Rayuela, Julio Cortázar y la historia total de una contranovela

Publicada hace 60 años, la fundamental novela del escritor argentino marcó todo un hito en la literatura latinoamericana. Para los entendidos, preparó el camino para los autores del Boom. En Culto desmenuzamos este libro, ahondamos en la identidad de su personaje icónico, La Maga, y cómo fue su proceso de escritura.


Corría 1983 cuando -por el correo temprano- la crítica literaria y académica Soledad Bianchi recibió una carta a su casa en París, donde residía con su esposo, el pintor Guillermo Núñez. Era de un chileno desgreñado con el que llevaba carteándose desde hace un tiempo. Vivía en España y se llamaba Roberto Bolaño Ávalos.

“Acababa de fundar una revista y le puso Berthe Trépat -recuerda Bianchi al teléfono con Culto-. De las muchas revistas que hizo, fue de las más importantes, pero solo duró 3 números”.

Revista Berthe Trépat, número 1. Cultura Digital UDP.

La elección del nombre Berthe Trépat no era casual. Se trataba de una pianista francesa ya mayor, y es uno de los personajes entrañables de Rayuela, la monumental novela que Julio Cortázar publicó en Buenos Aires, el frío 28 de junio de 1963. Trépat da un concierto de piano en una sala poco concurrida y entre el público está el protagonista, el atribulado Horacio Oliveira.

Por entonces, Cortázar ya se había hecho un nombre como escritor, sobre todo en el terreno del cuento. En los volúmenes de relatos breves Bestiario (1951), Final del juego (1956) y Las armas secretas (1959) se desplegó como un cuentista extraordinario. De prosa ágil y lleno de recursos con que sorprende al lector (sino, es cosa de leer La noche boca arriba, La puerta condenada o El perseguidor). También publicó el inclasificable Historias de cronopios y de famas (1962).

En 1951, se había establecido en París, ciudad que había visitado poco tiempo antes y de la cual se había enamorado. Todavía era un autor poco conocido y pudo costear su residencia gracias a una beca concedida por el gobierno del general Charles De Gaulle, que le significarían 9 meses, entre noviembre de 1951 a julio de 1952, para estudiar las conexiones entre las literaturas inglesa y francesa. Así al menos lo detalla el académico español Miguel Herráez en su fundamental libro Julio Cortázar una biografía revisada (Editorial Alrevés, 2011).

Julio Cortázar

Luego, logró un contrato con la editorial Sudamericana para hacer las veces de traductor de diversos libros. Posteriormente, le llegaría una chance para ser traductor de la UNESCO. Así se logró quedar en la Ciudad Luz. En diciembre de 1952, llegó a vivir con él la traductora y escritora argentina Aurora Bernárdez, quien se transformará en su esposa, en 1953.

Esos años se caracterizaron sobre todo por la estrechez económica. “Sepamos que, aún en abril de 1954, la liquidación semestral de Bestiario por derechos de autor no llegaba a los quince dólares, y eso partiendo de un reconocimiento general de la crítica. La liquidación en 1955 no cambiará mucho: doce dólares”, apunta Herráez en su libro.

Pero en esos años en París comenzó a escribir, en cualquier hora, en cualquier parte. “Nunca la he tenido [la noción de horario]. La época en la que he tenido que ganarme la vida con algo que no tenía que ver con la literatura, nunca aguanté los horarios. Siempre me busqué un tipo de empleo que supusiera dos o tres horas de trabajo a lo sumo, aunque te pagaran muy poco, porque luego salías a la calle y eras tú. Entonces en el trabajo literario es lo mismo. Yo no soy absolutamente nada disciplinado”, comentó él mismo en una entrevista posterior.

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar.

Contactado por Culto, Miguel Herráez agrega: “Cortázar nunca quiso ser un profesional de la literatura, nunca pensó ganar dinero con sus libros, era una necesidad de pura catarsis, de ahí que siempre tuviera una alternativa económica segura. En su caso era su trabajo de traductor en la UNESCO. Ese trabajo le dejaba huecos importantes que él usaba para escribir”.

Así nació Rayuela. Herráez comenta de dónde nació la inspiración para la novela que relata el romance entre Oliveira y la misteriosa mujer a quien denomina La Maga. “Rayuela nace de la propia experiencia vital de Cortázar, al fin y al cabo cualquier narración siempre es la reelaboración de la vida de uno mismo, del autor del texto. Recordemos que Cortázar estaba en París desde 1951, fecha en la que publicó Bestiario, llegó a Europa con el volumen bajo el brazo”.

Rayuela fue armándola como a él le gustaba, a base de retazos, componiendo un puzzle infinito e imprevisible mientras lo ejecutaba -agrega-. No cabe duda de que París, ciudad que en algún momento dijo que era un poco la mujer de su vida, incidió en esa voluntad inspiradora”.

El título original del libro tenía una pequeña variación, así lo comenta Herráez: “Inicialmente, él quería que se titulara La rayuela, y precisamente por ese hálito de juego que implica tanto el juego de la rayuela como el espacio armado en la novela de Oliveira. Hay que interpretar siempre el discurso de Cortázar a partir de ese pacto entre autor y lector activo, lo que conlleva el aspecto de invitación al juego, a la coparticipación entre ambos agentes”.

JULIO CORTAZAR, ESCRITOR ARGENTINO, EN CHILE, LITERATURA. 07.03.1973. / FONDO HISTORICO - CDI COPESA

Para Herráez, el título de la novela da una pista profunda en cuanto al carácter más bien lúdico del proceso de lectura. Como un juego al que se invita al lector. “El propio título nos remite a la noción de juego, término muy presente en toda la obra cortazariana. Ese aspecto es inseparable de la novela. Juego no quiere decir frivolidad, por supuesto, sino implicación del lector, de un lector que abandona por exigencia su pasividad e ingresa en la categoría de autor. De ahí los 56 capítulos que integran la novela, pero también la subversión que supone reiniciar su lectura a partir del capítulo 73 y siguiendo un nuevo esquema acronológico”.

“Julio Silva, gran amigo de Cortázar y coautor en alguno de sus títulos, por la diagramación, por ejemplo, de La vuelta al día en ochenta mundos, o Silvalandia, me comentó que Rayuela había que leerla a trozos, sin buscarle una dimensión convencional, leerla como se lee un poema. Estoy de acuerdo con este planteamiento”.

Herráez también nos comenta cuánto de biográfico tiene Oliveira dentro de la vida del mismo Cortázar. “En la medida en que se quiera ver a Oliveira como reflejo de Cortázar, su otro yo. El lector tiende a mitificar. Siempre. No he visto, y la visito periódicamente, una tumba más repleta de mensajes, billetes de metro, cigarrillos, botellines de Quilmes y mensajes amorosos escritos con rotulador sobre la lápida, que la de Cortázar en el Montparnasse”.

Aurora Bernárdez me comentó que una tarde un joven jockey argentino llamó al timbre de la casa de Général Beuret, en el XV de París, y preguntó por Julio. Aurora le comentó que no se hallaba en casa. Le dijo si lo conocía y él le contestó que no. Aurora siguió indagando. El jinete no tenía ni la más remota idea de quién era el escritor. No había, por supuesto, leído nada de él, solo sabía que era un escritor famoso, argentino, y quería saludarlo. Como si fuese un cantante de tango o un actor de moda”.

El misterio de La Maga

Desordenada, delgada, morena, desgreñada (“se peinaba, se despeinaba, se volvía a peinar”) y odiaba cocinar. Son algunos de los rasgos que como migas caídas al piso, Cortázar va soltando sobre La Maga en Rayuela. En ese juego de fronteras entre realidad y ficción se han ido fraguando diversas tesis sobre quién inspiró al personaje. La biografía El cronopio fugitivo (Edhasa, 2015), de Miguel Dalmau, señala: “Se fueron imponiendo algunas certezas: un personaje con ese encanto iconoclasta no podía ser ficticio, por ejemplo, ni tampoco podía estar inspirado en una morochita tan sensata como Aurora Bernárdez”.

La Maga tendría nombre y apellido: Edith Aron. Una chica alemana nacida en una familia judía, en la región del Sarre y emigró hacia la Argentina poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Luego, volvió a Europa. Fue en ese viaje, en 1950, cuando se vieron por primera vez, de lejos, mientras ambos estaban embarcados en el Conte Biancamano.

La identidad de Aron fue un misterio por mucho tiempo, hasta que ella misma se reveló en charla con el diario argentino La Nación, en 2004, cuando ya contaba 80 años. “¿Qué me vio Cortázar? No sé, ¡yo era simplemente una chica buena y agradable!”.

Edith Aron.

En la biografía de Miguel Dalmau, se recoge un testimonio de Aron. “Yo estaba en tercera clase. No pasaba nada interesante. Pero una noche vi a un muchacho tocar tangos en el piano. Una chica italiana con la que compartía la cabina me dijo que me miraba, y que como era tan lindo por qué no iba a invitarlo a nuestra mesa. Pero no sé qué me pasó: todo estaba muy raro y al final no le llamamos”.

Ambos compartieron en el interregno que Cortázar estuvo solo en París, antes de la llegada de Bernárdez. En la entrevista con La Nación, Aron recordaba el momento en que para ella las cosas terminaron. “Cierta noche Cortázar me dijo que Aurora vendría a pasar fin de año a París, y me preguntó qué era más importante para mí, Navidad o Año Nuevo. No sé por qué le dije que Año Nuevo, que Navidad la iba a pasar con mi papá. Cuando nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Aurora y se había decidido por ella. Fue solo al perderlo que me di cuenta de que lo quería”.

Edith Aron.

Sin embargo, consultado por Culto, para Herráez el asunto fue mucho más complejo y Aron no sería exactamente el equivalente al personaje. “La Maga, como la Holly de Truman Capote, es una entelequia, una suma de mujeres. Muchas mujeres quisieron ser la Maga. En la tumba de Montparnasse es fácil encontrar cartas firmadas por la Maga”.

“Aron no era la Maga, es verdad que la conoció en su primer viaje a Europa y con ella jugó al juego de las citas azarosas en París. Pero nada más. Solo hay que revisar el epistolario de Cortázar. Pasa por encima de ella”, agrega certero Herráez. La mujer falleció en 2020, a los 96 años.

El escritor argentino Andrés Neuman reflexiona críticamente con Culto sobre el personaje: “Tal y como está construida La Maga es muy sintomática de un momento de la historia, de construir las fantasías amorosas y un modo muy específico de limitar al personaje femenino a lo instintivo, al territorio de una cierta pureza, de una falta de sofisticación intelectual que correría siempre a cargo de los hombres”.

60 años después

Fue en su condición de estudiante en el Pedagógico de la Universidad de Chile -al que entró en 1965- cuando Soledad Bianchi se topó con Rayuela, solo dos años después de su publicación. “Lo leímos y lo estudiamos en el curso de Literatura Hispanoamericana contemporánea -comenta a Culto-. Para mí, fue un libro muy marcador de lo vanguardista, de lo distinto que podía ser una novela que no era lineal. Esto era una búsqueda constante”.

Fue tal el impacto de la lectura, que Bianchi hizo su seminario de grado sobre Rayuela, tratando el tema de las Morellianas, esos escritos incorporados a modo de complemento atribuidos al personaje Morelli, un novelista con trayectoria, admirado por quienes transitan por la historia y que nunca finaliza de escribir una novela interminable. “Me fascinó esa reflexión que existe sobre el género de la novela, dentro de la misma novela”.

60 años después, Bianchi sitúa el lugar de Rayuela dentro del llamado Boom Latinoamericano. “Se ha dicho que el Boom intentó buscar la identidad latinoamericana, como el realismo mágico de García Márquez, y creo que Cortázar amplía ese abanico. No estoy de acuerdo con la gente que hoy dice que Cien años de soledad no vale, lo interesante del Boom es que hubo distintas escrituras y perspectivas. Rayuela me sigue interesando, la historia de amor de Horacio con La Maga es fascinante. Hay una locura por confundir los espacios, París con Buenos Aires y eso está mucho en sus cuentos. Es decir, acá Cortázar no se aleja mucho de su lado cuentista”.

Andrés Neuman descubrió Rayuela en su adolescencia, y desde ahí notó una cierta contradicción en su planteamiento. “Esa especie de libertad a la hora de elegir el recorrido de Rayuela, significó en mi adolescencia más como metáfora que como resultado. Es un azar muy controlado y es un libro lleno de instrucciones, entonces ahí hay una tensión, una especie de paradoja, la aparente apología a la libertad estructural y la extrema premeditación de ese simulacro de libertad”.

El autor de El viajero del siglo (2009) añade: “Si bien, Rayuela sigue siendo un testimonio de una manera interesante de entender la novelística en los años 60, creo que no estoy solo a la hora de pensar que las obras maestras de Cortázar son los cuentos. De hecho, algunas de las mejores escenas de Rayuela están resueltas como cuentos. Y si tuviera que pensar cómo ha impactado en mí el tono, el estilo y hasta el afecto siempre pienso en sus extraordinarios e inmortales cuentos”.

Para el crítico literario de La Tercera, Matías Rivas, en Rayuela Cortázar recoge bastante de la tradición narrativa argentina anterior a él. “Está muy influido por Macedonio Fernández, con Museo de la Novela de la Eterna, que son puros prólogos. En la tradición argentina tienen esta idea de armar novelas raras, y Cortázar la hace popular con Rayuela. Esos nuevos lectores absorben mejor las novelas del Boom latinoamericano, van a ser lectores activos, que ayudan”.

Miguel Herráez también opina al respecto. “Rayuela entronca con los giros de Roberto Arlt, con el experimentalismo de Macedonio Fernández, con los narradores rioplatenses, pero hay una referencia inesquivable que es Adán Buenosayres, la gran novela de Leopoldo Marechal. Marechal rompe con su apuesta el temperamento del relato rígido previo a él, concepción que Cortázar supo apreciar. Cortázar supo ver esa desmitificación de lo convencional en términos de estructuras que acompaña a Marechal. De hecho, Cortázar es la primera voz que se manifiesta en defensa de la novela del porteño y la ensalza. Hay que recordar que Marechal es de 1900 y su novela es del 48″.

Rivas también comparte su reflexión en torno a por qué Rayuela ha trascendido tanto. “Aparecen locos, aparecen enfermos, una guagua, son personajes entrañables. Nadie se olvida de La Maga, Rocamadour y de Horacio Oliveira. Son jóvenes que estudian en París, que no trabajan, medios vagos. Ese es un mito que Cortázar vuelve a visitar, París como una capital latinoamericana, de extranjeros. Eso uno después lo va a ver en las novelas de Bryce Echeñique”.

Tras su publicación, Cortázar se refirió a Rayuela como una “contranovela”, amén de su estructura no convencional. Por supuesto, su vida cambió para siempre. “Rayuela marcó una frontera social en su caso -dice Herráez-. Lo convirtió en un hombre público, algo que además coincidió con su mayor implicación en las causas políticas sobre todo de América Latina y su incorporación en el Bertrand Russell. La edición lo convirtió además en uno de los cuatro ‘capos’, con Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes, tal como los calificó cariñosamente el chileno José Donoso”.

Primera portada de Rayuela, de 1963.

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