Drácula: 30 años del conde en manos de Francis Ford Coppola

Fotos: Columbia Pictures

Tras concluir su trilogía de El Padrino y sobrevivir a algunos traspiés que amenazaron con hundirlo, el director creó la adaptación más fiel a la célebre novela de Bram Stoker. Estrenada el 13 de noviembre de 1992 en salas estadounidenses, la cinta se convirtió en un imprescindible de su época gracias a su festín visual y su terrorífica versión del personaje. La plataforma HBO Max cuenta con ella en su catálogo.


Era la época en que dedicaba su tiempo libre a participar en campamentos de verano. Instancias estivales que no tenían un enfoque meramente recreativo, sino que estaban orientadas a niños y adolescentes con especial interés en la actuación.

Como amante de la dramaturgia, el Francis Ford Coppola de mediados de los 50 ejercía las labores propias de un guía en esa disciplina, aunque no dejaba de ser un joven de 17 años como cualquier otro, con las pulsiones de alguien de esa edad.

Uno de esos días, pensando en que sus discípulos se fueran a la cama lo antes posible –y de ese modo pudiera quedar libre para ir a acurrucarse con su novia, parte de un grupo alojado en las cercanías–, les leyó Drácula, de Bram Stoker. No era el libro ideal para mandar a dormir a un puñado de infantes, pero eso fue lo de menos. Para el director de El Padrino (1972) ese marcó su primer acercamiento con la célebre novela publicada en 1897.

Antes y después comandó otras adaptaciones literarias (Mario Puzo, dos veces a S. E. Hinton, y posteriormente a John Grisham), pero su trabajo con la obra de Stoker en los 90 fue quizás una de sus empresas más arrojadas.

Sin embargo, eso no era exactamente lo que estaba en la mente de los ejecutivos de Columbia Pictures cuando le entregaron un presupuesto de US$ 45 millones para que a cambio hiciera una película que convocara a espectadores en masas. Él, que todavía se recuperaba de la estrepitosa caída financiera que significó el musical Golpe al corazón (1982), aceptó sin chistar.

Coppola accedió con gusto a filmar en estudios y renunciar a grabar en exteriores. A cambio, tomó una serie de decisiones que podrían haber encendido las alarmas de los productores. Primero, despidió a su equipo completo de efectos visuales, quienes le insistían en que era indispensable que empleara recursos digitales, la clase de trucos que habían puesto a la vanguardia a títulos como la segunda Terminator (1991) o las primeras Star Wars.

Confiado en que sólo había una manera de llevar a la pantalla las imágenes del libro, el autor de La conversación (1974) ganó el gallito y sólo utilizó técnicas propias de los orígenes del cine. Quien se encargó de aquello fue su hijo de 24 años, Roman, un todavía joven realizador que había aprendido trabajando a su lado.

Un movimiento similar aplicó con Eiko Ishioka. Artista gráfica de profesión, la japonesa había creado los afiches nipones de Apocalipsis ahora (1979), labor con la que concitó la admiración del director, quien la fichó como diseñadora de vestuario de su versión de Drácula a pesar de no tener experiencia en el ámbito.

Aunque estaba pensado como un proyecto de consumo masivo, Coppola no perdía de vista su principal propósito. Es decir, crear una película que fuera, en sus palabras, “muy auténtica con el libro. Inusual, un poco experimental. Para mí, divertida”.

Uno de sus grandes aliados durante el proceso fue Gary Oldman, el elegido para encarnar al terrorífico conde de la historia. Conocido por entonces gracias a sus roles en Sid and Nancy (1986) y Prick up your ears (1987), el británico era un treintañero cuando tuvo que asumir las exigencias del camaleónico personaje, desde encarnar a un ser espeluznante hasta a un hombre seductor.

No fue simple ponerse debajo de capas de maquillaje y dedicar varias horas diarias a su preparación, pero el tiempo lo ha ubicado como el responsable de una más que competente encarnación del mismo papel que antes inmortalizaron Bela Lugosi, Vincent Price y Christopher Lee.

Winona Ryder, quien había abandonado a última hora la tercera parte de El Padrino (1990), fue quien le recomendó al director que leyera el guión de James V. Hart. No satisfecha con jugar ese rol clave, la actriz se desdobló como Elisabeta, la fallecida esposa de Vlad el Empalador, y Mina, la novia del personaje de Keanu Reeves. “Ryder tiene la combinación justa de inteligencia y apariencia seductora”, elogió Variety en el momento de su estreno, en noviembre de 1992 (en el streaming está disponible en HBO Max).

Las críticas fueron algo más duras con Reeves y su acento británico, así como con la tendencia del largometraje a desbordarse. Pero gran parte de los implicados tienen motivos para recordar con cariño la radical inmersión en la trágica historia del más popular de los vampiros.

“Drácula tiene el entusiasmo nervioso del trabajo de un estudiante de cine precoz que mágicamente ha adquirido el dominio de un maestro en su oficio. Es sorprendente, entretenida y siempre un poco demasiado”, reseñó The New York Times hace tres décadas.

Ese mismo cineasta, hoy de 83 años, actualmente encara un nuevo proyecto imposible: Megalopolis, una película autofinanciada que contará con las actuaciones de Adam Driver, Forest Whitaker y Nathalie Emmanuel. No es un mal momento para recordar que, cuando se trata de correr riesgos y demostrar oficio y mirada, hay muy pocos con su estatura.

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