Mi amigo Roberto Bolaño: viaje a su mundo íntimo 70 años después

El 28 de abril de 1953, nació en Santiago el fundamental escritor nacional. No vivió nunca en la capital y desde niño su vida estuvo marcada por la errancia, puesto que residió en diferentes ciudades. ¿Cómo era con sus cercanos?, ¿cuáles son las claves de su original obra? De la mano de uno de sus mejores amigos nos aproximamos a la fibra más personal y literaria del autor de Los detectives salvajes.


Fue en una Clínica a unas pocas cuadras de la Avenida Recoleta. El 28 de abril de 1953 nació Roberto Bolaño Ávalos, el primogénito del matrimonio compuesto por León Bolaño, un hombre rudo y que se desempeñaba como camionero y que tuvo un pasado como boxeador profesional, y Victoria Ávalos, profesora. Por más que haya nacido en Santiago, lo cierto es que nunca vivió en la capital.

“Yo nací en Santiago, pero nunca viví en Santiago. Viví en Valparaíso, luego en Quilpué; en Viña; en Cauquenes, una zona llena de alcohólicos y de espiritistas. Bio-bío es la tierra de mis mayores, como diría Serrat, y es el lugar a donde llegó al menos la parte paterna de mi familia, a Mulchén, porque yo viví en Los Ángeles”, contó él mismo en una entrevista de 2003.

Desde su infancia la palabra migración estuvo en el léxico de Bolaño. De la casa en el cerro Placeres, la familia se movió a Quilpué. Ahí, como relata Mónica Maristain en su biografía El hijo de Míster Playa (2012), el pequeño Bolaño tuvo un caballo al que bautizó como Poncho Roto. Ese sería el equino al cual alude en uno de sus cuentos fundamentales, Últimos atardeceres en la tierra, publicado en el volumen Putas asesinas (2001).

“Mis padres se cambiaban mucho de casa, pero los motivos eran inconfesables. Yo siempre creí que todas las familias chilenas se trasladaban mucho; en realidad, sólo era la mía”, añadió Bolaño en la misma entrevista. Aunque por esos años también apareció un rasgo que lo acompañaría mucho a lo largo de su vida: la presencia de enfermedades. “Hasta los diez años fui visitante asiduo de consultas y hasta de hospitales, pero a partir de entonces mi madre creyó que ya era suficientemente fuerte como para aguantarlo todo”, comentó en el discurso que dio en Caracas, el 2 de agosto de 1999, en la ceremonia de entrega del Premio Rómulo Gallegos.

En 1968, cuando el joven Roberto tenía 15 años, la familia Bolaño Ávalos se trasladó a México. “Para mí fue, yo diría, la experiencia más vital. En total he vivido en México cerca de diez años y para mi percepción de lo que yo creía que era ser escritor, eso fue básico. De hecho, mis primeras lecturas son de autores mexicanos, una literatura riquísima, que yo creo que me ha marcado como ninguna otra”, señaló en la citada entrevista de 2003.

De aquellos primeros años, más allá de uno que otro dato que soltó en entrevistas, Roberto Bolaño nunca habló mucho. Aunque sí los usó de insumo para más de un cuento. Tampoco era un tema del que se conversara con sus amigos. Uno de ellos, muy cercano, era el editor español Ignacio Echevarría.

“Conmigo nunca hablaba de eso, que yo recuerde. Pero Chile nunca dejó de estar muy presente para él. Nada que tuviera que ver con su país de origen lo dejaba indiferente. A partir de 1998, en que regresa por primera vez después de veinticinco años de ausencia, la relación con Chile se hace cada vez más visceral. Él nunca dejó de considerarse un escritor chileno, y es en el marco de la literatura chilena donde él mismo se ubicaba en primer lugar, con la que se medía en primera instancia. Queda mucho por explorar y aún más por decir de la relación de Bolaño con Chile”, dice a Culto.

Ignacio Echevarría.

Bolaño habría cumplido 70 años en este 2023, y Echevarría aún tiene muy frescos en la memoria sus recuerdos del autor de Los detectives salvajes, a quien conoció cuando este ya vivía en España, adonde se trasladó en 1977 de manera definitiva. El lanzamiento de uno de los libros del chileno fue el nexo que les permitió conocerse. “Fue con motivo de presentar yo en Barcelona Llamadas telefónicas, libro que me había gustado mucho. Un año antes había hecho la reseña de Estrella distante. Esa noche cenamos juntos con los Herralde, Roberto acompañado de Carolina. Allí quedó fraguada nuestra amistad”.

Como amigo cercano, Echevarría se da tiempo para ensayar los rasgos más patentes de Bolaño en su fibra personal, la que solo conocieron los amigos. “Puede que, para quien no lo conoció, no haya mejor modo de saber cómo era Bolaño que leer el libro que armó Andrés Braithwaite al poco de su muerte, reuniendo y ordenando con maestría entrevistas y declaraciones. Me refiero a Bolaño por sí mismo (Ediciones Universidad Diego Portales)”.

¿Qué le gustaba hacer? Escribir, leer, hacer el amor, conversar, reírse, escribir, jugar, escribir, ver películas y programas delirantes en la televisión, escribir, reírse de nuevo, hablar por teléfono, contar sus sueños, escribir, reírse hasta las lágrimas, reírse de sus lágrimas, seguir escribiendo. Más o menos en este orden”.

“Prefiero ver la tele antes que leer un bestseller”

En España, Echevarría fue testigo del crecimiento exponencial de Bolaño como autor y del reconocimiento internacional que obtuvo, amén de un proyecto escritural propio y que al editor español le cuesta definir. “Inmensa pregunta, que no sé si tiene respuesta. O la tuvo solamente en la mente de Roberto. Como mucho, me atrevería a describir ese proyecto. Una indagación múltiple y compleja, de naturaleza arborescente, sobre la fatalidad que acecha a toda existencia humana, sobre su insignificancia, sobre el olvido. Y en este marco, una melancólica reflexión sobre el valor y el sentido de la literatura”.

Lo que está claro para Echevarría es que la obra de Bolaño logró superar la visión latinoamericana que el mundo conoció con el Boom. “Sobre ello llamé la atención muy tempranamente. La fortuna de Bolaño está íntimamente asociada a su capacidad para reformular el modelo de escritor latinoamericano, que quedó constreñido durante décadas al que se desprendió del éxito del Boom. Muchos escritores antes que él trabajaron al margen e incluso en contra de ese molde segregado en los 60, pero sólo Bolaño acertó a desplazarlo y en su lugar imponer internacionalmente un nuevo paradigma de escritor, caracterizado por su extraterritorialidad”.

Esa obra, sabemos, Bolaño la desarrolló en los terrenos de la poesía (ahí está ese extraordinario poemario llamado Tres), cuentos y novelas. Pero él no hacía distingo entre géneros literarios. “Yo soy escritor. Y escribo novela, escribo cuento y escribo poesía -comentó en 2003-. Me encantaría escribir ensayo, pero mejor que no lo haga. Yo no veo ninguna dicotomía. En lo que respecta al mercado, ahora publico en editoriales fuertes y cobro bastante. No puedo sino estar conforme, porque masoquista no soy. Ni voy a regalar mis obras a un editor. Yo creo que es muy difícil eludir el mercado, incluso para la poesía. Lo que pasa es que hay mercados alternativos. Y luego, que no es puramente una cuestión de mercado, también es una cuestión de calidad de vida. Alguien que lee poesía es alguien que tiene una cultura más grande que si sólo leyera prosa, y su placer estético aumenta considerablemente si es un lector de prosa y poesía, o si es un lector no sólo de bestsellers. Los bestsellers, además, me parecen una infamia; están mal escritos y hablan de cosas totalmente vacías. Yo prefiero ver la tele antes que leer un bestseller”.

Ignacio Echevarría opina en una línea similar cuando se le pregunta por las dimensiones de Bolaño. “Resultan indisociables. Los detectives salvajes admite ser leída como una colección de cuentos empotrada en una trepidante road movie. 2666 podría haber sido una serie de novelas cortas susceptibles de ser leídas independientemente. De todas las novelas de Bolaño se pueden segregar cuentos. ¿Y cómo establecer las fronteras entre relato, nouvelle o novela? La narrativa entera de Bolaño está repleta de vasos comunicantes. Es sabido que Estrella distante tiene su germen en La literatura nazi en América, que Amuleto es un desarrollo de un episodio de Los detectives salvajes…En su momento hablé de la estructura fractal de la obra de Bolaño. Toda la narrativa de Bolaño –y, si me apuras, también su poesía– podría articularse en una sola estructura multifacética, arborescente, como ya antes he sugerido”.

Si se analiza, la poesía es quizás la gran protagonista de la narrativa de Bolaño, haciendo una reminiscencia a su propio pasado antes de convertirse en narrador. “Como siempre me ocupo de recordar, hasta el final Bolaño se consideró a sí mismo poeta -explica Echevarría-. Claro que la poesía venía a ser para él, como para tantos, la cifra de toda literatura. El Bolaño narrador no traiciona al Bolaño poeta. El Bolaño narrador es un exiliado de la poesía, alguien que para seguir viviendo, para seguir escribiendo, tuvo que hacerse narrador. Lo hizo persuadido de que, como dijo Harold Bloom, la mejor poesía del siglo XX está escrita en prosa. Hay, así, una continuidad directa entre el Bolaño poeta y el Bolaño narrador. La narrativa es la solución que encuentra Bolaño para sobrevivir a la poesía: es la forma que tiene Alberto Belano de no sucumbir al destino de Ulises Lima. Recuérdese que el destinatario primero de Los detectives salvajes era Santiago Papasquiaro, que no alcanzó a leer la novela”.

En esa monumental novela, aparece un personaje llamado Iñaki Echevarne, a quien siempre se ha asociado con Echevarría, y que sostiene un particular duelo con Arturo Belano, el alter ego de Bolaño. Sin embargo, el español aclara las cosas: “El personaje de Iñaki Echevarne es una construcción enteramente ficticia hecha a partir de chismes e ideas preconcebidas. Cuando lo imaginó, Bolaño no me conocía personalmente. Me habló de ese personaje el día que nos conocimos, y poco después me mandó la escena del duelo en la playa, para saber mi opinión. Fuera de contexto, aquello me pareció un disparate, y sigo pensándolo. Es la única escena inverosímil de toda la novela, y está dotada de una extraña y enigmática carga metafórica que, me temo, nada tiene que ver conmigo, por mucho que me halagase pensarlo”.

Como sea, para Echevarría fue justamente un narrador que también partió como poeta, el que mejor tomó su legado. “La influencia de Bolaño ha sido tan grande, y a menudo tan subliminal, que me imagino que costará lo suyo encontrar a un autor menor de cincuenta años que no haya quedado marcado de algún modo por él. Me faltan lecturas para hacer valoraciones de este tipo. En algunos de los escritores que he leído, su influencia es palpable y ha sido bien asumida. Por ceñirnos a Chile y su narrativa, pienso en autores tan distintos como Zúñiga y como Labatut. Pero quien mejor lo ha leído, a mis ojos, es Alejandro Zambra, también él un exiliado de la poesía. Sólo desde la confianza de haber asimilado a Bolaño hasta el extremo de no temer sus resonancias en su propia escritura cabe salir airoso y triunfante de un empeño como el que supone escribir Poeta chileno”.

¿Por qué cree que trascendió tanto Bolaño? Echevarría explica: “Ya lo he dicho antes. Cambió el paradigma del escritor latinoamericano. Lo hizo reuniendo hilos que venían tejiéndose desde muy atrás, ya desde los 70. Y tuvo el acierto de conseguirlo poniendo en juego algunas cuestiones palpitantes: el ocaso de la revolución y de las vanguardias, devenidas entretanto en leyendas románticas; la literatura concebida como estrategia de exilio permanente; Latinoamérica como campo de pruebas del fin del mundo; los estrechos vínculos entre capitalismo y barbarie”.

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