tal vez muy jóvenes o muy viejos para Scarlett, pero sé que ella también quiere volver a trabajar conmigo.

-Hace 40 años que estrenó Manhattan, ambientada en Nueva York de la misma manera que su última película, ¿cómo ha cambiado la ciudad?

-Mi opinión personal es que Nueva York siempre fue más encantadora en su primera época. Ni siquiera en los 70 cuando transcurría Manhattan, sino que en los años 50 o 40. Toda la ciudad ha cambiado demasiado. Ahora bien, puede ser que yo me engañe, pues hablo desde el recuerdo, que es el de una urbe fascinante. Tal vez en la práctica no era tan fascinante ni tan encantadora, pero mirándola hacia atrás parece que sí. Ahora ya hay tráfico excesivo, demasiada gente, bicicletas en todas partes. Por otro lado, la clase media está a muchos kilómetros de Manhattan, donde sólo vive gente rica. Y, además, los clubes nocturnos ya no están en los mismos lugares que en los viejos tiempos. Al menos no los que yo recordaba.

-Siempre ha sido muy autocrítico con sus películas, ¿las ve después de terminarlas?

-La verdad de las cosas es que las dejo atrás. No las veo. Trabajo en ellas, pero después nada. Ser director de cine es como ser chef. Cuando preparas un plato te preocupas de él y puedes pasarte todo un día en eso. Buscas los ingredientes, vives inmerso en la preparación y luego sirves la cena a los invitados, aunque en rigor ya no tengas nada que ver con eso. Con el cine es lo mismo: me gusta hacer las películas y luego dejarlas ahí para que el público las vea, pero yo no las vuelvo a ver, las olvido. Me muevo lo mejor que pueda al próximo proyecto.

-Y siempre avanza con mucha regularidad. ¿Nunca tiene la página en blanco?

-En realidad no es tan fácil lograr esa regularidad. Lo más difícil, de lejos, es obtener el dinero. Una vez que logras juntar el financiamiento, el resto no es tan complejo. Es como alguien que pinta un cuadro o toca un instrumento. ¿Por qué debería resultarle difícil? Por supuesto, si alguien no sabe tocar el piano y ve a un pianista, puede decir "¡Dios mío!, ¿Cómo hace eso? Es imposible". Sucede lo mismo con las películas: si puedes mantenerte en pie allá afuera, en el set de rodaje, harás la película. Me preguntan cómo lo hago para hacer un filme una vez al año y eso es lo que respondo. No es tan difícil. Quizás puede tomarte meses escribir el guión, pero lo más complicado será siempre el dinero.

-Pero usted siempre consigue financistas en alguna parte.

-Tengo que hacerlo. La gente no ve esa parte, pero es una lucha. No hay un banco ni un gobierno que me ponga dinero en las manos. Hay que salir a buscar el financiamiento. Es la parte desagradable de este oficio y a ninguno de los que trabajamos en él le gusta demasiado. El resto del proceso es sin duda un gran placer.

-Junto a los 40 años de Manhattan, en el 2019 se cumplen los 30 de Crímenes y pecados, dos de sus películas más recordadas. ¿Cómo las ve en perspectiva?

-Nunca más volví a pensar en ellas. La gente acostumbra a hablarme de ciertas líneas de diálogo o escenas de ellas, pero la verdad es que ya no las tengo en la cabeza. Han pasado cuatro décadas, he hecho muchas cosas y ya no recuerdo los diálogos. No pienso en ellas. Las hice en un momento, viajaron por el mundo, el público las disfrutó o no las disfrutó y yo seguí trabajando en mi próxima película. La verdad es que paso mucho tiempo en eso: trabajando en lo que viene.

-¿Cómo elige la música de sus películas?

-Muy simple: me gusta poner la música que escucho en casa. A todo el mundo le gustan las canciones con las que creció: algunos se formaron con The Beatles o Elvis Presley y eso es lo que siguen oyendo hoy. Otros, en la primera mitad del siglo XX, escuchaban a Benny Goodman o Artie Shaw. En mi caso, me tocó crecer con Cole Porter, George Gershwin o Irving Berlin, es decir con los grandes del cancionero americano. En realidad, poner la música que me gusta y recurrir a mis discos para ver cómo pueden funcionar con las escenas es una de las mejores partes de hacer una película.

-La lluvia es habitual en sus películas, incluyendo la última. ¿Por qué?

-Es visualmente muy atractiva. La lluvia me gusta en la vida diaria, no sólo en los filmes que hago. Suelo hacer caminatas bajo la lluvia. El sol también me atrae, pero en determinados momentos. Quiero decir, me atrae en las horas finales del atardecer o en los primeros momentos del amanecer, cuando tiene una luz muy baja y bella. Pero la mayor parte del año y al menos en Nueva York, el sol está alto en el cielo y pegando muy fuerte en el concreto. Definitivamente eso no me gusta.

-¿Ha tenido algún conocimiento de las protestas sociales en Chile?

-He escuchado y he sabido algo, pero debo decir que los medios no cubren los hechos mundiales de manera uniforme. Si sucede algo en Gran Bretaña, de inmediato sabemos todo en Estados Unidos. Del Brexit, por ejemplo, se sabe todo. Pero en el caso de Chile, las posibilidades de enterarse por los diarios son muy dispares.

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