“Te llevo para que me lleves”, la carta de amor de Cerati a su familia chilena

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Benito Cerati, Cecilia Amenábar y Gustavo Cerati.

Era 1993. La ciudad era Santiago y su autor fue el argentino Gustavo Cerati. Cuando el ex-Soda Stereo se sentía agobiado por la rutina componer-grabar-promocionar-girar, un sueño le recordó a Cecilia Amenábar. De pronto hacer discos no era tan atractivo como formar una familia.


Es difícil encontrar canciones de Soda Stereo que hablen del amor romántico. Casi todas cantan al sexo o a una conquista más bien carnal entre metáforas y melodías que poco a poco evolucionaron del new wave de su álbum primogénito, al rock de Canción Animal y el shoegaze de Dynamo.

Quizás "Corazón delator" -Doble Vida (1988)- podría ser una aproximación más emocional que hormonal, pero aquel dejo de tristeza la aleja de la sensación de amor jovial que embarga el cuerpo de alegría, de aquel presentimiento de que "todo estará bien".

Gustavo Cerati plasmó aquel sentimiento casi adolescente de un amor color de rosa en su primer trabajo solista. O más bien, un amor color amarillo como le gusta definirlo a partir de una escapada a playas venezolanas.

En Amor Amarillo (1993) son varios los temas que reflejan "una indagación eléctrica sobre la fertilidad, la paternidad y el amor conyugal", como escribió Juan Morris en la biografía más completa que existe del fallecido cantautor.

Desde la canción homónima del disco, pasando por "Lisa" -dedicada a la hija que tendrían unos años después- a "A Merced" -una declaración de su total entrega a aquella relación que dejaba en segundo plano a Soda Stereo-, Cerati hizo un disco que expresaba todo aquello que lo embargaba al otro lado de la cordillera, lejos de presiones contractuales.

Pero es "Te llevo para que me lleves" la canción más conocida -y alegre- que nace del amor.

Todo comenzó con un sueño

Gustavo Cerati tenía 33 años, un divorcio a cuestas y apenas superaba el fallecimiento de su padre producto de un cáncer. Entre la angustia de la soledad en que se imaginaba si no fuera por la música, y el estrés propio de cumplir con lo que se espera de una estrella de rock, Gustavo tuvo un sueño.

El cantante vio en su subconsciente a la joven chilena que había conocido hace más de un año en una conferencia de prensa en un hotel capitalino. Decidió llamarla aún a riesgo de que su madre contestara el teléfono. Afortunadamente, atendió la empleada de la casa, quien le dio el número del nuevo departamento de Cecilia Amenábar.

Con 21 años Cecilia se compró un departamento en Providencia -sumando la herencia de una abuela con sus ahorros- y cambió sus estudios en arquitectura para dedicarse al cine. "Te llama Gustavo", le dijo un compañero de carrera que atendió el teléfono por ella. "¿Qué Gustavo?", replicó confundida la artista.

Cuando el músico se comunicó con su amada, inmediatamente le dijo: "¿Cuándo nos casamos?". Cerati no sabía de Cecilia hace más de un año, pero no estaba dispuesto a dejar pasar más tiempo sin ella.

El frontman de una de las bandas argentinas del momento, viajó a Santiago de Chile y se quedó en el departamento de Cecilia mientras ella finalizaba sus exámenes en la facultad. En cuanto la artista salió de vacaciones, la invitó a la gira de Dynamo.

Paseando por las blancas arenas de la playa Los Roques en las Antillas Menores, la pareja mojaba sus pies en el mar mientras recolectaban piedras amarillas, las cuales -a juicio de Cerati- "capturaban porciones de Sol". Entre ellas encontró un trozo de ámbar con un mosquito dentro, un hallazgo digno de Spielberg y su cinta Jurassic Park.

De allí que -sinéstesico como era él- el amor que vivía junto a Cecilia no podía ser de otro color distinto del amarillo.

"Era él llevándome a mí y yo a él"

Para abril de 1993 las vidas de la dupla Cerati-Amenábar ya no serían las mismas. En uno de los viajes de Cerati a Buenos Aires para resolver asuntos contractuales con Sony y BMG, recibió una llamada de Cecilia entre lágrimas: era su cumpleaños 22 y le acababan de informar que estaba embarazada.

Al día siguiente Cerati viajó de vuelta a Santiago con todo lo necesario para pasar una larga temporada, al menos todo el embarazo de Cecilia. Y entre procesar la noticia y proyectar lo que querían para el futuro -a regañadientes de la joven chilena- decidieron casarse. Para mayo del 93 Cerati y Amenábar ya eran marido y mujer.

Mientras Cecilia continuaba sus estudios y desarrollaba los primeros meses de embarazo, Gustavo improvisó una sala de ensayo casera en el living del departamento en Providencia. Entre sampleos, juegos con guitarra, bajo y MPC, el cantautor dio rienda suelta a su creatividad.

"Quería otra vida, ya no le gustaba la suya", escribió Morris en el libro que perfila a Cerati. Y en esa nueva rutina en la que creaba a destajo, paseaba tranquilamente por las calles chilenas y compartía con la mujer que amaba, el músico no quería volver. Quería dejarse llevar por la corriente de esa nueva vida.

"Más allá de una alegoría que plantea una cuestión de pareja y la espera de un hijo, el término lo escuché o creí escucharlo, allá a lo lejos en una playa de Venezuela. Yo escuchaba algo por el estilo en tono venezolano y me quedó sonando en la cabeza", dijo sobre "Te llevo para que me lleves" según registra Cerati en primera persona de Maitena Aboitiz. Frase que quedó grabada como una ofrenda a Benito, su primer hijo.

“Era él llevándome a mí y yo a él, de un lado para otro, en la montaña, en el avión. Siempre andábamos en la calle bailando o cantando”, dijo Cecilia Amenábar en entrevista con Página/12 a veinte años de la publicación del disco.

"Una vez que él tenía libre en la gira de Dynamo, en Venezuela, salimos a un parque de diversiones. Ahí empezó lo de tú me llevas y yo te llevo. A la vuelta en el hotel, estaba con el cuadernito escribiendo la letra del tema", dijo la fotógrafa y modelo, quien inspiró gran parte de las líricas de Amor Amarillo.

"Pese a que Gustavo en uno de los temas dice que me ama, lo que me hizo sentir halagada y correspondida, todo eso era también por el hijo que venía en camino. Un triángulo. No era sólo una pareja, sino una situación de a tres", concluyó.

Con ocho meses de embarazo, Cecilia acompañó a su marido a filmar a una zona cordillerana de Chile, lejos de todo y todos, para expresar el profundo amor que sentían por Benito —el primer hijo de ambos— en un video colorido sin guión.

Gustavo odiaba grabar videos musicales aunque no lo reflejara en los tantos clips que filmó con Soda y en solitario. "Solo queda armarse de paciencia", registró Aboitiz en su libro de la boca del cantante. Pero "Te llevo para que me lleves" fue diferente.

Escarbando en el armario de Cecilia, jugaron con colores, diversas tenidas y una secuencia sin lógica alguna. O tal vez sí. La ilógica lógica del amor desenfrenado.

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