Cristina Calderón: la vida y el legado de “la última yagán”

Cristina Calderón, mujer yagana y activista por los derechos lingüísticos. Fotografía cedida por Hans Mülchi.

Reconocida como Tesoro Humano Vivo, amante de la naturaleza y testigo del genocidio y la desaparición de su pueblo, la tejedora y difusora cultural dejó este mundo a los 93 años producto de complicaciones asociadas al Covid-19. Aquí, Elisa Loncón, Patricia Stambuk y otras cercanas a "la abuela" -como le llamaban- detallan la vida de quien, pese al título con el que cargó, nunca se consideró la única ni la última de los yaganes.


Cristina Calderón tenía una relación especial con la naturaleza. Quizás producto de su historia, como hija de padre y madre yaganes y última descendiente que alcanzó a presenciar las costumbres propias de su pueblo antes que los occidentales irrumpieran de manera casi definitiva en las profundas tierras del extremo sur.

Cualquiera sea la causa, Hans Mülchi, director de cine y académico, pudo retratar ese vínculo. En su documental Cristina Calderón: dueña del fin del mundo, se puede ver a “la abuela”-como le decían todos- relacionándose con su paisaje en Tierra del Fuego, donde los mares se dan la mano. El documentalista recuerda sobre esa grabación una escena en particular, en la que Calderón se encuentra junto a hija, Lidia González, actual constituyente del pueblo yagán, y su nieta Javiera: “Estamos conversando, conversan entre ellas, y de repente la abuela para el diálogo porque le parece más importante lo que estaban diciendo unos pajaritos”.

“Los antiguos decían que los zorzales, cuando cantan, le aconsejan a sus hijos”, dice ella mirando el cielo. Sus ojos guardan ternura, a pesar de que parece tímida frente a las cámaras. Pero no son sólo las aves. Las rocas, los glaciares y por sobre todo el mar, eran elementos de vital importancia para la tejedora y difusora cultural, que murió esta semana a los 93 años por complicaciones asociadas al Covid-19. Una relación de respeto y reciprocidad con el ecosistema que caracterizaba a la sociedad yagana, de la que Calderón fue una de sus principales difusoras.

Hija, madre, abuela, bisabuela, tatarabuela y amiga de muchos, Calderón dejó en vida uno de los testimonios más trascendentales para la documentación de la historia del pueblo yagán. Reconocida tanto en Chile como en el extranjero y nombrada Tesoro Humano Vivo por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y la UNESCO en 2003, era, junto a su hermana Úrsula, una de las últimas hablantes nativas del idioma originario. Tras el fallecimiento de Úrsula, en abril de 2003, ese título cayó sobre los hombros de Cristina. Aunque ella nunca se sintió la única ni la última yagán.

Entre yaganes y occidentales

El comienzo de su historia se remonta a 1928 en Tierra del Fuego. Cristina Calderón nació dentro de una carpa en el sector del Róbalo, Isla Navarino. Hija de madre y padre yaganes y nómades, sus primeras palabras fueron versadas en el idioma de su pueblo. Hasta los 9 años, Calderón sólo se expresó a través de este dialecto, compuesto por cerca de 32 mil 400 vocablos.

La muerte se hizo presente de manera constante en su infancia y perdió a sus padres antes de cumplir cinco años. A cargo de sus abuelos, aprendió tareas típicas del pueblo y los valores que lo rodeaban. En The last yagan: Reminiscences of Cristina Calderón from Tierra del Fuego, escrito por el antropólogo Joachim G.Piepke, ella recuerda una visita a una isla en Ushuaia, Patagonia Argentina, junto a sus abuelos:

“Llegamos a la isla y ellos empezaron a matar pichones. La abuela Julia y él. Los agarraban de las patitas y ¡pam! y agarraba otro y dele. ‘Ay’ le dije a mi abuelo. ‘¿Por que lo matan?, pobrecito’. ‘No’, me dijo él. ‘No se dice pobrecito porque esto es para comer. Estos pájaros Watawinewa (Dios) los hizo para comer y para comer se mata y él perdona”.

Esa fue la primera enseñanza de su abuelo, quien además separaba la maldad de la cacería, pues lanzarle piedras a un pájaro que no estaba destinado a la comida, era pecado. Sin embargo, pocos meses duró esta figura en la vida de Cristina, pues murió de manera trágica cuando, en medio de una riña, recibió una patada en el estómago.

Cristina Calderón, mujer yagana y activista por los derechos lingüísticos. Fotografía cedida por Hans Mülchi.
Cristina Calderón, mujer yagana y activista por los derechos lingüísticos. Fotografía cedida por Hans Mülchi.

Durante su infancia y juventud, la abuela fue testigo de las que pronto serían algunas de las últimas expresiones de las costumbres propias de su pueblo. Al menos, en todo su esplendor. Presenció y aprendió de sus tías el arte del tejido de cestería con mapi, hierba que crece en el territorio austral. En la pieza documental dirigida por Mülchi recuerda que vio cómo se realizaban los últimos Chiejaus, serie de rituales, parecido a las escuelas, donde los jóvenes yaganes aprendían lo necesario para enfrentarse a la vida adulta. También recordaba la presencia de los Chijamux, sabios adivinos del pueblo yagán que inspiraban respeto y temor en la comunidad.

“Realmente vivió la cultura yagana pero, al mismo tiempo, ya se estaba desestructurando. Y con desestructurar me refiero un poco a lo que ella misma cuenta. Que la gente se empezó a morir de las pestes, las enfermedades que llevaron los occidentales”, reflexiona Mülchi, quien sostuvo una relación cercana con la abuela.

“Esto fue posterior a la época de conquista, a fines del siglo XIX, principios del XX, que es cuando ella nace. Todo fue muy rápido. Muy reciente. Todo eso ella lo vio. Y después vivió mucho la pobreza, la necesidad. La necesidad fue muy fuerte, una vida muy dura, muy golpeada. Erradicada de su lugar, como también se cuenta en la película. Que ellas nacieron ahí pero después las llevaron para otros lugares”, complementa el cineasta.

La expresidenta de la Convención Constituyente y doctora en lingüística, Elisa Loncón, también fue cercana a Cristina y en sus palabras resuena una especial admiración y respeto. “Ella enfrentó el genocidio, la desaparición completa de su pueblo, de su cultura y de su lengua. Y con toda la precariedad que le pudo haber afectado a nivel económico, se cobijó en su conocimiento de cultura, en su práctica, en su forma de ser. Logró reinstalar su comunidad: sus hijos, sus nietos, su pueblo”.

Familiares y amigos de Calderón durante su funeral. Foto: REUTERS/Joel Estay

Difusora cultural

Hasta los nueve años Calderón no hablaba español, que aprendió gracias al contacto con los Lawrence, familia dueña de una estancia ubicada a orillas del canal Beagle, frente a Navarino, donde varios yaganes eran empleados para el trabajo en las faenas ovinas. Sin embargo, nunca perdió su lengua madre. Junto a su hermana Úrsula fueron consideradas las últimas hablantes nativas, pues con la discriminación de los colonos, las familias yaganes dejaron de enseñar la lengua a sus hijos.

La periodista Patricia Stambuk, autora del libro El zarpe final: Memoria de los últimos yaganes, también era íntima amiga de “la abuela”, a quien conoció al visitar la comunidad de Ukika. “Los miembros de la comunidad yagana se resienten cuando se habla de los ‘últimos’. Tienen razón, están deseosos de no dejar morir las tradiciones, pero tampoco se puede negar la realidad: Cristina Calderón Harban era la única persona de ese pueblo austral cuyos padres, ambos, eran yaganes y sin duda la única que hablaba bien su lengua”, explica.

Para Stambuk, su muerte representa además un evento de suma importancia en la historia del pueblo más austral del mundo: “Ella marca una frontera entre un pasado de 6 mil años y un futuro donde sus descendientes deberán mantener la voz pública de la etnia, pues podrían llegar a ser sólo historia en los textos escolares”.

Este rol Calderón no lo vivía de manera pasiva. Participó en diversos documentales y recibió a todo el que quisiera escucharla, entre ellos al director de cine alemán Werner Herzog, que la fue a visitar a la Patagonia en 2018. “Cuando hablamos de ecología y calentamiento global, todo el mundo se preocupa por la sobrevivencia de los osos panda y las ballenas, pero no vemos con claridad que perdemos lenguajes a una escala dramática y catastrófica”, recordaría después el autor de Fitzcarraldo.

Junto a su nieta Cristina Zárraga, “la abuela” lanzó Yágankuta - Pequeño Diccionario Yagán, donde recogían terminología del pueblo. Y en 2010 comenzó a trabajar con Loncón organizando juntas el primer Congreso de las Lenguas Indígenas en la Universidad de Santiago (suspendido por el terremoto de aquel año). Parte del trabajo de ambas impulsó un proyecto de ley de 2014 para reconocer las lenguas “como derechos humanos fundamentales y crear una institución dedicada a instalar políticas del lenguaje pluralista en todo el sistema chileno”, explica la constituyente sobre la iniciativa que aún duerme en el parlamento.

Stambuk reconoce este trabajo de Calderón y destaca la importancia de mantener los idiomas vivos y de recuperarlos. “Sólo las lenguas nativas pueden traducir las distintas visiones de mundo que puede tener un país, un continente o la tierra, con palabras que nuestro español jamás tendrá”. En el caso del yagán, la investigadora toma como ejemplo “mamihlapinatapai”, que se reconoce como la palabra más específica del mundo “Tiene un muy complejo significado, porque quiere decir ‘una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar”.

Para Mülchi, la importancia de la labor realizada por Calderón iba “más allá del tema de la lengua”. “Ella era alguien que decía que había que trabajar por la cultura y lograr que no muriera”, comenta el cineasta, que se refiere a Cristina como alguien que “tenía mucha conciencia de que cumplía un rol para que la cultura trascendiera”.

En noviembre del año pasado, y en su calidad de presidenta de la Convención, Loncón viajó hacia Tierra del Fuego para visitar a Cristina. “Fue un viaje protocolar para agradecerle a ella toda su persistencia en la lucha por los derechos lingüísticos. Y, además, visitarla como autoridad y como persona del pueblo mapuche. Le llevé un tejido de regalo y estuvimos dos días vinculadas ahí, en Puerto Williams. Además fui a su casa de campo, y hasta comimos un cordero magallánico”, recuerda.

Cristina Calderón, Elisa Loncón y Marta Yáñez Kewpumil. Vía Twitter (@keupumilla)
Cristina Calderón, Elisa Loncón y Marta Yáñez Kewpumil. Vía Twitter (@keupumilla)

Stambuk reconoce este trabajo en Calderón y destaca sobre todo la importancia de mantener los idiomas vivos y de recuperarlos. “Sólo las lenguas nativas pueden traducir las distintas visiones de mundo que puede tener un país, un continente o la tierra. Los idiomas nativos tienen palabras que nuestro español jamás tendrá, como umanga en rapanui -tú me ayudas, yo te ayudo y entre ambos ayudamos a los demás”.

En el caso del yagán, la investigadora toma como ejemplo “mamihlapinatapai”, que se reconoce como la palabra más específica del mundo “Tiene un muy complejo significado, porque quiere decir ‘una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar”.

Para Mülchi, la importancia de la labor realizada por Calderón iba “más allá del tema de la lengua”. “Ella era alguien que decía que había que trabajar por la cultura y lograr que no muriera”, comenta el cineasta, que se refiere a Cristina como alguien que “tenía mucha conciencia de que cumplía un rol para que la cultura trascendiera”.

Foto: Reuters

La herencia de la abuela

Más allá de lo académico, Cristina Calderón también marcó a una generación con el amor que la caracterizaba. Patricia Estavill, profesora de historia e íntima amiga de la familia, conoció a las hermanas Calderón en sus primeros años de madre viviendo en Puerto Williams. Cuando visitaba el invernadero de la comunidad, cuenta, se instaló entre las plantas para conversar con su bebé al lado, a Calderón le interesó de inmediato la guagua y ahí inició una amistad que recuerda con gran importancia, por el impacto que tuvieron en su vida.

”De alguna manera estas dos abuelas, para mi fueron abuelas de verdad. No fue un momento fácil y pasé varios malos ratos. Nos juntábamos en una situación siempre muy humana, muy de verdad, a compartir y ahí ellas me fueron contando historias que me daban perspectiva”, explica.

Sin embargo, lo que más destaca es su relación con la naturaleza y asegura que esta, se caracterizaba por el cuidado a todo lo vivo. Lo relaciona de manera urgente con la situación actual y asegura que de no cambiar el rumbo de las empresas contaminantes la sociedad solo se alejaría de Calderón. Dice que sus enseñanzas resuenan hasta el día de hoy: “La vida te pone gente y situaciones. Vivencias. Yo siento que haber compartido con ellas en esa etapa desde el afecto y la sencillez… Lo que viví con ellas todavía sigue desarrollándose”.

Estavill recuerda a Cristina con mucho cariño. Al igual que otras personas la llama abuela y destaca que, si bien no era una persona de mucha expresividad, sí era extremadamente cercana a los niños. Rodeada de nietos y bisnietos, Calderón soltaba su dureza y su nieta podía hasta peinarla jugando a la peluquería.

Así mismo la describe Stambuk, quien la califica como una segunda madre, debido al respeto que le infiere su figura. “Cristina tenía muy buen humor, era pícara y alegre, observadora, con esa mirada inexpresiva que no revelaba lo que estaba pensando y sintiendo, hasta que escuchaba algún comentario suspicaz que la hacía reír”.

Dice que además comparte edad con su propia madre, a quien Calderón también le tenía aprecio. La periodista explica que su vínculo con Cristina también se caracterizó en la narración de historias. ”Ella era una mujer franca, no temía contar la realidad de su vida y de las de aquellos que había conocido”.

El legado dejado por Cristina -”una herencia bonita, familiar y cariñosa” en palabras de Loncón- ya trascendió en la historia de los pueblos originarios que habitaron nuestro país. Para Mülchi, hay dos personas en que germina la semilla depositada por la abuela: “Una es Cristina Zárraga, su nieta, que hizo un libro, un diccionario con la historia de la abuela y narraciones yaganes. Y la otra es su hija Lidia, que hoy está en el proceso constituyente, dándole toda la fuerza para que tanto la cultura yagana como las otras culturas originarias puedan retomar con fuerza su legado, su herencia y su acción cotidiana”.

Estavill, quien fue entrevistada por teléfono, se ríe acordándose de las anécdotas de la abuela y asegura que es necesario continuar su legado. Comenta que extrañará matear con ella y los paseos a recoger juncos, donde en el auto se subían “abuelas, hijos, nietos y perros”.

Stambuk por otro lado, recuerda el último cumpleaños de Calderón. Por medio de una videollamada de Whatsapp logró comunicarse, algo que antes era más complejo por la señal que tenía en casa. Comenta que la abuela estaba feliz de verla y así mismo, Stambuk estaba feliz de poder escucharla. “Siento mucha pena cuando lo recuerdo, no puedo evitarlo. Me agradaba escuchar su voz, decirle algo divertido, ver cómo sus ojos se achicaban mientras reía”.

Querida por todo el mundo, a media celebración llegaron varios a visitarla en ese último cumpleaños. La periodista comenta: “Empezó a llegar medio pueblo a saludarla. El alcalde, otras autoridades, amistades y familiares. Cristina se había convertido hacía rato en una personalidad fueguina, chilena y también internacional”. Mülchi refuerza esa visión: “en una de las veces que yo fui había otro equipo de Europa, y cada cierto rato me piden su contacto documentalistas de distintos países que la quieren entrevistar”.

Calderón en abril de 2017. Foto: Martin BERNETTI / AFP)

El documentalista afirma que en su recuerdo vivirá “la serenidad y la dulzura de la abuela”. “Me llama la atención cómo una persona que vivió algo tan fuerte podía mantener esa serenidad y esa dulzura. Y podía mantener esa manera de relacionarse, con tanta paz. Creo que eso es algo súper profundo, impactante. Probablemente, tiene que ver con la espiritualidad que manejaba el pueblo yagán, en su vínculo con la naturaleza”.

Loncón destaca “su inteligencia de mujer indígena”, y la describe como una persona “muy acogedora, muy solidaria con el trabajo de las mujeres, muy fraterna”.

Cristina Calderón será recordada por todo un pueblo. Su funeral, el pasado jueves en Puerto Williams, contó con la presencia de familiares, amigos y autoridades locales y nacionales. Su responso y cortejo llegaron hasta Bahía Mejillones, el lugar donde presenció el último Chiejaus, donde fue depositado su cuerpo. La abuela ahora descansa mirando el canal Beagle.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.