Fiona Apple: el brillo de la diosa indie

Después de ocho años, su nuevo álbum de ingeniosa confección conquista los mayores elogios y calificaciones del último tiempo. ¿Es tan así?


El juicio resulta casi unánime. Fetch the bolt cutters, el quinto trabajo de Fiona Apple, no sólo se queda por ahora con el título del disco del año para la prensa musical, sino que califica como una obra maestra, el mejor registro de su carrera y un clásico instantáneo en una temporada de grandes álbumes de mujeres gracias a Grimes y Dua Lipa.

“No es sólo la artesanía salvaje de cada canción (...), es que no tiene miedo de lo que está haciendo: con sonidos, con estructuras, con las expectativas de la gente”, explica la reseña de The New York Times. “Es complicado hacer un disco mejor”, proclama El País de España, mientras Los Angeles Times la compara con Nina Simone. En el sitio Metacritic alcanzó puntuación máxima marcando un hito en el historial de la página, superando a grandes estrellas como Kendrick Lamar o leyendas de la talla de Brian Wilson. Las reseñas de los usuarios en el mismo enlace son menos rotundas -8,8 de 10-, pero aún así notoriamente favorables. El éxito de Fiona Apple está acotado a Estados Unidos según los datos de Spotify, con gran demanda de su música en Los Angeles, Chicago, Nueva York y Seattle.

Los discos de la neoyorquina de 42 años despiertan interés y barullo desde Tidal (1996), que la consagró de inmediato como una prodigio de la canción de autor al piano. Obtuvo un Grammy por ese álbum, registrando casi tres millones de copias vendidas en EE.UU.

Desde los inicios, Fiona fue más que premios, éxito en disquerías y comparaciones con Tori Amos y Alanis Morissette. Se convirtió en una especie de símbolo proto hipster de alta sensibilidad y sinceridad inusitada. Reveló haber sido violada a los 12 años en la puerta de su departamento en Manhattan, agudizando desórdenes alimenticios, depresión y ansiedad, en una época en que ninguna estrella musical revelaba ese tipo de traumas.

En pleno apogeo de su fama, cuando vaticinaba que moriría tras un nuevo álbum, tuvo mediáticos romances primero con el mago David Blaine y luego con el director Paul Thomas Anderson, que en ese tiempo surfeaba su propia ola de reconocimiento y adulación gracias a Boogie nights (1997), dando paso a un tóxico romance ambientado en drogas duras y el maltrato psicológico del realizador.

Fiona Apple cultivó una relación de amor y odio con los medios cautivos de su talento, pero también suspicaces de ciertas actitudes -“este mundo es una mierda”, dijo al recibir el premio MTV como mejor artista nuevo en 1997-, y su intensidad melodramática expuesta en un cancionero de contornos confesionales y terapéuticos.

Alcanzó el cartón completo de artista genial publicando álbumes de títulos kilométricos como When the pawn... (1999), el arranque de un poema de 444 caracteres, abortar sesiones para acurrucarse por días en un sofá mirando Columbo por la TV como una forma de protesta ante las presiones de su sello, y suspender una gira sudamericana en 2012 por la muerte de su mascota Janet, una perra pitbull de 14 años -“una pacifista” y “mejor amiga”, según describió en una carta de despedida-, cuyos huesos forman parte de la percusión incluida en este último álbum.

Fetch the bolt cutters, traducido como “trae los cortadores de pernos”, línea tomada de la serie The Fall protagonizada por Gillian Anderson, ha sido una obra de larga cocción en su casa de Venice, la afamada localidad playera de Los Ángeles, donde el disco comenzó a gestarse hace ocho años. La premisa de trabajo fue experimental desde el inicio, con la artista y sus músicos -Sebastian Steinberg al bajo, el multiinstrumentista David Garza y Amy Aileen Wood en batería- empecinados en sacarle sonidos a la vivienda, convirtiendo en percusión todo tipo de elementos, incluyendo latas de aceite llenas de tierra y recipientes recubiertos de elásticos.

La pandilla giró alrededor de la propiedad golpeando y cantando “como un organismo en lugar de un ensamblaje, algo natural”, sintetizó Steinberg a The New Yorker. También fueron a Sonic Ranch en Texas, donde la distorsión y la experimentación fueron regla. Bajo los efectos de hongos alucinógenos, Fiona vio Whiplash (2014) -la película sobre batería que los bateristas odian-, Amy accidentalmente ingirió veneno de serpiente, y grabaron al interior de una torre de agua abandonada.

En una época donde el pop se compone en torno a percusiones electrónicas de inspiración tribal, Fiona Apple utiliza el mismo lenguaje desde una perspectiva orgánica con fenomenal elocuencia. El piano sigue siendo uno de los pivotes desde el primer tema, “I want you to love me”, y su cascada de notas que recuerdan la frescura y gracia de Claudio Parra. La voz más madura se expande en nuevas tonalidades mientras los ritmos y latidos producidos con métodos poco ortodoxos terminan de armar un collage de cruda sonoridad, expuesto como una cinta en tiempo real.

El álbum efectivamente merece la gran mayoría de los elogios, pero también su voluptuosidad gira en círculos a pesar del ingenio. Puede ser catalogado como brillante y acusado de autoindulgente. Llegar hasta el final de Fetch the bolt cutters encanta y al mismo tiempo agota.

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